viernes, 16 de agosto de 2019

Los remansos de la vida

Me gusta encontrarme con personas que veo de año en año. A veces, no pasamos de un saludo cordial, pero otras nos enfrascamos en conversaciones más íntimas. Rara es la persona que no está atravesando alguna situación problemática. Los matrimonios jóvenes suelen tener problemas laborales y dificultades en la educación de los hijos. Los mayores tienen que hacer frente a sus achaques y a veces a su incierto futuro. Cada vez se hace más difícil el cuidado de los ancianos. A los niños los encuentro hiperestimulados. Les cuesta mucho fijar la atención en algún objetivo y seguir las pautas de comportamiento que sus padres les sugieren. Se saben los “reyes del mambo” y ejercen con desparpajo su autoridad omnímoda. La mayoría de los padres claudican para no enemistarse con ellos y sentirse culpables de sus posibles traumas. Los curas rurales están sobrecargados de trabajo y al mismo tiempo tienen la impresión de que su siembra es casi inútil. En el mismo campo crecen otras hierbas que poco tienen que ver con la fe. Les resulta muy difícil conectar con los jóvenes. Es como si habitaran planetas paralelos. Las fiestas patronales que tanto se prodigan en estas fechas pueden parecer un espejismo en medio de un desierto de insatisfacción. La gente come y bebe, algunos bailan, pero no es fácil encontrar personas felices. Nos hemos puesto unas metas tan artificialmente altas que es casi imposible alcanzarlas. La frustración está asegurada. Y en algunos casos la depresión.

¿Cómo redescubrir el valor de la vida sencilla? ¿Cómo caer en la cuenta de que para ser felices no necesitamos muchas cosas sino razones para vivir, personas a las que amar y causas por las que luchar? Un coche de mayor cilindrada no proporciona una felicidad mayor. Tampoco los metros cuadrados de la vivienda o el número de países visitados. La sociedad del consumo nos pone constantemente metas externas y “comprables”. Nos asegura que ingiriendo algunos alimentos y comprando determinados productos de belleza y moda, además de un bronceado perfecto, seremos sanos, bellos y felices. Y nosotros nos lo creemos y pagamos religiosamente lo que haya que pagar. Todo sea en pro de una felicidad que se ha convertido en el dogma contemporáneo. Todos tenemos que ser felices por real decreto. No podemos estar tristes, ni experimentar fracasos y frustraciones, ni sufrir achaques, ni sorber de vez en cuando el cáliz de la soledad. Tenemos que estar siempre como unas castañuelas. Y si con los productos ordinarios no lo conseguimos, siempre podemos recurrir a consumos extraordinarios: la “casa de sus sueños”, unas vacaciones en el Caribe o una operación de cirugía estética que nos quita diez años de encima.

Anoche lucía una preciosa luna llena. Acabado el rosario cantado por las calles del pueblo, subí al coro de la iglesia y me incorporé al grupo de personas de todas las edades que cada año canta con entusiasmo la Salve Regina de Hilarión Eslava. Me la sé de memoria, así que no necesito ninguna partitura. Anoche tuve la sensación de que se cantaba con un entusiasmo especial. Por alguna razón misteriosa, muchas personas se sienten atrapadas por la melodía. Quienes la escuchan dicen que, durante los diez minutos que dura su ejecución, desempolvan recuerdos y emociones que permanecen escondidos durante el resto del año. Después, acompañé a la cofradía de la Virgen del Pino a la casa del capitán. En el jardín del lugar donde se sirve el tradicional “refresco” –que en los últimos años se ha convertido en una verdadera cena– estuve hasta la medianoche hablando con unos y con otros, sintiendo que no se necesita mucho para una vida serena. La Virgen Madre y su fiesta tienen el poder de reunir a las personas, de hacer que se sientan comunidad, de sacar de la bodega interior los mejores sentimientos de aceptación mutua y de aprecio. Regresé a mi casa caminando y sin dejar de mirar de soslayo a la luna oronda que se alzaba por encima de las aguas del embalse. No tardé mucho en dormirme con un sentimiento profundo de gratitud y de alegría serena. El río de la vida tiene sus remansos en medio de todas sus turbulencias. Necesitamos experiencias como estas para caer en la cuenta de que los problemas no son la última palabra en la vida de las personas. Descubrir lo positivo y soñar lo nuevo son dos actividades que nos dan vida.

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