sábado, 11 de febrero de 2017

Salve Regina

Hoy se celebra la memoria de Nuestra Señora de Lourdes. La Iglesia la invoca como patrona de los enfermos; por eso se celebra también hoy la Jornada Mundial del Enfermo, instituida por san Juan Pablo II en 1992. Este año, con motivo de su XXV edición, el papa Francisco ha dirigido un mensaje basado en el Magnificat de María: El asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49). Hace unos 30 años que visité el santuario de Lourdes. Desde entonces no he tenido oportunidad de volver. Es verdad que, como sucede en todos los santuarios, hay un aspecto comercial que escandaliza a muchos. Ya se sabe que donde hay aglomeraciones humanas surgen enseguida los vendedores de todo tipo. Esto sucedía también en tiempos de Jesús en torno al templo de Jerusalén. Pero también es verdad que, más allá de los 67 milagros reconocidos oficialmente por la Iglesia como tales, muchas personas encuentran o reavivan la fe en Dios en contacto con la madre de Jesús. Como reconoció el arzobispo anglicano Rowan Williams, en su visita a Lourdes en septiembre de 2008, “María se nos presenta aquí como la primera misionera, la primera mensajera del Evangelio”. Esto es válido para cualquier peregrino, pero de manera especial para los enfermos que buscan en María un amparo. El lunes pasado escribí algo sobre la experiencia de la enfermedad. Cuando perdemos la firmeza, necesitamos buscar apoyo. Eso es lo que significa María para los miles de personas que la invocan o que acuden en peregrinación a Lourdes.

De todos modos, hoy sábado quisiera fijar mis ojos en la oración mariana que, junto con el Avemaría, más repetimos los cristianos: la Salve. Aunque ha recibido varias atribuciones a lo largo de la historia, no se sabe quién fue su autor. Desde hace más de siete siglos ha entrado en el acervo popular. El original latino ha sido traducido a infinidad de lenguas. Junto al tono gregoriano común, existen muchas versiones musicales en diferentes estilos. Una de las más hermosas es la que cantan los cartujos, pero no faltan versiones atrevidas como la llamada Salve rociera (que es, más bien, un Avemaría) o como la versión rock que veremos en el vídeo final.

Os invito a fijar nuestros ojos en la letra.


LATÍN


ESPAÑOL
Salve, Regina, Mater misericordiae.
Vita dulcedo, et spes nostra, salve.

Ad te clamamus, exsules filii Hevae.
Ad te suspiramus, gementes et flentes,
in hac lacrimarum valle.

Eia, ergo, advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte;
et Iesum, benedictum fructum ventris tui,
nobis post hoc exsilium ostende.

O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria.
Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve.

A ti clamamos los desterrados hijos de Eva.
A ti suspiramos gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.


Después del saludo latino Salve –que todavía usamos a menudo en el italiano moderno– se invoca a María con cinco títulos: reina, madre, vida, dulzura y esperanza. Cada uno de ellos nos adentra en un misterio. Creo que hay dos que hoy resuenan más: madre de misericordia y esperanza, quizá porque estamos faltos de perdón y de horizonte. Quienes invocan a la Madre sienten que ella nos introduce en el amor de Dios, que es en sí mismo fuente de esperanza y de consuelo.

Hay dos verbos que describen lo que nosotros hacemos: clamar y suspirar. Son dos verbos como de otro tiempo. Hoy apenas los usamos. Sin embargo, expresan con una fuerza extraordinaria que nuestro ruego no es una petición superficial sino algo que nos sale de las entrañas, una necesidad, porque nos sentimos como exiliados –los desterrados hijos de Eva– que viven en un valle de lágrimas. Esta última expresión –in hac lacrimarum valle– a muchos se les antoja exagerada y deprimente. Parece ir en contra de una visión optimista de la vida inaugurada con la resurrección de Jesús. A mí me gusta. No digo que no sea deudora de un cierto pesimismo medieval, pero refleja poéticamente nuestra experiencia cotidiana: esta vida no es un camino de rosas, no vamos de triunfo en triunfo, experimentamos a cada paso el dolor, la enfermedad y la muerte. Como canta el salmo: “Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?»” (Sal 41,4).

A continuación María es invocada con el sexto título: abogada (es decir, defensora e intercesora). Ella es la “mujer fuerte” que nos libra del mal. Le pedimos que vuelva a nosotros sus ojos, que tienen el color más hermoso que uno pueda imaginar. No son azules ni verdes, marrones o negros: son misericordiosos. No podrían ser de otra manera tratándose de una Madre a la que hemos invocado como Madre de misericordia. Pero ella no es solo abogada, es también misionera. Por eso le pedimos que nos muestre a su Hijo Jesús, que nos lleve a él, que, del mismo modo que Jesús se encarnó en su vientre joven, se encarne en nosotros mediante la fe.

El canto termina con tres piropos lanzados a la Virgen María: clemente, piadosa y dulce. Igual que sucedía con los títulos iniciales, cada uno de estos tres rasgos resume un mundo. El pueblo cristiano lo ha intuido; por eso no se cansa de repetirlos. Es probable que hoy, con una sensibilidad distinta, usemos otros, pero no podrían competir con las resonancias acumuladas a lo largo de la historia por los tres clásicos. Este es un  tesoro que no tiene precio ni se puede improvisar.

Os dejo con un vídeo que pone una nota de humor en este sábado mariano de febrero. 


1 comentario:

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.