Si sumamos las cifras del nuevo año litúrgico 2025 (2+0+2+5) el resultado es 9; o sea, un número divisible por 3 (3 x 3 = 9). Eso significa que hemos empezado el ciclo C y que nuestro compañero de ruta, sobre todo en el largo Tiempo Ordinario, será el evangelio de Lucas, aunque en algunos momentos nos dejaremos guiar por Juan.
El primer domingo de Adviento nos ofrece un evangelio dibujado con trazos apocalípticos. Aunque hemos visto algunas películas de este género, los cristianos de hoy, a diferencia de los del siglo I, no estamos muy acostumbrados a interpretar esta simbología cósmica. Por eso, podemos sentirnos desconcertados. Al principio de la creación la palabra de Dios puso orden en el caos inicial. Lo mismo sucederá al final. El caos último será vencido por el Hijo del hombre que vendrá “en una nube, con gran poder y gloria”. Lo que se nos pide es una triple actitud: levantarnos, tener cuidado y estar despiertos.
Lo primero es permanecer en pie con nuestros ojos fijos en Él. Nosotros no podemos ordenar el caos cósmico y social solo a base de ciencia y técnica. Necesitamos confiar en el Único que tiene “el poder y la gloria”. Así tituló el británico Graham Green su famosa novela. Cuando creemos en la fuerza del Resucitado, dejamos de tener miedo. El final de la historia le pertenece a Él. No hay catástrofe que sea más poderosa que su Palabra.
La segunda invitación de Jesús es a tener cuidado, a estar atentos, a no dejar que se emboten nuestros corazones “con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida”. Vivimos en la sociedad del entretenimiento. No estamos acostumbrados a pensar en el final, ni en nuestro final ni en el final del mundo. Por eso, debemos rellenar el tiempo a base de distracciones. “Yo en la muerte no pienso”, afirman muchas personas. No es que tengamos que estar obsesionados con este hecho ineludible, pero sin tenerlo presente es imposible dar densidad a la vida.
Con mucha frecuencia me acompaña una octava real que el poeta Luis Blanco Vela transformó así:
y tengo que morir –es infalible–,
porque dejar de verte y condenarme
solo con otro dios será posible,
por eso río, duermo, quiero holgarme,
Señor, y tengo amor a lo visible.
Y solo me pregunto en qué me encanto
cuando huyo de la vida por ser santo.
Finalmente, Jesús nos invita a abrir los ojos y orar: “Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”. Los itinerarios espirituales suelen comenzar con una invitación a despertar porque a menudo vivimos dormidos, como zombis que van de un sitio para otro haciendo cosas, pero sin un propósito definido. De este modo, no podemos reconocer los signos de la presencia de Jesús en medio de nosotros.
Un discípulo sabe que ya es hora de despertarnos del sueño porque el día final está más cerca. Pero no solo eso. Jesús nos pide que oremos para que podamos escapar del mal que nos envuelve, del caos que amenaza nuestra fe y nuestra esperanza. Empezar el Adviento de este modo nos ayuda a no sucumbir a la Navidad bobalicona que la sociedad del entretenimiento nos vende envuelta en papel celofán. El porvenir no es solo futurum (lo que nosotros podemos programar y ejecutar), sino, sobre todo, adventus (lo que llega como regalo inmerecido). Dios es siempre Adviento.
Hoy me llama la atención y me interpela, quizás porque he vivido la muerte, de personas cercanas, cuando escribes:
ResponderEliminar“Porque sé que nací para salvarme
y tengo que morir –es infalible–“
Y también cuando escribes: “El porvenir… es sobre todo, adventus (lo que llega como regalo inmerecido). Dios es siempre Adviento.”
Gracias Gonzalo… Poder vivir el adviento como “este regalo” aporta mucha luz a este tiempo.