domingo, 18 de agosto de 2019

Probados a fuego

Este XX Domingo del Tiempo Ordinario viene cargado de energía. Jesús anuncia un fuego sobre la tierra. La imagen es un poco peligrosa en esta época veraniega en la que se multiplican los incendios en los montes. Pero el fuego de Jesús no es un fuego exterminador sino purificador. Es, en definitiva, el fuego del Espíritu Santo que nos ilumina, calienta, abrasa, purifica y cauteriza. Aunque es una energía de paz y reconciliación, va a provocar enfrentamientos y luchas. En tiempos pacifistas como como los nuestros, no estamos para predicciones que rompan nuestra tranquilidad. Si hay que elegir entre verdad y seguridad, solemos quedarnos con la última. Es imposible ser seguidor de Jesús y querer vivir siempre una vida exenta de tensiones y problemas. Tarde o temprano, si ponemos el dedo en la llaga, seremos perseguidos. Hoy no se estila una persecución física, sino mediática. La mejor manera de acabar con una persona es envenenar su fama. Disponemos de muchos medios para hacerlo. Una vez puesto en marcha el proceso, ya no hay nadie que lo pare. Tal vez por eso nos hemos vuelto un poco cobardes. Preferimos callarnos algunas opiniones –sobre todo, las que resultan políticamente incorrectas– para evitar el linchamiento público. Conozco a algunos obispos y sacerdotes que no se atreven a proclamar con claridad el Evangelio para no enfrentarse a las hordas modernas.

No tendríamos que extrañarnos demasiado si somos perseguidos. Jesús nos lo advirtió con claridad. En todas las épocas y lugares los cristianos que han sido consecuentes con el Evangelio han experimentado algún tipo de repulsa. Estar en el mundo sin ser del mundo exige siempre pagar un precio. Si hoy, por ejemplo, defiendes que en el proyecto de Dios el ser humano ha sido concebido como hombre o como mujer –y no como algo neutro, moldeable según la propia voluntad o la cultura ambiental– lo más probable es que los representantes de la llamada “ideología de género” se levanten en armas. Si uno cree que todo ser humano tiene derecho a la libre circulación en busca de una vida mejor, enseguida será tachado de antipatriota o de algo peor. Los ejemplos se pueden multiplicar. Todo lo que cuestione el orden imperante acaba siendo criticado y, si es posible, reprimido. Es obvio que el Evangelio de Jesús tiene muchos aspectos cuestionadores. Los cristianos acentuamos unos y silenciamos otros, a veces según nuestra conveniencia; otras, atendiendo a las circunstancias de tiempos y lugares. En cualquier caso, siempre estamos en el punto de mira. Si todo el mundo habla bien de nosotros es probable que hayamos hecho un Evangelio a nuestra medida. O a la medida de quienes nos escuchan.

En los últimos años hemos insistido tanto en la necesidad de dialogar con las culturas y las religiones que nos hemos olvidado de que el cristianismo es siempre –en una medida variable– “contracultural”.  Si Jesús se hubiera limitado a congraciarse con la cultura judía, helenista o romana, no hubiera acabado como acabó. La verdad es siempre muy arriesgada. Vivimos en un mundo demasiado corrompido como para creer que el Evangelio puede abrirse camino de manera triunfal. Lo que está sucediendo con el papa Francisco es un claro ejemplo. Muchos de los que lo aplaudían con entusiasmo al comienzo de su pontificado han comenzado ya a criticarlo con dureza porque el Papa no sintoniza siempre con sus postulados. Los adversarios vienen de dentro y de fuera de la Iglesia. Son conservadores y progresistas. Admiro mucho la templanza del papa Francisco. Consciente de que es muy criticado, no pierde el buen humor y, sobre todo, no claudica de algunas convicciones que él entiende que son evangélicas. Algunas son compartidas por la mayoría (por ejemplo, la necesidad de cuidar el planeta, nuestra casa común). Otras (como la defensa a ultranza del derecho a la vida o la actitud de apertura hacia los emigrantes) encuentran posturas muy diversas que van desde el aplauso al rechazo completo. Podemos aprender de él a ser coherentes y tolerantes, radicales y flexibles.

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