domingo, 30 de julio de 2023

Un corazón sabio


Este XVII Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a conjugar el verbo discernir: “yo discierno, tú disciernes, él discierne…”. No es en absoluto un verbo de uso común. Es probable que muchas personas no lo usen nunca en su vocabulario. Discernir no es simplemente aprender a tomar decisiones o a separar el bien del mal. Para un cristiano, discernir significa preguntarse por la voluntad de Dios en una determinada encrucijada de la vida. Por eso, no conviene abusar del término. Yo no discierno si me tomo un refresco de naranja o una cerveza. Simplemente escojo lo que me parece más refrescante. 

Preguntarse cuál es la voluntad de Dios implica que nos planteamos la vida en el horizonte de su relación con nosotros y de nosotros con él. Si no, ¿a santo de qué viene preguntarse por lo que va más en línea con su querer? Hoy se habla mucho de discernimiento. El papa Francisco dedicó el año pasado catorce catequesis a este tema en sus audiencias de los miércoles, que nosotros publicamos en un librito titulado Señor, ¿qué quieres que haga? 


Hay dos cosas que podemos hacer para aprender a discernir: pedirle a Dios la gracia de un corazón sabio y humilde (como hizo Salomón) y vivir nuestra relación con Dios como el tesoro de nuestra vida (como Jesús nos recomienda en el evangelio). A estas hay que añadir una actitud de “santa indiferencia”, como nos aconsejaba san Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebraremos mañana. 

Estamos acostumbrados a decidir, pero no siempre a discernir. A menudo, nuestras decisiones están guiadas por el interés, la expectativa de éxito, el miedo, el resentimiento o simplemente la utilidad. Discernir significa buscar la voluntad de Dios, no nuestro gusto. Una forma muy práctica de verificar si estamos discerniendo según el corazón de Dios, es preguntarnos si nuestras decisiones brotan de la compasión (como en el caso de Jesús) o de la indignación (como a menudo sucede con nosotros). Solo la compasión nos asegura que nos movemos en la esfera de Dios. 


Está terminando el mes de julio. Muchas personas han comenzado ya -o están a punto de hacerlo- sus vacaciones estivales. Y otras muchas tendrán que seguir con su rutina habitual porque no tienen medios para permitirse algunos días de asueto. En todas las circunstancias estamos llamados a ser nosotros mismos, incluso cuando nos abandonamos a la pereza sin sentir remordimiento por ello. Aprender a no hacer nada es casi una osadía en una sociedad tan productivista como la nuestra.



1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por tus aclaraciones sobre el discernimiento y ofrecernos material abundante para ello.

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