El evangelio de este sábado de la primera semana de Adviento contiene una frase de Jesús que se puede aplicar a nuestra situación: “Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor»” (Mt 9,36). Jesús conocía muy bien a la gente de su tiempo. Jesús conoce muy bien a la gente de nuestro tiempo. ¿Cómo nos ve? Nos ve “extenuados y abandonados”. Es decir, nos ve cansados, derrotados por el trajín diario, afanosos por sacar adelante nuestro trabajo, oprimidos por el exceso de información, acogotados por el control burocrático, saturados de estímulos que no podemos procesar, ansiosos por llegar a una meta que desconocemos.
Pero lo más grave es que nos ve “como ovejas que no tienen pastor”; es decir, confundidos, desorientados, solos, sin nadie que nos acompañe, estimule, alimente y corrija. Como si estuviéramos condenados a buscarnos la vida en solitario. “Que cada palo aguante su vela”, solemos decir usando un lenguaje marinero. En esta lucha, los más espabilados triunfan; los demás se quedan rezagados por el camino.
¿Es verdad que andamos por la vida “como ovejas sin pastor”? No es justo generalizar. Muchas personas se sienten identificadas con el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Para ellas, Dios es la presencia que las acompaña siempre. No se sienten nunca abandonadas. Pero lo más normal es encontrarse con hombres y mujeres que están perdidos en el laberinto de esta sociedad compleja. Tan pronto buscan desesperadamente a alguien con quien hablar como se refugian en un mutismo asfixiante. Creo que es más frecuente en los jóvenes y en los adultos que no han superado los 40 años.
No es cuestión de criticar. Esa no es la actitud de Jesús. Según el evangelio, él “se compadecía” de las personas extenuadas y abandonadas. No reaccionada desde la indignación o la indiferencia, sino desde la compasión. ¿Cómo expresaba Jesús su actitud compasiva? El evangelio es también claro: “enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”. Enseñar, anunciar la buena noticia y curar las dolencias son las actividades principales de quien se siente llamado a prolongar la misión de Jesús.
Esta empresa es tan extensa y ardua que exige muchos operarios. Por eso, Jesús le pide al Padre que siga suscitando hombres y mujeres que puedan trabajar en ella. Hay que enseñar el camino de la verdad a quien se siente perdido. Hay que anunciar el evangelio del reino a quien vive oprimido por la culpa o el sinsentido. Hay que curar muchos desajustes, adicciones y enfermedades que hacen la vida insoportable. Y todo ello en comunidad y gratuidad. No están los tiempos para ir por la vida como francotiradores, aunque a veces dé la impresión de que las acciones en solitario son más rápidas y eficaces. Toda misión eclesial es siempre comunitaria. El “de dos en dos” tiene una fuerte carga simbólica, y más en estos tiempos de rampante individualismo.
Por otra parte, la gratuidad es el lenguaje de la gracia. Necesitamos bienes materiales para vivir con dignidad, pero no podemos ir mercadeando con el tesoro de la gracia. El verdadero enviado siempre está dispuesto a ayudar sin esperar nada a cambio. A veces recibe su recompensa en dinero, pero no hay recompensa mayor que la satisfacción de haber formado parte del equipo de Jesús que sale a los caminos de la vida para que nadie camine en solitario, como oveja sin pastor.
Por cierto, hoy celebramos una de las cuatro memorias obligatorias del tiempo de Adviento: la de san Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia. Él fue un verdadero pastor que dio la vida por sus ovejas de Milán. sus escritos siguen iluminando el camino de hoy.
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