Desde niño me ha atraído la figura de san Francisco Javier. Su historia singular es una síntesis de fe, espíritu aventurero, pasión evangelizadora y mucha valentía. Creo que es el prototipo de navarro curtido por la vida. Hace años estuve muy cerca de Goa (India), donde descansan sus restos, pero no pude acercarme hasta su tumba. No sé si se presentará otra ocasión. Lo que sí he visitado algunas veces es el castillo de Javier donde nació este misionero jesuita el 7 de abril de 1506. Vivió solo 46 años. Su apasionante historia es bien conocida. Ha sido inmortalizada por la literatura y el cine.
Lo que hoy me interesa es subrayar un aspecto de su vida que nos ayuda a los cristianos de hoy. Francisco, tras su conversión en la Sorbona de París, vivió una existencia “centrada” en Dios. Tomó en serio las palabras de Jesús: “¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo si pierde su vida?”. Vivió a la letra el principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales de su compañero Ignacio de Loyola: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima…” (n. 23). Cuando nosotros, enredados en mil preocupaciones, leemos estas palabras, experimentamos una sacudida. No hemos nacido para ser ricos y famosos. O para sufrir miserias. Hemos venido a la existencia “para alabar, hacer reverencia y servir a Dios”.
La formulación de Ignacio suena tan contundente y obvia que nos cuesta imaginar que pueda ser de otra manera. ¿Por qué, si hemos nacido para alabar y servir a Dios, nos perdemos con tanta facilidad? ¿Por qué otros objetivos secundarios polarizan nuestra vida? ¿Por qué nos extrañamos de que no acabemos de ser felices cuando nos empeñamos en tomar otros caminos? La diferencia entre Francisco Javier y la mayoría de nosotros es que él “centró” su vida en ese fin. Todas sus energías físicas, intelectuales y afectivas las puso al servicio de ese ideal.
Nosotros solemos estar muy dispersos. Creemos en Dios, pero no tenemos inconveniente en encender alguna que otra vela a los ídolos que roban nuestro corazón. Quizá esta duplicidad es la que puede explicar nuestro descontento interior, esa especie de desazón que nos acompaña en la vida y que nunca sabemos de dónde procede. Lo contrario a estar centrado es estar disperso o distraído. Creo que la distracción es una enfermedad de nuestro tiempo. Nos cuesta estar a lo que estamos, ser lo que estamos llamados a ser.
De Francisco Javier se sigue hablando casi cinco siglos después de su muerte. De muchos de los “ídolos” actuales no quedará memoria dentro de unos años. Esa es la diferencia entre los que han buscado reflejar la luz de Dios y quienes buscan deslumbrar con luz propia. Francisco Javier no buscó su prestigio personal. No le importó abandonar Europa (centro de la cristiandad) y aventurarse por tierras del Extremo Oriente. Muchas de las comunidades cristianas que existen hasta hoy son fruto de su pasión evangelizadora. Perdiéndose a sí mismo, logró que muchos se encontraran con Cristo y enriquecieran su vida con el don de la fe.
No estoy seguro de que hoy vivamos esta misma pasión. Las múltiples “distracciones” de la vida moderna nos impiden estar “centrados”, saber cuál es el propósito de nuestra vida y poner todas nuestras energías a su servicio. Por eso, para no perder el rumbo, necesitamos recordar las vidas de los santos. Ellos son como faros que iluminan el camino.
No me ha sido fácil la reflexión de hoy… Es exigente… Ayuda a tomar conciencia de lo dispersos y distraídos que estamos. Como nos cuesta recordar las palabras: Hemos venido a la existencia “para alabar, hacer reverencia y servir a Dios”.
ResponderEliminarAyudas a tomar conciencia de cómo estamos viviendo superficialmente, sin aterrizar en lo esencial.
Planteándome todas las preguntas que nos formulas, me ayuda a recordar cuando Jesús habla de los obreros que fueron a trabajar a la viña y fueron invitados en diferentes horas… No tenemos excusas, unos son llamados a primera hora y otros más tarde, pero todos somos llamados…
Realmente, como dices, necesitamos recordar las vidas de los santos… Ellos son como faros que iluminan el camino.
Muchas gracias Gonzalo por despertarnos inquietudes.