Después de cuatro días en Portugal, regreso dentro de un par de horas a Madrid. Como tantas otras veces, escribo esta entrada en el aeropuerto de Lisboa, decorado discretamente con símbolos navideños. Hay gente, pero no se perciben agobios. De lunes a miércoles he dirigido un taller de formación permanente con 40 claretianos de Portugal y del sur de España en la casa que tenemos en Fátima. Un par de noches me he acercado al santuario para rezar el rosario en la “capelinha” que acoge la imagen de la Virgen. Rezar junto a unas decenas de peregrinos a las 9,30 de la noche cuando el termómetro ronda los 2 grados tiene algo de atrevido. Todos los presentes estábamos enfundados en abrigos, gorros y guantes. En las noches de diciembre no hay procesión de velas. La oración dura poco más de media hora. Es emocionante orar por las personas queridas, por la paz en el mundo, por la conversión de los pecadores y por el papa Francisco mientras en el cielo negrísimo se recorta la luna creciente.
No sé qué tiene Fátima que siempre que visito este lugar me siento irremediablemente atraído por la Madre, como si ella fuera un imán que reúne a los hijos dispersos. En torno a ella uno puede ver a una anciana portuguesa con el rosario en la mano y a un mochilero greñudo con una vela encendida. Fátima es un lugar universal. No está reservado a una categoría de personas. Todos, incluso los no creyentes, se encuentran como en casa. ¡Es el efecto benéfico de estar en la casa de la Madre!
Hoy se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Una vez -creo que fue en 2012- pude celebrarla en Ciudad de México. Comprobé de cerca lo que mis hermanos mexicanos me habían dicho. La ciudad se convierte en una prolongación del santuario del Tepeyac. Se celebran misas en las iglesias, oficinas, talleres, supermercados… Yo mismo presidí una Eucaristía en plena calle de un barrio popular al caer la tarde. Es difícil describir, y sobre todo comprender, lo que la Virgen de Guadalupe significa para el pueblo mexicano y, en general, para toda América. Abundan los estudios antropológicos, teológicos y pastorales porque para creyentes y no creyentes constituye un fenómeno único, atractivo, rompedor.
Quizá su interpretación tiene mucho que ver con lo que María canta en el Magníficat: “Ha mirado la humildad de su sierva; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Cuando uno se siente frágil, débil y necesitado, enseguida entra en la zona de influencia de esta mujer sencilla que, por haberse vaciado completamente de sí misma, ha dejado todo el espacio a Dios. Contemplando a la “llena de gracia”, vemos un reflejo inequívoco del Dios que es amor. Y como estamos hechos para Él, el atractivo es casi irresistible. La gracia adquiere el perfil de la seducción.
En los periódicos digitales de este jueves leo algunos ecos de la visita de los reyes Felipe y Letizia a Italia. Me gusta que se cuiden y celebren las relaciones entre los dos países. Yo he pasado 20 años de mi vida en el país transalpino y siento una gran admiración por él. Como sucede en todas las relaciones de amor, no tengo ningún inconveniente en señalar sus defectos y en quejarme de sus desajustes. Solo nos atrevemos a hacer estas críticas con las realidades que amamos. Hay muchos españoles que visitan Italia y muchos más italianos que visitan España y hasta se quedan a vivir entre nosotros. Los vínculos son evidentes, pero hace falta profundizarlos y celebrarlos para que los malentendidos no cobren demasiado protagonismo.
En su discurso en Montecitorio, el rey Felipe VI dijo que nuestra relación no es solo de amistad, sino de hermandad. Nuestra común raíz latina y nuestra cultura cristiana han forjado una identidad similar, aunque con diferencias muy apreciables. Me gustaría quedarme con lo mejor de cada país y exorcizar los demonios familiares. De Italia rescato, sobre todo, la pasión por la belleza, la alegría de vivir, el sentido de la familia, la tendencia a no dramatizar los problemas (típica de un pueblo viejo) y, sobre todo, la capacidad de encontrar soluciones ingeniosas en momentos que parecen sin salida. Tenemos mucho que aprender. Los demonios los dejo para otro día. No es muy cortés mencionarlos en un día como hoy.
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