viernes, 27 de diciembre de 2024

El canto revolucionario de María


Tras las fiestas navideñas, hoy he tenido una conferencia titulada “Proclama mi alma”. Trata sobre el Magnificat, el cántico de María (Lc 1,46-55) que todos los días se canta o se recita en la celebración litúrgica de vísperas. Se inscribe en el ciclo de seis conferencias online organizadas por el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid dentro del llamado curso de Navidad. Confieso mi pasión por este himno mariano.

La conferencia me ha dado la oportunidad de volver sobre él una vez más. Alguna vez he escrito en este Rincón sobre “el Dios de María” dibujado en el Magnificat. Es un Dios que subvierte el orden establecido. No es extraño, pues, que un canto, aparentemente inocuo, fuera prohibido en Calcuta en 1805 por la Compañía de las Indias Orientales, o a finales de los años 70 del siglo pasado por la Junta militar en Argentina o en los años 80 por el gobierno de Guatemala.


El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, nos da la verdadera razón: “El Magníficat es el himno de Adviento más antiguo. Es al mismo tiempo el más apasionado, salvaje y, se podría decir, revolucionario himno de Adviento nunca antes cantado. No es la gentil, tierna y soñadora María a la que a veces se ve en las pinturas. Es la apasionada, entregada, orgullosa, entusiasta María la que aquí habla. Este canto no tiene el dulce, nostálgico o incluso festivo tono de algunos de nuestros villancicos de la Navidad. En vez de eso es un duro, fuerte e inexorable canto acerca del colapso de tronos y de humillados señores de este mundo; es acerca del poder de Dios y de la impotencia de la humanidad. Están los tonos de las mujeres profetas del Antiguo Testamento, que ahora cobran vida en la boca de María”.


Creo que la recitación diaria de este cántico nos ayuda a:

Reconocer y agradecer nuestra experiencia del Dios grande, salvador, poderoso, santo y misericordioso y, por lo tanto, a purificar otras imágenes que no son “marianas” y que contaminan nuestra espiritualidad. Podríamos decir que ejerce un continuo “control de calidad” sobre la manera como imaginamos a Dios y nos relacionamos con Él.

Vivir la experiencia de Dios como fuente de alegría permanente, sobre todo cuando nos sentimos “humillados” y tenemos que vivir esta situación con “humildad”. La alegría no brota de nuestros éxitos evangelizadores, de nuestras estadísticas hinchadas o de otros indicadores de bonanza, sino del hecho de que Dios se ha fijado en nuestra “pequeñez/humildad/humillación”.

Reconocer la acción continua de Dios que subvierte la historia, poniéndose del lado de los débiles y desenmascarando y derrotando a los soberbios/poderosos/ricos. Esta acción de Dios nos indica con claridad dónde debemos situarnos en la historia y en qué consiste nuestra misión como “colaboradores” de la misión de Dios. Frente a la tríada “soberbia / poder /riqueza” nosotros debemos ofrecer los valores de “castidad / obediencia / pobreza”, como expresión de la novedad del Reino.

Fiarnos de las promesas de Dios que siempre se cumplen porque Él es siempre fiel. Sobre su fidelidad podemos también ir construyendo la nuestra. No hay, pues, motivo para el pesimismo o la desesperanza, aunque nuestra vida esté marcada por el sufrimiento, como sucedió con María.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias. Su exposición de hoy ha sido muy enriquecedora. Da mucho que meditar y orar. Dios se lo pague. Hna. M. Ángeles Sanz. Operaria Catequista

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  2. Gracias Gonzalo.
    Me ha impactado positivamente la forma tan...preciosa y certera de entender el "Magnificat" .
    Para meditar, agradecer, y sobre todo " fiarnos de Jesús "

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