martes, 19 de enero de 2021

La tendencia pornográfica

Parece que la pandemia ha aumentado el consumo digital de pornografía. Parece también probado que la edad de inicio en el consumo del porno cada vez desciende más. Hay muchos adolescentes, e incluso niños, que se enganchan a través de Internet. Para muchos padres y educadores constituye una fuente de preocupación porque la pornografía en Internet sustituye a la necesaria educación sexual que los niños, adolescentes y jóvenes deberían recibir en la familia y en la escuela. Sobre estos temas se escribe mucho en ámbitos pedagógicos. Pero, aun siendo muy preocupante este fenómeno, no quiero fijarme en él, sino en lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad. Esta no se limita a una “presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación” (como define el diccionario de la RAE la palabra “pornografía”), sino que apunta a la abolición de cualquier sentido de límite. 

Estamos viviendo un momento en el que muchas personas aspiran a una libertad carente de cualquier límite. Se sienten con derecho a todo. Para algunos, esta tendencia es fruto del “endiosamiento” del hombre debido a los ideales autónomos de la modernidad. Para otros, es una consecuencia de la caída de relatos y de fundamentos acaecida durante la posmodernidad, etc. Más allá de sus verdaderos orígenes, la tendencia a transgredir por el mero placer de transgredir parece un rasgo típico de nuestro tiempo. Encontramos muchas manifestaciones. El episodio más reciente ha sido el asalto al Capitolio de Washington, que simboliza el “monte sagrado” de la democracia estadounidense y que evoca la colina capitolina romana.

¿Por qué tantos hombres y mujeres de todas las edades sienten que pueden hacer lo que les venga en gana, que no hay ningún límite que pueda interponerse entre sus deseos y la realidad? Creo que no hay una sola razón que explique esta tendencia, pero intuyo que, en el fondo, se trata de una pérdida del sentido sagrado de la realidad. Es cierto que la secularización de las cosas nos ha llevado a una actitud de dominio y, en consecuencia, a un gran progreso material. En esta carrera hemos creído que no hay ningún límite que no podamos sobrepasar, convencidos de que “todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable”. No sabemos ya qué significa la sacralidad del ser humano y de la naturaleza. Nos sentimos autorizados a manipular todo si en ello encontramos excitación, placer o provecho. En el campo de las relaciones humanas, la otra persona se convierte en un “objeto” al servicio de mis necesidades afectivas, de mis fantasías sexuales o de mis apetencias manipuladoras. Creo que a este fenómeno se refiere Byung-Chul Han cuando denuncia la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad, y no solo al consumo exagerado y adictivo de imágenes de alto voltaje sexual. 

En realidad, se trata de una tendencia tan antigua como el ser humano. De hecho, en el libro del Génesis encontramos la clave que nos permite descifrar este misterio. Pone en la boca de Dios esta advertencia: “El Señor Dios dio este mandato al hombre: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir»” (Gn 2,16-17). Esta advertencia sigue siendo válida para los seres humanos de todos los tiempos. Pero, como sabemos por experiencia, dentro de nosotros hay una “serpiente” (el propio yo envalentonado) que nos instiga a no escuchar la voz de Dios. Lo que sucede como consecuencia se expresa muy bien en el lenguaje mítico-simbólico del Génesis: “Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron” (Gn 3,6-7).

Cuando traspasamos los límites de ese espacio “sagrado” que pertenece a Dios (por ejemplo, el misterio de la otra persona), caemos en la cuenta de nuestra desnudez. No es nada extraño que las mismas personas que quieren romper todos los límites (el consumo de pornografía es solo un indicador) experimenten como consecuencia una profunda desnudez, una gran vaciedad interior y una esclavitud adictiva. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? Si nos da igual manipular a las personas o reducirlas a “objetos” de consumo sexual, si no tratamos con delicadeza a los ancianos, si no respetamos la sede de las instituciones públicas, si abusamos del lenguaje obsceno e insultante, si nos reímos de los símbolos colectivos que han expresado nuestra identidad multisecular, si jugamos con el nacimiento (aborto) y la muerte (eutanasia), si incentivamos la prostitución, si entramos en una iglesia y no experimentamos la necesidad de arrodillarnos ante el tabernáculo que guarda la presencia sacramental de Jesús y nos comportamos como si estuviéramos en un museo… no nos extrañemos de que muchas personas vivan una existencia gris y alienada. No nos escandalicemos de que crezcan tanto las industrias y programas de “entretenimiento”. Cuando hemos perdido el sentido de la “sacralidad” de la vida como don de Dios, entonces no tenemos más remedio que rellenar el vacío a base de cosas que hagan más llevadera una existencia insignificante. 

Creo que la “tendencia pornográfica” de nuestra sociedad solo se supera cuando perforamos la realidad cotidiana y nos abrimos al misterio sagrado que subyace, porque toda realidad, en un grado u otro, transparenta el misterio de Dios. En el caso del ser humano, esta transparencia alcanza su ápice porque hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (cf. Gn 1,26). 

2 comentarios:

  1. En estos tiempos que vivimos, casi sin darnos cuenta, se está produciendo un giro de la vida, se va adquiriendo una visión diferente de muchos aspectos, se crean necesidades, empieza a surgir respuestas de crispamiento, queremos huir de la excesiva e insegura autoridad… Sí, hay una necesidad de libertad que cada cual canaliza como puede o como quiere e incluso, todo ello, se va produciendo de una manera inconsciente.
    Pues sí, se ha perdido la sacralidad del ser humano y de la naturaleza… Va aumentando, cada día más, el ver al otro como un peligro, casi diría como un enemigo… Se transmite, de muchas maneras: miradas, actitudes, gestos, palabras… He sido testigo de una persona recién diagnosticada que dio positivo y al encuentro con otra persona, cercana a ella, da un paso atrás, hace un gesto con la mano, estirando el brazo todo lo que puede y verbaliza: “no te acerques, que he dado positivo de Covid-19”…
    Para comprenderlo, con toda profundidad, hay que presenciarlo. Gracias Gonzalo por toda la profundidad de tu reflexión.

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  2. Considero que hemos perdido el concepto de a quien adoramos. Hemos quitado al Dios Abbá de Jesús de los altares y hemos colocado a otros ídolos. Estamos perdiendo el Camino y olvidamos que lo sagrado hace visible lo invisible. Saludos Gonzalo desde Venezuela, y mil gracias por tus escritos diarios.

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