domingo, 11 de agosto de 2019

De tesoros y corazones

Según Jesús, el corazón no está en la caja torácica, sino donde está nuestro tesoro. Esto complica su localización porque nuestro tesoro suele estar un poco disperso. Por lo general, la familia y los amigos figuran en lugares de cabeza, pero, en la práctica, el trabajo y el dinero roban más tiempo y preocupaciones. En este XIX Domingo del Tiempo Ordinario Jesús quiere explicar estas cosas al “pequeño rebaño” de sus seguidores. Los cristianos, incluso cuando las estadísticas nos son favorables, somos siempre un “pequeño rebaño”. Esto no debe ser motivo de vergüenza y mucho menos de miedo. La verdadera alegría no viene de la plausibilidad social sino de que “el Padre ha tenido a bien darnos su reino” (Lc 12,32). A cambio, tenemos que estar siempre con la lámpara encendida y la cintura ceñida para esperar al Señor que viene en cualquier momento; es más, en el momento que menos esperamos. Estas palabras no son una amenaza, como si a Dios le gustara castigarnos con una muerte súbita para pillarnos fuera de juego (o sea, en situación de pecado). ¿Qué Dios sería ese? Desde luego, no el Dios benevolente que Jesús nos ha presentado.

Entonces, ¿por qué esa llamada apremiante a “estar preparados”? La respuesta es sencilla: porque Dios se hace el encontradizo con nosotros en cualquier pliegue de la existencia humana. Quienes viven obcecados por las realidades temporales no están en condiciones de reconocerlo, han perdido la capacidad de estar atentos. Hoy se ha complicado mucho el ejercicio de la escucha y de la atención. La abundancia de estímulos de nuestras ruidosas sociedades nos hace potencialmente ateos porque nos roba la capacidad de vivir en silencio, de prestar atención a la “música callada” que suena dentro y, en consecuencia, de oír lo que Dios quiere decirnos. En realidad, por extraño que parezca, Dios quiere asesorarnos en materia de inversiones. Conoce mejor que los expertos de Wall Street cómo funciona la bolsa de valores. Nos invita a invertir en bienes no perecederos, aquellos que superan la prueba del óxido y del paso del tiempo. Todo lo que invirtamos en dinero, posesiones materiales, placeres, etc. tiene los días contados. Todo se queda a este lado de la frontera. Solo lo que invertimos en amor es duradero. El amor está avalado por Dios mismo porque Dios es amor. Quienes descubren esta suculenta inversión se aprestan a dedicar todas sus fuerzas a amar a través de los mil detalles de la vida cotidiana.

Quien ama siempre está atento, siempre reconoce la venida sorprendente del Señor porque está en su misma clave, canta en su tono. El amor no es un ejercicio opcional, no se puede reducir a un par de detalles y unos cuantos minutos. Los que aman –y se supone que los creyentes en Jesús hemos hecho del amor nuestro signo distintivo– estamos de servicio las 24 horas del día y de la noche. Toda la jornada es tiempo oportuno para practicar la fe, la esperanza y la caridad. En nuestra casa la luz siempre debe estar encendida. No podemos colgar el cartelito de “No molestar”. Quienes requieren algo de nosotros siempre molestan porque rompen nuestros planes, trastocan nuestros horarios y nos obligan a no pensar en nosotros sino en ellos. Por eso, no es posible amar sin morir a nosotros mismos. Amor y muerte son dos caras de la misma moneda. Jesús lo dijo con otras palabras: “Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto”. Si tenemos una cita con el cardiólogo podemos pedirle que examine nuestro corazón para ver si está centrado en el amor o en otras bagatelas. Porque “donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón”.

1 comentario:

  1. Leyendo esto se me ha ocurrido que, en las casas donde hay niños pequeños y/o abuelos, suele haber una lucecita piloto que, en medio de la oscuridad, nos aporta luz para ubicarnos.
    Esta misma luz nos puede recordar que, en nuestra casa, tendría que haber "luz encendida" las 24 horas del día.

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