martes, 14 de marzo de 2023

Es cuestión de tiempo


Entre los extranjeros que viven y trabajan en este inmenso continente se suele hablar del “mal de África”. No se trata de una enfermedad como el paludismo o el tifus, ni siquiera de un sentimiento de admiración, nostalgia o rechazo. Es algo más indefinible, la combinación de dos extremos que parecen irreconciliables. El “mal de África” consiste en experimentar una irresistible atracción por esta tierra (sus gentes, sus tradiciones y sus paisajes) a la vez que se sufren sus problemas (climas extremos, enfermedades, miseria, corrupción, etc.). Si no fuera porque se puede interpretar mal, casi podríamos decir que se trata de una variante del masoquismo: encontrar placer en medio de situaciones que resultan duras y dolorosas. 

Pues yo, una vez más (y ya van alrededor de veinte), he experimentado el “mal de África” en estas semanas en Camerún. He padecido el calor, me he defendido de los mosquitos, me he bañado con un simple cubo de agua, he experimentado un poco el caos circulatorio del centro de Yaundé, he visto la miseria de los barrios periféricos, pero me he sentido atrapado por la vitalidad y generosidad de su gente. Esta vez, dado el objetivo de mi viaje, apenas he tenido contacto con la naturaleza exuberante de este lugar o con las comunidades cristianas, salvo una comida compartida con la comunidad parroquial de San Antonio María Claret y una cena con la de la parroquia de San Carlos Lwanga.


No tengo ninguna duda de que el futuro le pertenece a África. Aquí veo el reverso de todo lo que está sucediendo en Europa. Mientras en el viejo continente vivimos un invierno demográfico, aquí se está produciendo una explosión de nacimientos (sobre todo, en Congo y Nigeria). Mientras en Europa nos quejamos de que no hay trabajos adecuados para los jóvenes bien formados, aquí muchos jóvenes arriesgan su vida cruzando el Mediterráneo en barcazas o pateras miserables para buscar una vida mejor en otro lugar. Mientras nosotros decimos que el aborto es un derecho de toda mujer y legislamos sobre el suicidio asistido y la eutanasia, en África los niños y los ancianos se consideran una bendición de Dios. 

Mientras nosotros cuestionamos todo y nos dejamos dominar por el escepticismo, en África disfrutan cantando y bailando sin necesidad de muchos medios. Mientras nosotros nos declaramos agnósticos o renegamos de la religión, en África descubren la presencia de Dios en todo y la alaban con gratitud, humildad y alegría. Mientras en Europa la mayoría de los católicos no participan en la eucaristía dominical porque tienen otras cosas más interesantes que hacer, en África miles (millones) de personas tienen que caminar varios kilómetros a pie para no perderse ni un solo domingo el encuentro con el Señor y la comunidad. Mientras nosotros miramos a un pasado glorioso (del que, por otra parte, nos hemos desenganchado), en África sueñan con un futuro mejor. 

¿Hay alguna duda acerca de por dónde va la historia? Es cuestión de tiempo. No sucederá en este año, ni en esta década, pero creo que, hacia mediados de este siglo, África será la “reserva de la humanidad” y de la Iglesia. Los depredadores del mundo ya hace tiempo que han puesto sus ojos en este rico continente. Ayer fueron las potencias europeas colonialistas. Hoy son Estados Unidos, Rusia y, sobre todo, China. Pero África es demasiado vieja y sabia como para dejarse engatusar durante mucho tiempo. El futuro siempre es de quienes sueñan y luchan, de quienes lo pasan mal y se esfuerzan por vivir mejor, de quienes apuestan por la vida y no por la muerte, de quienes quieren aprender y estudian, de quienes saben trabajar y bailar, sufrir y gozar. Es cuestión de tiempo


Es verdad que con frecuencia criticamos muchas cosas de África desde la perspectiva europea. Hablamos de la corrupción política, del tribalismo, de las dificultades para entender y vivir las exigencias de la vida consagrada, de la violencia, etc. Todo esto es verdad, pero no sabe uno qué es preferible: si estos males rudos, declarados, o los males de guante blanco que produce la hipocresía occidental. 

Al final, no se trata de bendecir a unos y maldecir a otros, ni siquiera de hacer una alabanza de los pueblos africanos como expiación por las explotaciones a las que han sido sometidos a lo largo de la historia. Se trata de abrir los ojos, reconocer nuestras riquezas respectivas y ponerlas en juego al servicio de ideales compartidos, tanto en la sociedad como en la Iglesia. 

Creo que los misioneros de las últimas décadas han hecho una extraordinaria tarea de mediación entre dos mundos. Han traído a África muchos medios que han ayudado a su desarrollo. Han llevado a Europa y a América una nueva sensibilidad en la que el respeto a Dios, a la vida en general y al ser humano en particular está por encima del desarrollo tecnológico sin alma. Toda la siembra producirá su fruto. Es cuestión de tiempo.



1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo, por darnos a conocer la belleza de África de una manera muy dinámica y contrastada con lo que estamos viviendo en Europa. Nos das una visión positiva y podemos valorar su evolución.

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