domingo, 24 de enero de 2021

Cambia el chip y fíate

En este III Domingo del Tiempo Ordinario celebramos el Domingo de la Palabra. El tema de este año está tomado de la Carta de san Pablo  a los Filipenses: ¡Mantengan firme la Palabra de la Vida! (cf. Fil 2, 16). Es el segundo año que se celebra por deseo del papa Francisco. Necesitaremos aún unos cuantos años más hasta que cale en el pueblo de Dios y se convierta en una tradición. Precisamente Jesús en el evangelio de hoy (Mc 1,14-20) nos invita a convertirnos y creer en la palabra del Evangelio “porque se ha cumplido el plazo: está cerca el reino de Dios”. Antes de que nosotros demos un paso, Jesús se acerca a la Galilea donde nosotros vivimos, a esta cultura nuestra que mezcla la fe con la idolatría moderna, la confianza en Dios con el escepticismo, la solidaridad con la búsqueda del propio interés. En esta Galilea contemporánea, en el seno de nuestros pueblos y ciudades, sigue sonando el anuncio de Jesús: “El reino de Dios está cerca”. 

Es una fórmula que tal vez no tenga la fuerza que pudo tener en el siglo I, pero condensa todo lo que nosotros buscamos y deseamos. Es como si Jesús nos dijera: “Donde yo estoy, está el perdón, la paz, la justicia, la alegría, el amor; donde yo estoy, está Dios porque Dios es amor”. ¿No es esto lo que los seres humanos buscamos en el fondo de todos nuestros afanes? Jesús no nos exige esfuerzos titánicos ni actos extraordinarios. Nos pide que nos fiemos de esta “buena noticia”; es decir, que creamos en el Evangelio. No se trata de una “fake news” como las que hoy se prodigan. Es auténtica palabra de Dios, viva y eficaz. ¿Seremos capaces de fiarnos de ella?

Para dar el paso de la desconfianza a la confianza, de la duda a la fe, necesitamos convertirnos; o sea, cambiar de mentalidad, hacer el camino de vuelta desde nuestra manera de ver las cosas a la manera de Dios. En lenguaje moderno, necesitamos cambiar nuestro chip mental y cordial. No es una invitación a un cambio moral (que, en todo caso, llegará como fruto de la conversión), sino una llamada a resetear nuestro disco duro y a instalar una nueva aplicación que nos permita entender la vida de otra manera. Hay una oración franciscana que expresa bien este cambio: “Que allí donde haya odio, ponga yo amor; / donde haya ofensa, ponga yo perdón; / donde haya discordia, ponga yo unión; / donde haya error, ponga yo verdad; / donde haya duda, ponga yo fe; / donde haya desesperación, ponga yo esperanza; / donde haya tinieblas, ponga yo luz; / donde haya tristeza, ponga yo alegría”. 

La historia nos demuestra que con frecuencia están más abiertos a este tipo de conversión, de cambio de chip, las personas increyentes que las muy religiosas. Las segundas están tan seguras en su posición que no experimentan la necesidad de ningún cambio. Las primeras, a veces desorientadas y confundidas, son capaces de dar un paso cuando la luz penetra en sus vidas. El relato del libro de Jonás que se lee en la primera lectura de hoy (cf. Jon 3,1-5.10) nos habla de la conversión de los habitantes de Nínive, megalópolis que simboliza la humanidad entera: “Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.

Para seguir anunciando esta “buena noticia” de que Dios quiere a los seres humanos, que no nos abandona a nuestra suerte, Jesús necesita colaboradores que sigan pescando en este inmenso mar del mundo. Necesita “pescadores de hombres”. El sintético relato de Marcos nos habla de dos parejas de hermanos entre los primeros llamados: Simón y Andrés, Juan y Santiago. Jesús no busca un perfil de excelencia ni hace una clara job description. Cualquier persona puede ser llamada a colaborar con él, más allá de su temperamento, nivel de instrucción, cualidades o defectos. Lo único que se necesita es una confianza sin límites en Jesús y una respuesta generosa. 

Lo que nos cualifica para ser “pescadores de hombres” (todos los cristianos, no solo los sacerdotes y religiosos) no es, pues, un currículo impecable, sino la confianza en Jesús y la generosidad para entregarnos a su causa. Hay gente excelente que nunca da el paso porque no se quiere arriesgar. Imitan la actitud del joven rico. Y gente humanamente limitada que no tiene miedo a la hora de entregar la vida. se parecen al grupo de los doce. Jesús busca a los últimos. ¡Cómo cambiaría la pastoral de la Iglesia si en su “pastoral vocacional” se atuviera a la estrategia de Jesús y no a los “perfiles profesionales” que manejan las empresas y los cazatalentos! Bienvenidas las cualidades y competencias, pero lo que de verdad se necesita para ser un mensajero de “buenas noticias” (evangelio) es cambiar el chip y fiarnos a tope de Jesús.



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