domingo, 18 de junio de 2023

Expertos en ovejas descarriadas


El evangelio de este XI Domingo del Tiempo Ordinario presenta la imagen de un Jesús muy compasivo: “Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). Como él solo no puede pastorearlas, pide a los suyos que rueguen al Padre para que envíe más obreros a su mies. Por su parte, él escoge a doce colaboradores (cuyos nombres son consignados uno por uno) y los envía con instrucciones muy concretas: “Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10,8). 

Me llama la atención esta especial solicitud de Jesús por las ovejas que no tienen pastor y por las descarriadas. ¿También hoy estamos extenuados y abandonados y caminamos como “ovejas que no tienen pastor”? ¿También hoy somos “ovejas descarriadas” que necesitan saber que el reino de los cielos está cerca?


No me gusta mirar al mundo con ojos catastrofistas, aunque reconozco que hay muchos indicadores que invitan a ello. Estoy convencido de que el Espíritu de Dios está actuando en los seres humanos. Por eso, a pesar de tantas contradicciones y descarríos, seguimos adelante. Esta convicción no me impide ser sensible a la realidad de muchas personas que están extenuadas y cansadas. Veo a jóvenes que no esperan gran cosa del futuro y que se pasan las horas muertas pegados a una pantalla de móvil o de ordenador, navegando por un mundo virtual que les resulta más atractivo que el mundo gris y competitivo que ven a su alrededor. Veo a adultos que repiten la secuencia trabajo-descanso-trabajo sin encontrarle mucho sentido, por pura necesidad, que añoran el fin de semana y las vacaciones, y que, en medio de todo, no acaban de encontrar una satisfacción profunda. 

Veo también a algunos religiosos y sacerdotes que se encuentran desfondados, como si la realidad los aplastase, sin ganas de “curar enfermos y echar demonios”, porque ellos mismos se sienten enfermos y prisioneros de una especie de estrés diabólico insuperable. Veo a ancianos que se preguntan si ha merecido la pena vivir como han vivido cuando hoy se han derrumbado sus viejas convicciones y parece que los jóvenes están a años luz de lo que para ellos fue determinante.


La actitud de Jesús ante un panorama así no es el reproche (aun cuando tendría muchos motivos para tirarnos de las orejas), sino la compasión. Solo quien se siente acogido y perdonado puede enderezar el rumbo de su vida. De nada sirve que yo me queje de que los jóvenes no valoran el matrimonio, por ejemplo, si no hago nada por hacerles ver la “novedad” que supone que un hombre y una mujer se comprometan a vivir un proyecto de amor personal, fecundo y fiel que es, en sí mismo, un reflejo de la realidad de Dios. 

Tampoco sirve de mucho quejarnos de que las iglesias se vacían, de que los institutos religiosos no paran de cerrar casas y obras, si no somos capaces de hacer ver que la Eucaristía es el alimento del camino, que no hay comunidad sin celebración y que la vida consagrada es una forma de vida que nos ayuda mantener la frescura del evangelio. 

En el caso de Jesús, la compasión va acompañada por la elección de colaboradores y por el envío misionero. No se reduce a un mero sentimiento. Lo mismo tendría que suceder hoy. ¿A quiénes convoca Jesús para acompañarlo en su misión? ¿Cuántos se sienten interpelados? ¿Estamos curando las enfermedades modernas y expulsando los demonios que nos paralizan? ¿Cómo damos gratis lo que hemos recibido gratis? Todos estamos llamados a ser “expertos en ovejas descarriadas” porque nosotros mismos hemos experimentado lo que significa andar por un camino errado y sentirnos acogidos y guiados por Jesús.

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