lunes, 2 de diciembre de 2024

Merece la pena pensarlo


A veces dudo de si vivo en el mismo mundo que algunas personas -especialmente políticos- que hacen afirmaciones que me parecen contradecir abiertamente la realidad. O también puede suceder que mi visión esté distorsionada por prejuicios, falta de información objetiva, sentimientos de animadversión, etc. No hay que dar nada por descontado. Lo admito. 

Ayer hice un gran esfuerzo por oír el discurso con el que el secretario general del PSOE clausuró en Sevilla el 41 congreso de su partido. Ya sé que, en actos como ese, todos los políticos se vienen arriba y utilizan un género de autoexaltación que provoca el delirio de sus fans, pero confieso que lo que oí ayer me produjo vergüenza ajena. Tuve que restregarme los ojos para convencerme de que no estaba viendo una película de ciencia ficción, sino que estaba siguiendo en directo, a través de YouTube, un acto político. 

Me temía algo semejante, pero me sorprendió el tono mitinero y la falta de un pensamiento coherente y atado a la realidad. Con todo, lo que me preocupa mucho más todavía es que haya miles, millones de personas que estén dispuestas a seguir apoyando con su voto esta forma errática y oportunista de hacer política. Definitivamente, vivo en otro mundo. Tengo que hacérmelo mirar.


Mientras, el Adviento ha echado a andar. Si no fuera por la contundencia de la Palabra de Dios, que no cambia de año en año, sería imposible mantener el pulso de la esperanza. Son tantos los indicadores que nos empujan a una visión catastrofista de la realidad que, sin la luz y la fuerza de la Palabra, nos dejaríamos caer pendiente abajo. O rellenaríamos el vacío de la desesperación a base de analgésicos o de simples placebos. La sociedad del entretenimiento nos ofrece -es decir, nos vende- un muestrario casi infinito. Es difícil no sucumbir a sus encantos. 

Si todavía conservamos un poco de lucidez, nos damos cuenta de que esos analgésicos o placebos no nos curan del sinsentido, pero por lo menos lo hacen más tolerable. A muchas personas les parece suficiente. Nos hemos ido acostumbrado a moderar nuestros deseos a la medida de la publicidad. Esperar contra toda esperanza nos parece una empresa quijotesca, reservada solo a algunos fanáticos del deporte, de la política… o de la religión.


¿Qué necesitamos para convencernos de que hemos sido creados por y para Dios y de que, por tanto, nuestro corazón siempre estará insatisfecho hasta que descanse en Él? El hecho de que lo pongamos en duda o lo neguemos no cambia la realidad de las cosas. La hace más dolorosa. Retrasa nuestra manera esperanzada de situarnos en la vida. 

¿Qué es lo que necesitamos para dejarnos alcanzar por la gracia de Dios? No es necesario que seamos muy inteligentes o muy buenos. Ni siquiera que seamos unos buscadores inquietos. Basta con que seamos humildes, con que permitamos que Dios se cuele por las rendijas de nuestra fragilidad, con que no vayamos por la vida de “matones” que se las saben todas o de escépticos crónicos que se instalan en su agnosticismo como una zona cómoda, equidistante del compromiso de fe y de la desesperación total. 

El Adviento es el tiempo litúrgico que nos conecta con la objetividad de la revelación y de la fe. Lo que de verdad cuenta no es mi estado emocional o mi lucidez intelectual, sino la acogida de una promesa. No hay en la vida opción más seria y razonable que abrirnos humildemente a las promesas de Dios. Todo lo nuestro es efímero y ambiguo, pero “sus palabras no pasarán”. Merece la pena pensarlo dos veces. 

2 comentarios:

  1. Me quedo con dos de los muchos mensajes y propuestas que nos aportas hoy: “permitamos que Dios se cuele por las rendijas de nuestra fragilidad”
    Y también: “No hay en la vida opción más seria y razonable que abrirnos humildemente a las promesas de Dios.”
    Ojalá que a lo largo de este tiempo de Adviento pueda conseguirlo…
    Gracias Gonzalo por tus propuestas… Confío en que María nos ayude a ello.

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  2. Feliz Adviento, Gonzalo. Que no dejemos de esperarLe con el corazón ardiente 🔥🔥🔥

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