Cuando viajo en metro, sobre todo los fines de semana, veo en los vagones a muchas personas con rostros mestizos que denotan su origen hispanoamericano. Abundan los venezolanos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, dominicanos, argentinos, hondureños, cubanos, etc. He notado un gran cambio con respecto a lo que se veía hace veinte o treinta años. La observación ha sido confirmada por las estadísticas. A finales de este año, los hispanoamericanos superan ya el millón en la comunidad de Madrid. El crecimiento sigue imparable. Eso significa que uno de cada siete habitantes de esta comunidad autónoma procede de Hispanoamérica. Es probable que la proporción vaya creciendo con el paso de los años.
Aunque esta avalancha pueda crear algunos problemas para los que llegan y los que acogen, creo que el balance es muy positivo. Se está incubando un nuevo tipo de sociedad multicultural cimentada sobre valores comunes como la lengua (si bien con las peculiaridades propias de cada país), la visión cristiana de la vida (si bien muy influida por la secularización ambiental), la importancia dada a la persona y a la familia (si bien amenazada por el individualismo contemporáneo), el gusto por la belleza y la fiesta (si bien reducido en muchos casos a mero consumo de entretenimiento, etc.).
Esta “hispanoamericanización” de la sociedad madrileña presenta enormes desafíos sociales y también eclesiales. Tienen que ver con la calidad del empleo, la vivienda digna, la atención sanitaria, etc. ¿Cómo está respondiendo la comunidad cristiana ante la presencia de tantos hermanos y hermanas provenientes de los países hispanoamericanos? Hay ejemplos hermosos de parroquias que han sabido acoger esta presencia y se han enriquecido con la fe de los que llegan. Conozco de cerca los ejemplos de las parroquias claretianas de Madrid. Es admirable, por ejemplo, la devoción con que la comunidad peruana celebra la fiesta del Cristo de los Milagros y su participación en la vida de la parroquia del Inmaculado Corazón de María. Pero he oído también algunos casos en que los hispanoamericanos han encontrado una acogida fría. Muchos se encuentran más a gusto, más reconocidos, en las asambleas de algunas denominaciones protestantes que en nuestras eucaristías dominicales.
No se puede ir contra la historia. En el pasado, muchos españoles emigraron a México y a Argentina y, en menor medida, a otros países como Venezuela o Brasil, para “hacer las Américas”. Ahora el movimiento es de oeste a este. En ambos casos, la necesidad de buscar una vida mejor es el motor principal. Muchas de las personas que cuidan a nuestros ancianos en hogares y residencias son hispanoamericanas. Pero hay también gente de Hispanoamérica en otras profesiones como conductores de taxis, repartidores, albañiles, cocineros, personal de seguridad y camareros. He podido ver en algunos centros sanitarios, sobre todo privados, a médicos, enfermeros y auxiliares de clínica que provienen también del otro lado del charco. Y no faltan algunos ricos inversores mexicanos o venezolanos, además de escritores, periodistas, cantantes y actores famosos.
Ya sé que no podemos olvidarnos de los traficantes de droga y de las famosas “bandas latinas” y los problemas de violencia asociados a ellas, pero quisiera creer que se trata de minorías que no reflejan el perfil mayoritario de los hispanomericanos que viven en Madrid.
A medida que los descendientes de hispanoamericanos nacidos en España accedan a la educación superior, irán estando presentes en otras profesiones más cualificadas y mejor remuneradas. Los próximos años pueden ser el crisol de una sociedad plural, enriquecida con las diversas proveniencias, o el caldo de cultivo para la xenofobia y las propuestas de segregación. Las escuelas y las parroquias tienen delante un reto de largo alcance. Esperemos que todos podamos estar a la altura de estos tiempos.
Creo que la Navidad es una buena ocasión para contemplar a la familia de Nazaret como un ejemplo de migrantes que experimentaron en carne propia el rechazo y que, sin embargo, reaccionaron ofreciendo al Niño a todos: a los pastores marginales y a los magos buscadores. Yo, que he viajado muchas veces a todos los países hispanoamericanos sin excepción (desde México hasta Chile), celebro que nuestra comunidad madrileña se vea enriquecida con la presencia de más de un millón de hermanos y hermanas provenientes de estos países. Los problemas de hoy son, en realidad, soluciones (incluso económicas) para las necesidades de mañana. Hay que saber reconocerlos y afrontarlos con generosidad y amplitud de miras.
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