jueves, 8 de julio de 2021

Un cansancio infinito

En los tres días que llevo en Madrid he tenido ocasión de hablar con varias personas (hombres y mujeres) que padecieron el Covid en los últimos meses. Todos me dicen que, aunque clínicamente lo han superado, siguen acusando un cansancio persistente, como si el virus les hubiera disminuido la capacidad de recuperación y, de paso, las ganas de vivir. Supongo que se trata de secuelas no generalizables, pero ahí están. El Covid-19 es un virus decididamente ultramoderno. Parece tener las principales características de nuestro tiempo. Es global, interclasista, mutante, sinuoso y escéptico. 

A veces pienso que la naturaleza se ha empeñado en darnos un veneno hecho con nuestros propios ingredientes. Es la forma desesperada de hacernos ver a dónde conduce un estilo de vida desnortado. Ya sé que es una hipérbole hablar de la naturaleza en estos términos antropomórficos, pero a veces es la única forma de darnos cuenta de lo que está pasando. Si el virus “se queda” en nuestro organismo en forma de cansancio infinito ¿no será un recordatorio del infinito cansancio vital que llevamos décadas arrastrando?

Cuanto más sabemos sobre la vida y el universo, menos sabemos cuál es nuestro puesto. Y, por supuesto, menos creemos en Dios. Nos alejamos tanto de él que, al final, nos parece un puntito insignificante en el horizonte de nuestra vida. Recuerdo a este respecto la historia del padre que le preguntó a su hijo pequeño de qué tamaño era el avión que en ese momento estaba surcando el cielo. El niño, llevándose la mano a las cejas para protegerse del sol, lo miró y dijo: “Papá, un avión es una cosa muy pequeñita que vuela entre las nubes”. Pocos días después, el papá lo llevó a un aeropuerto y lo puso delante de un Airbus-340. “¿De qué tamaño es el avión?”, le preguntó de nuevo. “Es enorme”, respondió el niño asombrado. 

La moraleja en relación a Dios es clara. Cuanto más lejos estamos de él, más pequeño e insignificante nos parece hasta el punto de poder incluso negar su existencia. Es solo una especie de nube en el horizonte. Cuanto más lo buscamos y nos acercamos a él, mayor nos parece su misterio.

No estoy viendo que el “cansancio infinito” producido por el Covid -y que quizá sea solo la expresión somática del cansancio existencial que arrastramos desde hace tiempo- esté llevando a muchas personas a una renovada búsqueda espiritual. Lo que observo es una cierta parálisis y languidez, como si no estuvieran los tiempos para grandes aventuras. Todo me parece un compás de espera.  Todavía no sabemos si saldremos mejores o sencillamente acabaremos lastrados. Un día nos ilusionamos con el avance de las campañas de vacunación (y hasta exhibimos ufanos nuestro “certificado digital”) y al día siguiente nos asustamos con la “quinta ola” que viene. “Esto no acaba nunca” me decía hace un par de días con un deje de tristeza una persona querida. 

Nos cansamos de esperar el final del túnel porque el Covid mismo se ha encargado de agotarnos más para que la espera se nos haga infinita. Se requiere, pues un temple sereno. La humanidad ha pasado por otras encrucijadas en las que parecía que todo podía colapsar. Sin embargo, la vida ha encontrado nuevas formas de expresión. Se ha abierto paso como el agua que se filtra por entre las hendiduras de las rocas. También esta vez será así, pero debemos moderar las expectativas, mantener la calma y apoyarnos unos a otros para que el cansancio no acabe dejándonos exhaustos y aislados.

1 comentario:

  1. Sí, hay un cansancio persistente entre los que han padecido el Covid y también hay otro tipo de cansancio que parece que las personas vayamos un poco “aletargadas”… Se percibe una desgana, una falta de ilusión, una falta de perspectiva… Hay mucha amenaza, miedo…
    Me viene muy bien la moraleja del cuento del niño y del avión, cuando la aplicas en relación a Dios: “Cuanto más lejos estamos de él, más pequeño e insignificante nos parece hasta el punto de poder incluso negar su existencia. Es solo una especie de nube en el horizonte. Cuanto más lo buscamos y nos acercamos a él, mayor nos parece su misterio”.
    Gracias Gonzalo, porque nos ayudas a ver la parte positiva de la vida, esta positividad que no nos ofrece la sociedad y además nos sumerges en la espiritualidad.

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