lunes, 12 de agosto de 2019

La esperanza nunca muere

La semana empieza con buenas noticias. Mi compañero camerunés secuestrado por grupos guerrilleros fue liberado ayer a primera hora de la mañana. El sábado fue ordenado sacerdote en Puerto Rico un joven claretiano que vivió tres años en mi comunidad de Roma. Una persona muy cercana a mí, tras un largo tratamiento de quimioterapia, ha conseguido eliminar el tumor cancerígeno que le había sido detectado a finales del año pasado. Los problemas no desaparecen. Podemos concentrarnos en ellos o desplazar la mirada hacia las semillas de vida que hay plantadas en nuestro suelo. Hay personas que solo saben hablar de enfermedades, operaciones, fracasos, penurias económicas, etc. Y hay otras que cuando se encuentran con los demás dejan a un lado sus problemas personales y procuran hacerles más llevadera la vida. No es una cuestión de objetividad sino de enfoque. Diría más: se trata de una cuestión espiritual. Cuando creemos que Dios nos mira con amor, que la gracia es más poderosa que el pecado, que Dios –como el sembrador de la parábola de Jesús– ha sembrado solo “semilla buena” en el campo de la vida, entonces –aunque un personaje siniestro siembre cizaña– nunca perdemos la esperanza. No se trata de ser optimistas por decreto, sino de ser creyentes hasta las últimas consecuencias.  

Conozco personas que tendrían muchos motivos para quejarse de la vida, para renegar de su mala suerte, incluso para blasfemar contra Dios y, sin embargo, no renuncian al enfoque positivo. Procuran ver siempre el lado bueno de las personas y situaciones, creen que se consigue más con una cucharada de miel que con un barril de vinagre, saben que el bien siempre es más poderoso que el mal. Estas personas son una bendición. Conozco otras que se pasan la vida quejándose, criticando, maldiciendo y sembrando cizaña. Hoy solemos llamarlas personas tóxicas. Nadie quiere situarse en su radio de acción. Contaminan todo cuanto tocan. Transforman una fiesta en un funeral. No ven nada bueno en las personas de su entorno. El mundo va mal, la Iglesia no tiene remedio y Dios –en el caso de que exista– ha debido de olvidarse de la obra de sus manos. Aunque uno sienta la tentación de alejarse de estas personas, la verdad es que son ellas las que más necesitan la cercanía de quienes creen que el amor hace milagros.  Las personas que siembran cizaña a su alrededor son personas que necesitan ser queridas, aunque rechacen toda muestra de cariño. Están preparadas para reaccionar con agudeza y violencia a las críticas que reciben, pero suelen “deshacerse” cuando se sienten aceptadas y queridas. No hay otra medicina: el mal se vence a fuerza de bien.

Me duele que sea tan difícil convivir. Hay familias, grupos y comunidades que parecen un infierno. Todo se malinterpreta. Las únicas plantas que creen en su suelo son la envidia, los celos, la desconfianza, el odio, la venganza, la agresividad y la tristeza. Las palabras son cuchillos que hieren. Los silencios son placas de hielo que congelan todo intento de poner un poco de perdón y alegría. Cuando Jean Paul Sartre afirmaba que “el infierno son los otros” estaba describiendo en una frase terrible la experiencia que muchas personas viven en el seno de sus familias o comunidades. ¿Cómo aprender desde niños a afrontar las situaciones de conflicto? ¿Cómo tratar a los otros –incluso a quienes han hecho méritos para ser despreciados– con respeto, como Dios los trata? A veces, personas que parecen muy espirituales, cuando tienen que afrontar conflictos de relación pierden los papeles, se olvidan de sus oraciones y se dejan llevar por los sentimientos más primarios de odio y venganza. En esos momentos, si todavía nos queda un poco de lucidez, tenemos que pedirle a Dios con mucha humildad el don de la temperancia y la capacidad de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados. No es nada fácil, pero “para Dios no hay nada imposible”. El perdón sincero es la cosa más imposible que pueda suceder en esta vida.

2 comentarios:

  1. Buenos días. Me alegro mucho de las noticias de la liberación del sacerdote claretiano del que nos hablas.

    Muy buena tu reflexión. Sí, solemos huir de las personas "tóxicas" porque, quizás nos agotan bastante, quizás por el miedo a que nos contagien su negatividad, porque suelen ser personas que escuchan poco a los demás... En fin, siempre tenemos alguien a nuestro alrededor e incluso en nuestro círculo familiar, que nos llevan a poner a disposición, mayor dosis de caridad.

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  2. Hola Gonzalo, me uno a tu gozo y acción de gracias por todas las buenas noticias...
    Gracias por todos los mensajes que conlleva tu entrada de hoy, reflexionando sobre ella he descubierto la riqueza que lleva y he tenido ganas de entresacarlos para poder asimilarlos mejor.
    - Hay semillas de vida...
    - No perder la esperanza...
    - Las personas tóxicas son las que más necesitan la cercanía de quienes creen que el amor hace milagros.
    - El mal se vence a fuerza de bien.
    - Para Dios no hay nada imposible.
    - El perdón sincero es la cosa más imposible que puede suceder en la vida.

    Muchísimas gracias... Un abrazo

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