domingo, 21 de febrero de 2016

¿Desfigurados o transfigurados?

Hoy luce un sol radiante en Roma. Es como si el tiempo se pusiera a tono con el evangelio del segundo domingo de Cuaresma, que habla de la transfiguración de Jesús en lo alto de un monte: “Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos” (Lc 9,29). Me gustaría darme un paseo por Villa Glori o Piazza del Popolo para disfrutar del buen tiempo, pero debo quedarme en casa. Hoy me toca atender la portería y el teléfono. Es un servicio rotatorio que asumimos todos los miembros de la comunidad el fin de semana para que los empleados puedan descansar. Esto me permite leer y escribir con calma.

El pasado domingo, sin embargo, después de celebrar la Eucaristía en una residencia de ancianas, fui con mi amigo Juan, venido de Sevilla, a nuestra iglesia de Santa Lucia in Gonfalone, en el corazón de la Roma renacentista. Cada domingo, en la cripta polivalente (que lo mismo hace de sala de conferencias y de conciertos que de comedor), un grupo de unos 20 voluntarios, animado por el claretiano Franco Incampo, organiza una comida para los mendigos y los sintecho. Viene gente del barrio y de otros lugares de Roma. Hay italianos y extranjeros (casi al cincuenta por ciento), hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Juan y yo estuvimos de voluntarios. En el grupo había también una japonesa y una francesa. Entre todos preparamos trece mesas para ocho comensales cada una (comieron más de cien personas en total). Juan y yo servimos con cariño el menú a los comensales de la mesa 7: entrantes varios, pasta, salchichas de pavo (el cerdo está vedado por la presencia de varios musulmanes), verduras, fruta y dulces. Todo ello regado con zumos de frutas, agua y Coca-Cola, que algunos mezclaban sin ninguna preocupación dietética. En estos comedores, el vino es una bebida un poco peligrosa. Como era san Valentín, todos se llevaron un bacio perugina (típico bombón italiano) con un mensaje de amor en cuatro lenguas.  
Cuando muchos bajaban las escaleras de la cripta venían desfigurados, tristes, como si sus caras fueran el mapa de las desgracias acumuladas. Algunos olían muy mal. De hecho, uno de los comensales de la mesa 7 se negó a sentarse en ella porque una anciana despedía un olor nauseabundo. La comida, la conversación y el hecho de sentirse acogidos fueron cambiando el rostro de la mayoría. Empezaron a sonreír. Dos (un barbudo anciano y una chica joven) se animaron a cantar canciones típicas italianas. Se produjo una “transfiguración” de dimensiones domésticas. Los rostros ajados por la vida de la calle cobraron una expresividad que permanecía como sepultada bajo las arrugas de la mayoría.
Caigo en la cuenta de que todos tenemos el poder de transfigurar las cosas, incluso las realidades  más desfiguradas. Basta mirar a los ojos de las personas, reconocer su dignidad, sonreír y estrechar una mano. Pocas armas son más transformadoras que este compuesto que no es necesario adquirir en ninguna farmacia porque nos viene de serie.

3 comentarios:

  1. Qué maravilla!!! Seguro que la sonrisa, conseguida con ese amor claretiano que todos podemos tratar de ejercer, sirvió para vivir un domingo mucho más completo.

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  2. Gundisalvus, si que tenemos trabajo que realizar ante los disfuguros que vivimos para transfigurarlos en lo que deben ser: presencia viva de la Bondad, la Belleza y la Verdad. Gracias por tu reflexión en este tiempo y espacio de búsqueda. Animo y saludos desde México.

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  3. Super! es la transfiguración espléndida que llega cuando se arde en caridad! Bendiciones desde Panamá!

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