miércoles, 19 de julio de 2023

Entra, siéntate, escucha


Imagina que vas caminando por las calles de una ciudad cualquiera. Hay coches y peatones. El ruido te molesta. Buscas la sombra para protegerte del sol. De repente, en una esquina de la calle, aparece una iglesia. Has pasado por ese lugar muchas veces, pero hoy sientes un impulso a entrar. Llevas prisa, pero algo te dice que entres. No lo dudes, entra. La iglesia está casi vacía. Hay algunas personas orando distribuidas a lo largo de la nave central. Busca un sitio discreto. Siéntate. No mires el reloj. Respira hondo varias veces. No hace falta que digas nada. 

Permanece en silencio. Atrévete a escuchar esa música callada que llevas dentro. Dirige tu mirada al sagrario. Cae en la cuenta de que estás envuelto por la presencia divina. Déjate llevar. Es muy probable que enseguida acudan a tu mente recuerdos, preocupaciones, rostros de personas, planes pendientes o sentimientos de vacío o de culpa. No tengas miedo. Salúdalos con amabilidad. Resiste. Disfruta.


A veces, cuando la vida se torna anodina o cuando nos llueven los problemas, lo mejor que podemos hacer es entrar en una iglesia, sentarnos y escuchar. Parece una rendición, pero es el comienzo de una paz nueva. Puedes entrar en un centro comercial con aire acondicionado, pero entonces se dispararán los demonios de la apariencia y el consumismo. Puedes entrar en un bar y tomarte una cerveza fría, pero entonces volverás a tener sed. Puedes sumergirte en la sala fresca de un cine, pero las fantasías de la pantalla solo conseguirán mitigar un poco el peso de la vida. Puedes llamar a un amigo y contarle lo que te pasa. Eso se aproxima bastante a lo que puedes experimentar si te dejas hablar por Él. 

Tenemos al alcance de la mano la posibilidad de dejarnos curar por la presencia misteriosa de Jesús. Basta que entremos, nos sentemos y escuchemos. El primer registro es el silencio y, con él, las sombras y los miedos. Pero, poco a poco, la maraña interna se va despejando. Entonces lo primero que sentirás es que Alguien te ama sin pedirte un informe completo de tu vida. Simplemente existe. Está junto a ti. Te pregunta qué conversación llevas por el camino. Y escucha todo lo que tienes que decirle.


Lo pensaba mientras recorría las calles de Madrid a las 6,30 de la mañana, testigo de un amanecer con calima. Por las calles casi desiertas se cruzaban los barrenderos matutinos, los repartidores que abastecían a los comercios, algunos viandantes como yo y los rezagados de la noche, con cara cansada y más alcohol en las venas del que sería deseable. Todas las iglesias estaban cerradas. 

¿Qué pasaría si alguno de los habitantes de la noche quisiera entrar, sentarse y escuchar? Estamos desperdiciando una oportunidad. Los parques silenciosos son una alternativa, pero no es lo mismo. Ni siquiera el amanecer visto desde el mirador de la plaza de la Armería. Hay lugares que son insustituibles, aunque Él está en todas partes.



2 comentarios:

  1. Como bien dices: “Hay lugares que son insustituibles, aunque Él está en todas partes”… En poblaciones pequeñas, que tenemos las iglesias cerradas, nos toca aprender a buscarle en algún rincón… en la casa misma, un lugar tranquilo adecuado para encontrar silencio y poderle escuchar…
    Cuando es posible sé que es importante entrar en una iglesia, que todo el ambiente ayuda a “escuchar”… Es la experiencia de que en el silencio nos habla.
    Gracias por las consignas que nos das, entre ellas las que más me resuenan son: “No mires el reloj… Déjate llevar… No tengas miedo…”
    Gracias Gonzalo por ayudarnos a preparar el terreno para poder sentir que Alguien nos ama… sin condiciones.

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  2. Lo encontramos en todo lugar, pero en el mejor lugar es en la iglesia

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