sábado, 28 de diciembre de 2024

2.500 emociones


Caminar a tres grados bajo cero a las nueve de la mañana tiene su encanto. Los charquitos en medio del pinar estaban congelados y todo aparecía cubierto por una blanca capa de escarcha. A medida que el sol ganaba fuerza, el frío matutino se iba disipando un poco. A la vuelta del pinar, me he pasado por el cementerio para orar ante la tumba de mis padres y mis abuelos. No había nadie. No es fácil describir con palabras lo que se siente al contemplar la lápida cubierta de escarcha y sentirse rodeado por montañas que parecen custodiar un lugar que transmite paz y serenidad. 


Me ha emocionado, sobre todo, ver un taquito de madera que mis sobrinos pequeños han colocado sobre la tumba de los abuelos con un pequeño mensaje escrito. Sé que hay personas a las que no les gusta visitar los cementerios porque despierta en ellas sentimientos de pérdida, nostalgia, temor, tristeza o ansiedad. No es mi caso. Rara es la vez que vengo a mi pueblo natal y no visito el lugar donde yacen mis antepasados. Es un pequeño símbolo de recuerdo y gratitud. Podemos recordarlos y orar por ellos en cualquier lugar y tiempo, pero los seres humanos necesitamos signos visibles que nos ayuden a dar cuerpo y significado a las experiencias más profundas.


Me gusta despedir el año con tiempo invernal, aunque sería todavía mejor si nevase un poco, lo que no está previsto en los próximos días. Esta tarde-noche tendremos el belén viviente en la plaza del pueblo. Habrá que abrigarse bien para no coger un resfriado. Cada año se va enriqueciendo un poco más con la colaboración de muchas personas. Es otro signo que ayuda a vivir el significado de la Navidad y estrechar los lazos de convivencia entre las gentes del pueblo y los visitantes que se acercan desde otros lugares. Las luces y la música ayudan mucho a crear un clima de belleza que cautiva a los niños y a los mayores nos hace recordar las experiencias de nuestra infancia.

La entrada de hoy es la número 2.500. Han sido casi nueve años de emociones y encuentros. Quizá ha llegado el momento de hacer una pausa o de darle otro aire a este Rincón que, desde febrero de 2016, quiere ser un lugar de encuentro entre la fe y la vida cotidiana. Veremos. 

viernes, 27 de diciembre de 2024

El canto revolucionario de María


Tras las fiestas navideñas, hoy he tenido una conferencia titulada “Proclama mi alma”. Trata sobre el Magnificat, el cántico de María (Lc 1,46-55) que todos los días se canta o se recita en la celebración litúrgica de vísperas. Se inscribe en el ciclo de seis conferencias online organizadas por el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid dentro del llamado curso de Navidad. Confieso mi pasión por este himno mariano.

La conferencia me ha dado la oportunidad de volver sobre él una vez más. Alguna vez he escrito en este Rincón sobre “el Dios de María” dibujado en el Magnificat. Es un Dios que subvierte el orden establecido. No es extraño, pues, que un canto, aparentemente inocuo, fuera prohibido en Calcuta en 1805 por la Compañía de las Indias Orientales, o a finales de los años 70 del siglo pasado por la Junta militar en Argentina o en los años 80 por el gobierno de Guatemala.


El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, nos da la verdadera razón: “El Magníficat es el himno de Adviento más antiguo. Es al mismo tiempo el más apasionado, salvaje y, se podría decir, revolucionario himno de Adviento nunca antes cantado. No es la gentil, tierna y soñadora María a la que a veces se ve en las pinturas. Es la apasionada, entregada, orgullosa, entusiasta María la que aquí habla. Este canto no tiene el dulce, nostálgico o incluso festivo tono de algunos de nuestros villancicos de la Navidad. En vez de eso es un duro, fuerte e inexorable canto acerca del colapso de tronos y de humillados señores de este mundo; es acerca del poder de Dios y de la impotencia de la humanidad. Están los tonos de las mujeres profetas del Antiguo Testamento, que ahora cobran vida en la boca de María”.


Creo que la recitación diaria de este cántico nos ayuda a:

Reconocer y agradecer nuestra experiencia del Dios grande, salvador, poderoso, santo y misericordioso y, por lo tanto, a purificar otras imágenes que no son “marianas” y que contaminan nuestra espiritualidad. Podríamos decir que ejerce un continuo “control de calidad” sobre la manera como imaginamos a Dios y nos relacionamos con Él.

Vivir la experiencia de Dios como fuente de alegría permanente, sobre todo cuando nos sentimos “humillados” y tenemos que vivir esta situación con “humildad”. La alegría no brota de nuestros éxitos evangelizadores, de nuestras estadísticas hinchadas o de otros indicadores de bonanza, sino del hecho de que Dios se ha fijado en nuestra “pequeñez/humildad/humillación”.

Reconocer la acción continua de Dios que subvierte la historia, poniéndose del lado de los débiles y desenmascarando y derrotando a los soberbios/poderosos/ricos. Esta acción de Dios nos indica con claridad dónde debemos situarnos en la historia y en qué consiste nuestra misión como “colaboradores” de la misión de Dios. Frente a la tríada “soberbia / poder /riqueza” nosotros debemos ofrecer los valores de “castidad / obediencia / pobreza”, como expresión de la novedad del Reino.

Fiarnos de las promesas de Dios que siempre se cumplen porque Él es siempre fiel. Sobre su fidelidad podemos también ir construyendo la nuestra. No hay, pues, motivo para el pesimismo o la desesperanza, aunque nuestra vida esté marcada por el sufrimiento, como sucedió con María.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Siete palabras de Navidad


Ayer se abrió la Puerta Santa de la basílica de san Pedro en Roma. Con este rito comenzó el Año Santo con ocasión del 2025 aniversario simbólico del nacimiento de Jesús. Tendremos ocasión de volver sobre el significado del Jubileo. 


Hoy celebramos la Natividad del Señor.
Dejemos que las palabras de la liturgia de este día enriquezcan nuestro diccionario cristiano y, con él, nuestra experiencia de encuentro con el Dios que ha plantado su tienda en nuestro suelo. No hay forma humana de expresar a cabalidad un misterio tan hermoso y sobrecogedor, pero de alguna manera tenemos que hacerlo. 
Escojo las siete palabras que más me resuenan este año:


PAZ

Es el mensaje central de la primera lectura (Is 52,7-10): “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!»”. Solo habrá paz estable en este mundo dividido cuando Dios lo sea todo en todos, cuando impere la justicia. 

En la misa de medianoche, escuchamos el anuncio de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. ¡Cómo resuena este anuncio cuando contemplamos las imágenes de Ucrania y Gaza o cuando nos salpican las tensiones familiares o las refriegas sociales!


SALVACIÓN

La palabra aparece en la primera lectura (“Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios”) y en el salmo responsorial (“El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia”; “Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios”. Aunque nos creamos autosuficientes, todos necesitamos ser salvados. 

La venida de Jesús se experimenta como liberación de nuestro yo alienado y de todo lo que nos esclaviza. También los hombres y mujeres modernos cargamos pesadas cadenas, aunque no siempre las reconozcamos como tales.


HIJO

Este hermoso vocablo aparece en la carta a los hebreos (segunda lectura) en referencia a Jesús: “En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. El evangelio de Juan aplica el término a quienes creemos en él: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios”. Somos hijos en el Hijo. Eso significa que no somos meros productos del azar, esclavos de procesos deterministas o carne de manipulación política o mediática. 

San Pablo lo aclara en una de sus cartas: “Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8, 17). ¿Puede haber un fundamento más sólido para nuestra dignidad inviolable, nuestra libertad plena y nuestra confianza radical?


VERBO

Aparece cinco veces en el prólogo de Juan, que se lee íntegro en el Evangelio de hoy. Es la versión castellana del término latino verbum (palabra), que a su vez traduce el término griego lógos (pensamiento, palabra). Se le aplica a Jesús en cuanto Hijo de Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Este Verbo “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” en un determinado momento de la historia y en un espacio concreto de la geografía “se hizo carne y habitó entre nosotros”. 

No creo que exista en todo el Nuevo Testamento una expresión más misteriosa y cargada de fuerza: “ho lógos sarx egéneto” (Jn 1,14). El origen de todo, la energía que mueve el universo, la razón que gobierna cuanto existe, el Misterio por antonomasia, ha querido hacerse visible, audible y tangible. Me vienen a la memoria las conocidas palabras de san Anselmo: Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se ha hecho hombre?). Solo hay una respuesta posible: por amor. Dejémonos amar sin medida y respondamos adorantes: “Venite, adoremus Dominum”. Amor con amor se paga.


CARNE

Este término traduce el latino caro, que a su vez versiona el griego sarx. Es una forma extrema de aludir a la condición humana:  “Se hizo carne y habitó entre nosotros”. El Verbo eterno, haciéndose “carne”, entra en el territorio de nuestra fragilidad. Se hace vulnerable, limitado, finito. Se pone en la fila de quienes peregrinamos por este mundo con el fardo de nuestras preocupaciones e inquietudes. 

Lo aclara la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Hb 4,15). El Verbo hecho carne comprende hasta el fondo nuestra condición humana porque la ha hecho suya. No estamos solos en el agujero negro de la existencia.


LUZ

Seis veces aparece el término en el prólogo de Juan. Primero establece una hermosa conexión con la vida: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”. Luego se afirma redondamente que el Verbo es luz: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo”. Lo que se dice en el prólogo a modo de obertura, lo repetirá el mismo Jesús en su misión evangelizadora: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). 

No solo Jesús ilumina nuestras tinieblas, sino que nos convierte a nosotros en luz con la misión de iluminar: “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).


GRACIA 

El término viene del gratia, que a su vez traduce el griego cháris, que aparece cuatro veces en el prólogo. Del Unigénito del Padre se dice que estaba “lleno de gracia y de verdad”. El efecto de su venida sobre nosotros es multiplicador de gracia: “De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia”. 

La novedad de Jesús con respecto a Moisés es una hendíadis hermosa: “Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. O sea, “la gracia verdadera” o “la verdad agraciada”. Lo esencial de la fe cristiana no es el cumplimiento de la ley, sino la experiencia de la gracia. Porque somos amados sin condiciones (gracia), podemos amar a todos (ley).


¿Sería muy exagerado si este año os felicitara la Navidad a todos los amigos del Rincón deseándoos de corazón la paz, la salvación, la luz y la gracia que nos han sido dadas en el Hijo, en el Verbo de Dios hecho carne por nosotros? 
¡Pues eso!

Feliz Navidad



martes, 24 de diciembre de 2024

Mi felicitación navideña


Cada año me invento una felicitación navideña. Hay veces que soy más clásico y elijo un cuadro con la escena de la Natividad pintada por algún artista famoso; otras, ha dominado el aspecto social y misionero, a base de fotos de algunas zonas pobres que he visitado y en las que Jesús sigue naciendo en medio de la indigencia. Este año 2024 pensé poner una foto mía con mi madre, pero no lo he hecho por pudor. Al final, me he inclinado por componer un sencillo belén con las figuras que me han ido regalando unas amigas mías del instituto secular Filiación Cordimariana en los últimos años. 

Empezaron regalándome la figura de un apuesto san José en posición orante. Confieso que me encantó por su original candidez. El año pasado me entregaron la figura de la joven María con el pequeño Jesús en sus brazos. Y este año han completado la escena con la figura de un pastor que porta una ovejita. Todas las figuras son pesadas y poseen una extraña belleza. Las he colocado en una mesita redonda que tengo en mi cuarto. He añadido una pequeña vela plateada y tres bolitas rojas. He evitado el espumillón y otros aditamentos navideños. El conjunto está frente a la mesa de mi escritorio. Cuando trabajo, veo las figuritas, me detengo unos segundos y oro al Señor.


Me gustaría ser como san José para aprender a orar con más sosiego y confianza. Su postura corporal me transmite serenidad y actitud contemplativa. Sus manos entrelazadas crean una oquedad que parece ser el receptáculo de la gracia. Me gusta su túnica verde esperanza con ribetes dorados. Es un judío que traspasa el tiempo. Cuando lo miro, refreno mis prisas y recuerdo que nada debe turbarme o espantarme porque 
solo Dios basta. Las agitaciones de las últimas semanas se amansan cuando me dejo conducir por la paz que emana del joven arrodillado. 

María, vestida con una túnica blanca y dorada, está sentada. Es la joven madre que muestra al niño, fajado con ropas que son del mismo color que las de la madre. Los ojos de María se dirigen al cuerpecito del pequeño Jesús como si, adelantándose en el tiempo, quisiera decirnos: “Haced lo que él os diga”. Viéndolos a los dos, comprendo que no se entiende el hijo sin la madre, ni la madre sin el hijo. Hay entre ellos una profunda y sutil corriente de amor. También yo quisiera ser como la joven nazarena para aprender a contemplar a Jesús con amor y ofrecerlo a los demás con generosidad y belleza.


Pero confieso que la figura que más me atrae este año es la del pastor, recién incorporado al conjunto. Por una parte, me reconozco en su actitud adorante y generosa. Él, que pertenece a los grupos marginados, se ha puesto en camino para adorar al Niño y traer un regalo -un corderito- a la joven y menesterosa familia. Como la viuda del templo, da todo lo que tiene. No es calculador ni raquítico. Yo quisiera ser así. 

Con todo, donde realmente me siento a gusto es en el papel de cordero recostado en las manos del pastor. Me imagino sostenido por Jesús, el buen pastor, acunado por él, protegido, seguro en medio de mis incertidumbres. Hago mío el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”. Pastor y cordero se funden en una sola figura que transmite sencillez, belleza, ternura y generosidad, virtudes que contrastan con la sofisticación, artificiosidad, violencia y egoísmo que a menudo se respira en nuestra sociedad cainita. Sí, yo quisiera ser ese pastor adorante y generoso y, sobre todo, ese cordero confiado.


La escena se completa con un velita y tres bolas rojas. La velita blanca y plateada simboliza la luz que vence toda tiniebla. Y las bolas rojas, además de ser una pequeña concesión a los símbolos navideños convencionales, es una expresión del Dios Padre, Hijo y Espíritu que ha querido plantar su tienda en nuestro suelo. Por eso, tocan la madera oscura que simboliza la tierra. 

Esto es lo que he querido transmitir a todos mis amigos y también a los lectores asiduos de este blog. Además de la expresión Feliz Navidad en español, escrita en un color cálido y con un tipo de letra original, he añadido sus expresiones en inglés, italiano y francés porque muchos de mis amigos y conocidos se expresan en esas lenguas hermanas que me han acompañado en mi vida misionera, sobre todo durante los años en mi servicio en el gobierno general de mi congregación claretiana.

Espero que para todos los que compartimos la fe en el Hijo de Dios hecho carne o buscamos su rostro con corazón sincero, estos días de Navidad sean un tiempo de paz y alegría.


lunes, 23 de diciembre de 2024

El rostro hispanoamericano de Madrid


Cuando viajo en metro, sobre todo los fines de semana, veo en los vagones a muchas personas con rostros mestizos que denotan su origen hispanoamericano. Abundan los venezolanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, dominicanos, argentinos, hondureños, cubanos, etc. He notado un gran cambio con respecto a lo que se veía hace veinte o treinta años. La observación ha sido confirmada por las estadísticas. A finales de este año, los hispanoamericanos superan ya el millón en la comunidad de Madrid. El crecimiento sigue imparable. Eso significa que uno de cada siete habitantes de esta comunidad autónoma procede de Hispanoamérica. Es probable que la proporción vaya creciendo con el paso de los años. 

Aunque esta avalancha pueda crear algunos problemas para los que llegan y los que acogen, creo que el balance es muy positivo. Se está incubando un nuevo tipo de sociedad multicultural cimentada sobre valores comunes como la lengua (si bien con las peculiaridades propias de cada país), la visión cristiana de la vida (si bien muy influida por la secularización ambiental), la importancia dada a la persona y a la familia (si bien amenazada por el individualismo contemporáneo), el gusto por la belleza y la fiesta (si bien reducido en muchos casos a mero consumo de entretenimiento, etc.).


Esta “hispanoamericanización” de la sociedad madrileña presenta enormes desafíos sociales y también eclesiales. Tienen que ver con la calidad del empleo, la vivienda digna, la atención sanitaria, etc. ¿Cómo está respondiendo la comunidad cristiana ante la presencia de tantos hermanos y hermanas provenientes de los países hispanoamericanos? Hay ejemplos hermosos de parroquias que han sabido acoger esta presencia y se han enriquecido con la fe de los que llegan. Conozco de cerca los ejemplos de las parroquias claretianas de Madrid. Es admirable, por ejemplo, la devoción con que la comunidad peruana celebra la fiesta del Cristo de los Milagros y su participación en la vida de la parroquia del Inmaculado Corazón de María. Pero he oído también algunos casos en que los hispanoamericanos han encontrado una acogida fría. Muchos se encuentran más a gusto, más reconocidos, en las asambleas de algunas denominaciones protestantes que en nuestras eucaristías dominicales. 

No se puede ir contra la historia. En el pasado, muchos españoles emigraron a México y a Argentina y, en menor medida, a otros países como Venezuela o Brasil, para  “hacer las Américas”. Ahora el movimiento es de oeste a este. En ambos casos, la necesidad de buscar una vida mejor es el motor principal. Muchas de las personas que cuidan a nuestros ancianos en hogares y residencias son hispanoamericanas. Pero hay también gente de Hispanoamérica en otras profesiones como conductores de taxis, repartidores, albañiles, cocineros, personal de seguridad y camareros. He podido ver en algunos centros sanitarios, sobre todo privados, a médicos, enfermeros y auxiliares de clínica que provienen también del otro lado del charco. Y no faltan algunos ricos inversores mexicanos o venezolanos, además de escritores, periodistas, cantantes y actores famosos. 

Ya sé que no podemos olvidarnos de los traficantes de droga y de las famosas “bandas latinas” y los problemas de violencia asociados a ellas, pero quisiera creer que se trata de minorías que no reflejan el perfil mayoritario de los hispanomericanos que viven en Madrid.


A medida que los descendientes de hispanoamericanos nacidos en España accedan a la educación superior, irán estando presentes en otras profesiones más cualificadas y mejor remuneradas. Los próximos años pueden ser el crisol de una sociedad plural, enriquecida con las diversas proveniencias, o el caldo de cultivo para la xenofobia y las propuestas de segregación. Las escuelas y las parroquias tienen delante un reto de largo alcance. Esperemos que todos podamos estar a la altura de estos tiempos. 

Creo que la Navidad es una buena ocasión para contemplar a la familia de Nazaret como un ejemplo de migrantes que experimentaron en carne propia el rechazo y que, sin embargo, reaccionaron ofreciendo al Niño a todos: a los pastores marginales y a los magos buscadores. Yo, que he viajado muchas veces a todos los países hispanoamericanos sin excepción (desde México hasta Chile), celebro que nuestra comunidad madrileña se vea enriquecida con la presencia de más de un millón de hermanos y hermanas provenientes de estos países. Los problemas de hoy son, en realidad, soluciones (incluso económicas) para las necesidades de mañana. Hay que saber reconocerlos y afrontarlos con generosidad y amplitud de miras.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La fiesta de dos lideresas


Leo que la edad ideal para ser madre se sitúa entre los 20 y los 30 años. Me temo que ninguna de las dos protagonistas del evangelio de este IV Domingo de Adviento – o sea, Isabel y María – se situaba en esa franja de edad. De Isabel y de su marido Zacarías se dice que “los dos eran ya de edad avanzada” (Lc 1,7). El mismo Zacarías lo reconoce cuando le responde al ángel: “¿Cómo sabré que va a suceder así? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en años” (Lc 1,18). Aunque es verdad que el concepto de anciano no coincidía entonces con el que tenemos hoy, es probable que Isabel superara los 30 años.

De María se dice que era “una joven prometida a un hombre llamado José” (Lc 1,27). Teniendo en cuenta las costumbres de la época, es muy probable que María tuviera en torno a 14 o 15 años (es decir, que no llegaba a 20). Pues bien, ambas mujeres conciben y dan a luz fuera de la “edad ideal”. Una (Isabel) por demasiado vieja y otra (María) por demasiado joven. Ambas se juntan en un lugar de la montaña de Judea (según la tradición, Ain Karim) para celebrar que “para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37). Al quedar encinta a pesar de su esterilidad y ancianidad, Isabel reconoce que “el Señor ha borrado mi vergüenza ante los hombres” (Lc 1,25). María, por su parte, al conocer que esperaba un hijo sin concurso de varón, muestra su completa rendición a la voluntad de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices” (Lc 1,38).


Ambos embarazos “inesperados” son fruto de la gracia de Dios. ¿No es esto suficiente para cantar y bailar? Por eso, el encuentro entre Isabel y María es, ante todo, una peregrinación de fe y una celebración de acción de gracias marcada por la alegría, de la que participa el bebé que Isabel lleva en su seno: “En cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno” (Lc 1,44). La presencia de María, la “llena de gracia (cháris)” (Lc 1,28) es siempre causa de alegría (chára). Es hermosa la fiesta que estas dos lideresas (la que cierra el Antiguo Testamento y la que abre el Nuevo) organizan en la montaña de Judea. En este momento no aparecen ni Zacarías ni José. Parece que es un asunto de mujeres, de madres en camino, de parteras de un mundo nuevo. 

Los saltos de alegría del pequeño Juan en el seno de su madre expresan simbólicamente el reconocimiento de Jesús, la verdadera alegría de los seres humanos, como cantó hermosamente Bach en su célebre coral Jesus bleibet meine Freude. En este contexto de encuentro, fe y celebración, Isabel lanza una bienaventuranza que, leída en el plan teológico del evangelio de Lucas, permite entender la verdadera grandeza de María: “¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María es grande porque ha creído cuando nada invitaba a creer, cuando todo parecía absurdo y desproporcionado.


Faltan tres días para la celebración litúrgica de la natividad del Señor. Muchos españoles están hoy pendientes del sorteo de la Lotería Nacional. En el momento de escribir esta entrada, todavía no ha aparecido el premio Gordo. Quienes han comprado algún décimo sueñan con que ese premio pueda aliviar sus necesidades materiales y, en definitiva, alegrarles la vida. 

El mensaje de este IV Domingo de Adviento va en otra dirección. Cuando no encontramos en nosotros ningún motivo para seguir esperando, cuando parece que en la vida se nos cierran todas las puertas, cuando lo hemos intentado todo y no encontramos resultados, el Señor puede irrumpir en nuestra vida y transformar la esterilidad en fecundidad, la noche en luz y la tristeza en alegría. Su gracia no es un premio a nuestras obras buenas, sino una manifestación de su amor gratuito. 

Lo que a nosotros se nos pide es creer, confiar en que “para Dios nada hay imposible”. Si algo padecemos hoy es un déficit de confianza. Nos hemos vueltos desconfiados de los demás y hace tiempo que nos cuesta fiarnos de Dios. Por eso, la Navidad nos dice cada vez menos, nos resulta cada vez más artificial y vacía. Mirando a estas dos mujeres (una anciana y otra joven) aprendemos que Dios hace su obra de transformación cuando nosotros le dejamos hacer, cuando en el muro compacto de nuestro escepticismo abrimos una mínima brecha de confianza. María es la joven madre que también hoy nos enseña a creer a quienes no acabamos de hacerlo.



miércoles, 18 de diciembre de 2024

El oasis de las Carboneras


En estos días prenavideños, cargados de felicitaciones, visitas y ausencias, hace bien perderse para encontrarse. Yo lo hice ayer por la tarde. Salí de mi casa a eso de las cinco. Atravesé a pie la remodelada plaza de España por la parte inferior, me crucé con un buen número de paseantes, recorrí de norte a sur la plaza de Oriente, emboqué la calle Mayor y, en pleno centro de Madrid, a espaldas de la plaza de la Villa, entré en uno de los pocos conventos del siglo XVII que no fueron demolidos por la piqueta. 

En la recoleta plaza del Conde de Miranda, saliendo de la calle del Codo, está el convento del Corpus Christi de las monjas Jerónimas, conocido como Las Carboneras. Este curioso nombre no alude al hecho de que las monjas se hayan dedicado en alguna etapa de su larga historia a fabricar o vender carbón. El origen es más pintoresco. Según se cuenta, la vida del convento cambió cuando unos niños encontraron en unas carboneras un cuadro de la Virgen, que fue trasladado al cercano convento y expuesto para su veneración. Las Carboneras son también conocidas en Madrid por sus afamados dulces.


La capilla está siempre abierta al público. El Santísimo Sacramento permanece expuesto. En el coro hay al menos una monja orando. Cuando yo entré había también media docena de personas haciendo oración y -como no podía ser de otro modo- un grupo de turistas cuchicheando mientras observaban por una de las verjas el pequeño belén que las monjas han montado. Estoy convencido de que para ellos no contaba mucho que el Santísimo estuviera expuesto y que hubiera un grupo de personas orando. Los turistas quieren moverse, ver y hacer fotos. Lo demás es secundario. No siempre distinguen entre una iglesia, un museo o una sala de exposiciones. 


Cuando se hizo silencio completo, me quedé un buen rato contemplando la custodia que se mostraba en la parte inferior del retablo. Me daba la impresión de que el reloj se había detenido. El silencio no era completo porque en la plaza contigua había un generador que alimentaba un potente proyector, pero el ruido era más un murmullo constante que un ruido molesto. 

Es difícil explicar lo que se siente ante la presencia de Cristo sacramentado. El magnetismo es claro. No me extraña que muchos jóvenes hayan redescubierto en los últimos años una forma de relación con Jesús que la gente de mi generación había arrinconado por reacción a los “excesos” de décadas anteriores y quizá también por una teología demasiado esquelética.

Los grandes orantes eucarísticos nos enseñan que en este tipo de oración lo importante es callar y dejarse mirar. No es necesario caer en un sentimentalismo huero. Basta creer que Jesús ha vinculado su presencia a la mediación sacramental. La adoración prolonga la celebración. 


Allí, en la pequeña capilla de las Carboneras, mientras en la vecina plaza Mayor la gente se agolpaba en torno a las casetas navideñas, acontecía una experiencia de encuentro. Yo trataba de poner en orden mis pensamientos y emociones, repasaba los nombres de las personas a las que quiero, me detenía en algunas situaciones problemáticas… Por momentos suspendía toda imagen. Dirigía mis ojos a la custodia iluminada. 

Sin poder explicar su entraña, era consciente de que estaba viviendo un encuentro trasformador. Deposité en Jesús mis cuitas y mis fardos. Recordé sus palabras: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Experimenté una paz serena y una alegría suave. 


Cuando salí a la calle era ya de noche. Estaban encendidas las luces navideñas. Mientras rehacía el camino de vuelta a casa, pensaba que la alegría de la Navidad se parece más a la serenidad experimentada en la capilla de las Carboneras que al jolgorio que a menudo se vive en estos días. Quizás ambas son expresiones son necesarias, pero, a estas alturas de mi vida, yo me quedo con la primera.



martes, 17 de diciembre de 2024

Empieza la "cuenta atrás"


Falta una semana para la Navidad. El ritmo se acelera. Desde el 17 al 24 de diciembre, la liturgia de Adviento celebra las “ferias mayores”. En Hispanoamérica viven desde ayer una novena preparatoria de la Navidad con las famosas “posadas”, una tradición mexicana que se ha extendido a los países centroamericanos. En Colombia, Venezuela y Ecuador se celebra, más bien, la “novena de aguinaldos”. 

En ambos casos se trata de dar sabor popular a la recta final del Adviento, de modo que crezca en nosotros la expectación ante el Señor que se acerca. La liturgia y la piedad popular se dan la mano. Es una especie de festiva “cuenta atrás” que nos hace saborear más el misterio de la Navidad.


Precisamente hoy el papa Francisco cumple 88 años. Con criterios humanos, no parece la edad más adecuada para pastorear un rebaño tan grande como la Iglesia católica. Ha entrado de lleno en la cuarta edad. Su salud es precaria, aunque conserva una gran lucidez. Una de las críticas que se les ha hecho a Joe Biden y a Donald Trump es que son demasiado mayores para liderar un país tan poderoso como Estados Unidos. ¡Y más en un tiempo en el que lo juvenil se ha entronizado como paradigma de fuerza!

El Papa es mayor que ellos, pero sigue siendo un testigo que guía. Al verlo sentado en su silla de ruedas, es inevitable acordarse de las palabras del viejo Simeón cuando contempló al pequeño Jesús, objeto de la esperanza que lo había mantenido vivo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-31). El papa Francisco ha deseado con ahínco acompañar el camino sinodal de la Iglesia y celebrar el jubileo de la esperanza. Seguramente ambas experiencias constituyen el mejor regalo de cumpleaños.


¿Cómo vivir esta última semana del Adviento sin sucumbir a las prisas y a las expectativas insatisfechas, sin apresurar demasiado el 
“modo Navidad”? Quizá la mejor manera consiste en aprender a tomar distancia de todo lo que nos estresa. La verdadera esperanza madura siempre en el silencio. No se puede esperar envueltos en ruidos. Un cierto ayuno digital y tiempos largos de silencio y oración pueden ser el mejor modo de permitir que la Palabra resuene de otra manera. 

Por otra parte, dejarse guiar por la sugestiva liturgia de estos días nos permite orientarnos en el sinfín de mensajes que se acumulan. La Palabra va siempre directa al corazón.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Algo más que una planta


La planta tiene poco más de dos años y medio. Pertenece a la familia de la Dieffenbachia (Dieffenbachia seguine). Aunque algunas especies pueden alcanzar varios metros de altura, la mía es chiquita. Se adapta a las condiciones de mi cuarto. Originaria de América central, se ha adaptado bien a nuestras latitudes. Lleva conmigo algo menos de dos meses. Pertenecía a mi madre. Se la regalé cuando ella cumplió 90 años. Después de su muerte, mis hermanos pensaron que yo podría traérmela a Madrid y cuidarla. Sería un recuerdo vivo de nuestra madre. Así lo hice. 

No tengo mucha mano para cuidar las plantas, pero esta ha sobrevivido con cierta lozanía. Poco a poco, tendré que ir dándome cuenta de sus necesidades y cubrirlas del mejor modo posible. Una de mis hermanas me ha dado unas pastillitas blancas que tengo que disolver en agua una vez al mes. Parece que es un abono beneficioso. Procuro mantener las hojas libres de polvo para que la fotosíntesis se realice con normalidad. La planta -o las plantas, porque hay dos especies juntas- crecen en una cestita de mimbre. Tendría que trasplantarlas a una maceta más grande para que se desarrollasen más, pero yo prefiero que conserven su tamaño pequeño.


Más allá de su función ornamental, esta plantita es un recuerdo permanente de mi madre, cuya memoria mantengo vivísima después de medio año de su partida. La relación que establezco con ella va mucho más allá de la mera evocación sentimental o de la remembranza afectuosa. Es una experiencia de profunda comunión. Los cristianos creemos en el misterio de la “comunión de los santos”. Me gusta el modo como lo expresa el concilio Vaticano II (LG 49) y que después recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 955): “La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales”. 

Basado en este misterio, creo que la relación con mi madre no se ha interrumpido, sino que se ha reforzado. Al mismo tiempo que oro por ella, le pido que ore por mí. Es una especie de intercambio saludable, difícil de explicar. Esto me ayuda a vivir la muerte como un tránsito, no como una separación radical. Hay un maravilloso mundo que tiene que ser explorado y que va más allá de las preocupaciones, a menudo un poco ruines, que llenan la vida cotidiana.


Cultivar la plantita que le regalé cuando ella cumplió 90 años me ayuda a mantener fresca esta experiencia de comunión. Es un recordatorio permanente. Cuando entro a mi cuarto, tengo la impresión de que la planta menea suavemente sus hojas siempre verdes para saludarme. Ya sé que es una ilusión óptica, pero me ayuda a activar el recuerdo. Por otra parte, esta lozanía permanente, este verdor suavizado con manchas amarillentas, es como un símbolo de la vida que no acaba. 

Ha tenido que llegar el Adviento para darme cuenta de que la “venida del Señor” -la famosa venida intermedia- se produce cada vez que caemos en la cuenta de que él nos habla a través de personas, acontecimientos y signos. La Dieffenbachia es uno de esos signos que, sin decir nada, habla de amor, vida, recuerdo, pasado, presente y futuro. Cuando tenga tiempo, necesito mantener una breve conversación con ella, a ver si logro arrancarle alguna confidencia que me ayude a comprender mejor quién era mi madre. Al final y al cabo, ambas (mi madre y ella) pasaron muchas horas juntas de feliz contemplación.

domingo, 15 de diciembre de 2024

No hay alegría sin asombro


En el camino de preparación a la Navidad llegamos al III Domingo de Adviento. Tanto la primera lectura (Sof 3,14-18ª), como el salmo responsorial (Is 12) y la segunda lectura (Flp 4,4-7) justifican que a este domingo se le llame Gaudete. Sofonías invita al pueblo a alegrarse: “Alégrate hija de Sion, grita de gozo Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén”. Isaías hace algo parecido: “Gritad jubilosos, habitantes de Sion: porque es grande en medio de ti el Santo de Israel”. Pablo lanza idéntico mensaje a la comunidad de Filipos: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos”. La novedad es que explica el verdadero motivo de la alegría: “Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca”. 

A primera vista, el evangelio de Lucas parece desentonar con esta invitación general a la alegría. Ante la pregunta sobre lo que se debe hacer, Juan el Bautista responde a los distintos grupos (gente, publicanos y soldados) con invitaciones a practicar conductas éticas en sus respectivos campos de actuación: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo” (gente); “No exijáis más de lo establecido” (publicanos-cobradores de impuestos); “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga” (soldados). En realidad, estas conductas nos ayudan a acoger al que está por llegar. Juan lo explica con estas palabras: “Viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Ese “más fuerte” es Jesús, portador de la buena noticia que llena de alegría al mundo entero.


Aunque en estas fechas prenavideñas se prodigan las felicitaciones de todo tipo (impresas, digitales, en persona) y la invitación a la alegría, a menudo experimentamos el efecto contrario. Hay un hartazgo de estímulos artificiales que acaban produciendo más bien tristeza, acaso porque la alegría es fruto del asombro y hoy -como reconoce el cardenal Bocos en una interesante entrevista- “el mundo está lleno de maravillas, pero falta capacidad de asombro”. Preguntado por lo que el cardenal entiende por “asombro”, responde así: “El asombro es una conmoción interior que nos estremece, fecunda la calidad de la vida humana y abre la puerta a la veneración de la dignidad de la persona y del misterio de Dios. Dignidad de la persona y misterio de Dios van unidos”. Después, citando a Gabriel Marcel, añade: “Sin el misterio, la vida sería irrespirable”. 

Aunque la cita sea un poco larga, no me resisto a transcribir estas palabras: “El asombro no tiene cabida en un mundo consumista y ególatra. La obviedad anestesia tanto el pensamiento como la sensibilidad ante el sufrimiento y las tragedias humanas. Sin asombro no hay espacio para el otro en toda su grandeza, ni hay disposición para admirar la inocencia, el candor de los niños, el fulgor de las estrellas, los aromas, el canto de los pájaros o la presencia de quien de verdad nos ama. Los espacios son no-lugares y las relaciones humanas son funcionales que salen de corazones secos y endurecidos. No hay diálogo, ni intercambio, ni encuentro. Se hace imposible la comunidad. La persona no gravita hacia el interior, hacia quien la habita por dentro y la sustenta. Por eso, se pierde el fervor religioso y la actitud contemplativa”.


Creo que aquí encontramos la clave para entender por qué podemos estar satisfechos y, sin embargo, no experimentar el regalo de la alegría profunda que este domingo nos anuncia. Las familias decoran las casas con adornos navideños, compran lo necesario para las fiestas que se aproximan, desean/temen los encuentros familiares, hacen planes de entretenimiento para el período vacacional… Y, sin embargo, a menudo viven todo esto más como una carga que como una liberación. Muchos desean que pasen cuanto antes estas fechas porque experimentan una brecha entre las invitaciones exteriores a la alegría y su tristeza interior. La proliferación de estímulos de todo tipo no deja espacio para el asombro. 

En realidad, pareciera que ya no hay nada de qué asombrarse porque todo suena a “ya visto”, como si cada año abriéramos las cajas de cartón en las que guardamos la decoración navideña de años anteriores y todo se redujere a montar de nuevo el circo, añadiendo algún detalle de última hora. ¿Y si resultara mejor simplificar el aparato externo y dedicar más tiempo a contemplar el corazón del Misterio? 

Para asombrarnos de nuevo, el cardenal Bocos sugiere tres caminos: humildad, infancia y belleza. Los tres tienen una fuerte impronta mariana. Por eso, no hay mejor forma de prepararnos para la venida del Señor que acercarnos a la Virgen del Adviento, a la muchacha que, henchida del Misterio de Dios, lo acogió con humildad y experimentó la alegría que solo Dios puede dar: “Alégrate, llena de gracia”. Solo hay verdadera alegría (chára) donde hay gracia (cháris).

sábado, 14 de diciembre de 2024

El ejercicio del amor


San Juan de la Cruz
es un santo conocido, aunque no popular. Acaban de aparecer dos nuevas obras sobre él en español. Coincidiendo con el día de su fiesta, he vuelto a releer -como hago casi todos los años- su Cántico espiritual. Esta vez me ha llamado la atención el último verso de la estrofa 28: “que ya solo en amar es mi ejercicio”. Para comprender su alcance, es necesario situarlo dentro de la estrofa completa, que fluye así: “Mi alma se ha empleado / y todo mi caudal en su servicio. / Ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio”. 

Si cuando somos jóvenes nos preguntan cuál es nuestro oficio, lo más probable es que respondamos aludiendo a nuestra profesión: “Soy abogado”, “soy panadero”, “soy profesor”, “soy mecánico”, “soy enfermera”, “soy modista”, “soy informático”, “soy jueza” … En mi caso, quizás hubiera respondido: “Soy misionero”. O, para hacerme entender mejor, tal vez hubiera dicho: “Soy cura”. Durante la mayor parte de nuestra vida damos mucha importancia a lo que hacemos. La gente nos identifica por nuestra profesión: “Paco, el panadero”, “Luisa, la dependienta”, “Martín, el cura”. Nuestro oficio constituye nuestro rostro social. Somos reconocidos por la manera como contribuimos a la sociedad a través de lo que hacemos.


Quizás esta reducción de nuestra identidad a nuestro trabajo sea una de las razones que explican por qué muchas personas experimentan un gran vacío cuando se jubilan. O por qué otras prolongan hasta límites extremos su vida laboral: “Si no hago nada, me muero”. Juan de la Cruz, en la cumbre de su experiencia mística, descubre que su único “oficio” en la vida es amar. Lo dice con palabras contundentes: “que ya solo en amar es mi ejercicio”. Es verdad que el trabajo puede ser -y a menudo lo es- una expresión concreta de amor hacia las personas, pero está muy amenazado por los virus del activismo, el prestigio, la rivalidad, la envidia, la avaricia, etc. 

Llega un momento en que, superada o aquietada la etapa laboral, concentramos nuestra energía en amar a las personas y en ellas a Dios. Esto no significa que no hagamos nada, que entremos en una especie de quietud contemplativa, sino que pasamos de hacer algo “por los demás” a relacionarnos “con los demás”. El paso del por al con es determinante. La relación personal, con sus infinitos armónicos, ocupa nuestra atención. Ya no se trata tanto de prestar servicios más o menos útiles o demandados, sino de darnos y de aceptar la donación que los otros hacen de sí mismos. Este “ejercicio” -como lo denomina Juan de la Cruz- es muy exigente. No siempre queremos adentrarnos en la espesura de las relaciones. Preferimos seguir haciendo cosas “por los demás”, pero a cierta distancia, porque nos cuesta entrar descalzos en el santuario de las personas.


Quizás nos sucede algo parecido en nuestra relación con Dios. Creemos en Él. En nuestros mejores momentos estamos dispuestos a “hacer cosas” por Él, incluyendo aquellas expresiones de amor que son como la “carta de identidad” del creyente y que se sintetizan en las obras de misericordia. A la luz de las palabras de Jesús, lo hemos visto a él cuando “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36). 

¿Existe alguna otra forma de “ejercer” el amor? La estrofa 26 del Cántico nos ofrece una respuesta: “En la interior bodega / de mi Amado bebí, y cuando salía / por toda aquesta vega, / ya cosa no sabía, / y el ganado perdí que antes seguía”. Beber en la interior bodega del Amado significa una experiencia de intimidad que trasciende las mismas expresiones del amor, hasta el punto de que perdemos el ganado que antes seguíamos. Es difícil dar cuenta cabal de lo que esta experiencia significa, pero creo que se asemeja a una profunda comunión con Dios en la que ya no cuenta lo que hacemos, por noble que sea, sino nuestra completa rendición a su voluntad, la experiencia genuina del amor.

jueves, 12 de diciembre de 2024

De Lisboa a Roma


Después de cuatro días en Portugal, regreso dentro de un par de horas a Madrid. Como tantas otras veces, escribo esta entrada en el aeropuerto de Lisboa, decorado discretamente con símbolos navideños. Hay gente, pero no se perciben agobios. De lunes a miércoles he dirigido un taller de formación permanente con 40 claretianos de Portugal y del sur de España en la casa que tenemos en Fátima. Un par de noches me he acercado al santuario para rezar el rosario en la “capelinha” que acoge la imagen de la Virgen. Rezar junto a unas decenas de peregrinos a las 9,30 de la noche cuando el termómetro ronda los 2 grados tiene algo de atrevido. Todos los presentes estábamos enfundados en abrigos, gorros y guantes. En las noches de diciembre no hay procesión de velas. La oración dura poco más de media hora. Es emocionante orar por las personas queridas, por la paz en el mundo, por la conversión de los pecadores y por el papa Francisco mientras en el cielo negrísimo se recorta la luna creciente. 

No sé qué tiene Fátima que siempre que visito este lugar me siento irremediablemente atraído por la Madre, como si ella fuera un imán que reúne a los hijos dispersos. En torno a ella uno puede ver a una anciana portuguesa con el rosario en la mano y a un mochilero greñudo con una vela encendida. Fátima es un lugar universal. No está reservado a una categoría de personas. Todos, incluso los no creyentes, se encuentran como en casa. ¡Es el efecto benéfico de estar en la casa de la Madre!


Hoy se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Una vez -creo que fue en 2012- pude celebrarla en Ciudad de México. Comprobé de cerca lo que mis hermanos mexicanos me habían dicho. La ciudad se convierte en una prolongación del santuario del Tepeyac. Se celebran misas en las iglesias, oficinas, talleres, supermercados… Yo mismo presidí una Eucaristía en plena calle de un barrio popular al caer la tarde. Es difícil describir, y sobre todo comprender, lo que la Virgen de Guadalupe significa para el pueblo mexicano y, en general, para toda América. Abundan los estudios antropológicos, teológicos y pastorales porque para creyentes y no creyentes constituye un fenómeno único, atractivo, rompedor. 

Quizá su interpretación tiene mucho que ver con lo que María canta en el Magníficat: “Ha mirado la humildad de su sierva; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Cuando uno se siente frágil, débil y necesitado, enseguida entra en la zona de influencia de esta mujer sencilla que, por haberse vaciado completamente de sí misma, ha dejado todo el espacio a Dios. Contemplando a la “llena de gracia”, vemos un reflejo inequívoco del Dios que es amor. Y como estamos hechos para Él, el atractivo es casi irresistible. La gracia adquiere el perfil de la seducción.


En los periódicos digitales de este jueves leo algunos ecos de la visita de los reyes Felipe y Letizia a Italia. Me gusta que se cuiden y celebren las relaciones entre los dos países. Yo he pasado 20 años de mi vida en el país transalpino y siento una gran admiración por él. Como sucede en todas las relaciones de amor, no tengo ningún inconveniente en señalar sus defectos y en quejarme de sus desajustes. Solo nos atrevemos a hacer estas críticas con las realidades que amamos. Hay muchos españoles que visitan Italia y muchos más italianos que visitan España y hasta se quedan a vivir entre nosotros. Los vínculos son evidentes, pero hace falta profundizarlos y celebrarlos para que los malentendidos no cobren demasiado protagonismo. 

En su discurso en Montecitorio, el rey Felipe VI dijo que nuestra relación no es solo de amistad, sino de hermandad. Nuestra común raíz latina y nuestra cultura cristiana han forjado una identidad similar, aunque con diferencias muy apreciables. Me gustaría quedarme con lo mejor de cada país y exorcizar los demonios familiares. De Italia rescato, sobre todo, la pasión por la belleza, la alegría de vivir, el sentido de la familia, la tendencia a no dramatizar los problemas (típica de un pueblo viejo) y, sobre todo, la capacidad de encontrar soluciones ingeniosas en momentos que parecen sin salida. Tenemos mucho que aprender. Los demonios los dejo para otro día. No es muy cortés mencionarlos en un día como hoy.



domingo, 8 de diciembre de 2024

Cuatro preguntas y una respuesta

 

Hoy es un día especial. En casi todos los países se celebra el II Domingo de Adviento. Sin embargo, en España, debido a la arraigada tradición, celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción. El Dicasterio para el Culto Divino y la Doctrina de los Sacramentos, atendiendo a una solicitud de la Conferencia Episcopal Española, ha dispensado la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de esta solemnidad mariana al lunes 9 de diciembre. 

Por lo tanto, en España se celebra este domingo la solemnidad de la Inmaculada Concepción, si bien para no perder el sentido progresivo del Adviento, la segunda lectura de la Eucaristía, será la correspondiente del domingo II de Adviento.


La primera lectura de hoy es un fragmento del capítulo 3 del libro del Génesis. A Adán y Eva, personajes míticos que aluden al origen del género humano, Dios les formula unas cuantas preguntas después de que ambos desobedecieran sus mandatos.

A Adán le formula tres: ¿Dónde estás? ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer? Las tres van dirigidas también a cada uno de nosotros hoy porque son preguntas que tienen que ver con el misterio de nuestra identidad.

1. ¿Dónde estás? Cuando huimos de Dios, cuando escogemos nuestros propios caminos, ¿dónde estamos? ¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿No es verdad que a veces tenemos la impresión de vagar sin saber cuál es nuestra patria, qué hacemos aquí?

2. ¿Quién te informó de que estabas desnudo? El uso de nuestra libertad en contra del amor recibido nos coloca en una situación de desnudez y vergüenza. No sabemos qué hacer con una libertad desenganchada de Quien nos la donó como gracia. Queremos escondernos. No soportamos la mirada de Dios. 

3. ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer? La pregunta tiene que ver con nuestro deseo de comer del árbol del bien y del mal, de ocupar el lugar de Dios, de fijar nosotros los límites y de convertirnos en seres autosuficientes.

Las respuestas de Adán (es decir, de cualquiera de nosotros) son meras justificaciones. Sentimos miedo de Dios, no nos atrevemos a mostrarnos como somos (tapamos nuestra desnudez), echamos la culpa a los demás de nuestras acciones (Adán responsabiliza a Eva), buscamos siempre chivos expiatorios.

La pregunta que Dios dirige a la mujer es solo una: 

4. ¿Qué has hecho? La respuesta es también evasiva: “La serpiente me sedujo y comí”. No difiere de las que nosotros solemos dar cuando Dios nos sigue preguntando qué hemos hecho, por qué nos hemos alejado de su amor. Solemos aducir un rosario de excusas: el ambiente actual empuja a abandonar la fe, vivimos expuestos a innumerables tentaciones, no podemos significarnos demasiado, etc.


De este guion que parece escrito inspirado en nuestra vida, saltamos a la hermosa página del Evangelio de Lucas que describe la vocación de María. En ella, una muchacha de Nazaret no juega con la gracia de Dios. Es verdad que experimenta desconcierto y formula preguntas, pero su respuesta es una rendición completa a la gracia que ha hecho de ella una criatura nueva, libre de la corrupción, inmaculada: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. 

Esto es lo que se espera también de cada uno de nosotros. El drama de nuestro tiempo es que pretendemos que las cosas sean según nuestra palabra, no según la palabra de Dios. Aspirando a ser señores y no hijos obedientes, hipotecamos nuestra verdadera dignidad.


Hoy se celebrará la primera misa en la catedral de Notre Dame de París después de la solemne reapertura del templo que tuvo lugar ayer por la tarde tras cinco años de restauración del edificio deteriorado por el fuego. Millones de ojos de todo el mundo mirarán a María, notre dame (nuestra señora), con la esperanza de que ella, que no ha sido destruida por el fuego del pecado, que ha sido preservada de toda contaminación, nos ayude a acoger la gracia que Dios nos regala y a responder a Dios con la misma entrega y presteza con que ella acogió su Palabra.

No es extraño que en el itinerario del pecado a la gracia, o de la indiferencia a la fe, María siga ejerciendo un función maternal. Ella es nuestra pedagoga. Por eso, la buscamos como el niño que busca a su madre en la oscuridad.