sábado, 26 de marzo de 2022

No será así entre vosotros


Ayer vi por televisión la celebración penitencial que tuvo lugar en la basílica de san Pedro de Roma, seguida por la consagración del mundo (y especialmente de Rusia y Ucrania) al Inmaculado Corazón de María. Fue un acto sobrio, medido, sobrecogedor, con la dignidad y belleza con que se suelen hacer las celebraciones en el Vaticano. 

Me impresionó ver al papa Francisco acercándose a uno de los confesionarios que hay en la zona penitencial de la basílica. Primero se confesó como un penitente más y luego confesó a algunos fieles como ministro de la reconciliación. Las cámaras del Centro Televisivo Vaticano reflejaron la escena, pero enseguida se retiraron para guardar la debida discreción. Confesarse significa reconocer que todos tenemos parte en este mercado común de la ignominia que aflige a nuestro mundo. La guerra es también una consecuencia de nuestro pecado personal. Solo las personas reconciliadas pueden ser artesanas de paz. No cabe esperar acuerdos duraderos entre personas egoístas y envidiosas. 

Me impresionó igualmente ver al anciano pontífice, sentado en una silla, frente a la imagen de la Virgen de Fátima, leyendo con rostro serio la larga oración de consagración al Inmaculado Corazón de María. Parecía que la joven madre contemplaba con mucha ternura a su anciano hijo. Esa diferencia de edad entre la imagen de María y el papa Francisco me llegó al alma. Es como si la Madre -en un imposible milagro biológico- siempre fuera más joven que sus hijos. María representa la permanente lozanía de la Iglesia, la esperanza de que la Iglesia siempre está renaciendo. 

Hoy los periódicos hablan de que Rusia no pretende conquistar toda Ucrania sino solo “liberar” la región del Donbás. Era lo previsible. Me lo había adelantado hace semanas mi amigo ucraniano Mijail. Para conseguir ese corredor terrestre hacia Crimea y el Mar Muerto, Rusia había ideado una estrategia invasiva de modo que, en el momento de una posible negociación, pudiera jugar con ventaja. El problema es que esta estrategia, aparte de haber resultado militarmente un fracaso, ha supuesto la pérdida de muchas vidas humanas. Los daños materiales tienen menos importancia porque enseguida se moverán las ayudas internacionales a cambio de algunas materias primas ucranianas. 

Esta guerra nos está haciendo ver los frágiles equilibrios sobre los que se asienta la paz mundial. Parece que el viejo adagio “si vis pacem para bellum” (si quieres la paz prepara la guerra) -atribuido erróneamente a Julio César- sigue vigente. China contempla la escena a una cierta distancia, calcula los riesgos de una posible intervención y busca, sobre todo, asegurar su primacía económica a medio plazo y, cuando lo juzgue oportuno, hacer una operación parecida para “liberar” Taiwán.


Escribo estas líneas en Colmenar Viejo, donde me encuentro dando un taller de liderazgo discerniente al nuevo gobierno provincial de la provincia claretiana de Santiago. Me pregunto qué podemos aprender de esta situación mundial en el ejercicio del gobierno de una provincia religiosa. Gracias a Dios, a pesar de todas sus imperfecciones, el gobierno en la vida religiosa goza de un sistema de equilibrios y controles que impide una actuación tan despótica como la de Putin. Pero no está exento de tentaciones, abusos y negligencias. 

En este contexto suenan con mucha fuerza las palabras de Jesús: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,25-28). 

Hoy me impresionan las palabras: “No será así entre vosotros”. De hecho, lo es. Tanto Rusia como Ucrania son dos países de tradición cristiana, predominantemente ortodoxa. Entre ellos está sucediendo lo que Jesús decía que nunca tendría que suceder entre sus seguidores: que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Está claro que la común fe cristiana está teniendo menos peso que los intereses geoestratégicos. Ha sucedido muchas otras veces a lo largo de la bimilenaria historia de la Iglesia. Muchos conflictos, presentados como religiosos, eran, en realidad, una lucha por defender otro tipo de intereses; sobre todo, políticos y económicos. 

Lo que vemos a gran escala entre dos países “cristianos” puede suceder a menor escala entre familias, comunidades, parroquias, institutos religiosos que se declaran también cristianos. El principio “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” no acaba de hacerse cultura cotidiana y mucho menos praxis jurídica. Estamos siempre aprendiendo a ser cristianos.

1 comentario:

  1. Cuando hay relaciones humanas, en más o menos intensidad, entran las rivalidades y muchas veces no hay malas intenciones, porque ambas partes se consideran poseedoras de la verdad.
    Tienes razón Gonzalo, nunca acabamos de aprender a ser cristianos…

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