jueves, 21 de julio de 2016

Yo estoy siempre con vosotros

Durante la estación seca los amaneceres son frescos en Kinshasa. En los últimos días no estoy en el centro de la ciudad sino en una casa que las Carmelitas de la Caridad tienen en una loma en la zona de Kimwanza. Aquí el frescor matutino es todavía mayor. Se agradece. A eso de las 5,45, entre dos luces, paso un tiempo tranquilo en la capilla mientras el día se pone en marcha. Es una capilla sobria, con un hermoso Cristo negro crucificado hecho en madera de ébano. Alrededor del sagrario, con letras recortadas de papel blanco, las religiosas han puesto una frase de Jesús: “Je suis toujours avec vous” (Yo estoy siempre con vosotros). Son cinco palabras que he meditado muchas veces. En estos días se han cargado de sentido. La proliferación de noticias sobre atentados terroristas en diversas partes del mundo, las predicciones apocalípticas de algunos que hablan de una tercera guerra mundial en curso y, en general, la inestabilidad política y económica en muchos países producen la sensación de que “estamos dejados de la mano de Dios”. Muchas personas tienen la impresión de que todo escapa a nuestro control, de que nuestra capacidad de respuesta es mínima, por no decir nula.

A esto se añaden las noticias que hablan de los avances en genética, nanotecnología, inteligencia artificial, etc. Ayer mismo leí las declaraciones de un científico que afirmaba que en 2045 la muerte será opcional; es decir, que cada uno podrá decidir si quiere vivir indefinidamente (incluso rejuvenecer) o prefiere poner fin a la existencia. Las conexiones entre el cerebro humano y los ordenadores serán algo común. Habrá un transvase mutuo de información. Es como si estuviéramos aproximándonos al final de un mundo en el que el ser humano ha sido el centro e introduciéndonos en otro en el que las máquinas nos van a reemplazar. Cuando contemplo que también en África muchas personas se pasan el día pendientes de sus móviles, intuyo que, efectivamente, estamos entrando en un mundo nuevo. Es solo el comienzo de una profunda revolución. Me viene a la cabeza una frase del final del libro del Apocalipsis: “El primer mundo ha pasado”. Siguen siendo frescas las palabras que san Juan XXIII pronunció el 11 de octubre de 1962, al alba del Concilio Vaticano II: 
«Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina […] Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia»
En este contexto las palabras de Jesús cobran un significado nuevo: “Yo estoy siempre con vosotros” (cf. Mt 28,20). Todo cambia, pero Jesús permanece. La carta a los Hebreos dice que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8). Esta es la base de nuestra confianza. Sin este punto firme uno acaba engullido por el remolino de los acontecimientos. 
Quizá necesitamos un cambio de perspectiva. Quien contempla el futuro como una amenaza vive siempre a la defensiva. Todo cambio le parece negativo. Quien cree que la historia está conducida, en último término, por el Espíritu de Dios, vive con una inquebrantable confianza. El Señor está siempre con nosotros. Su Espíritu empuja todo el cosmos hacia la consumación final en Cristo. No estamos abandonadas a un destino ciego. 
Necesitamos también una actitud mariana. En medio de las encrucijadas, podemos decir: "Aquí esta la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra" (Lc 1,38).



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