Ayer se abrió la Puerta Santa de la basílica de san Pedro en Roma. Con este rito comenzó el Año Santo con ocasión del 2025 aniversario simbólico del nacimiento de Jesús. Tendremos ocasión de volver sobre el significado del Jubileo.
Hoy celebramos la Natividad del Señor. Dejemos que las palabras de la liturgia de este día enriquezcan nuestro diccionario cristiano y, con él, nuestra experiencia de encuentro con el Dios que ha plantado su tienda en nuestro suelo. No hay forma humana de expresar a cabalidad un misterio tan hermoso y sobrecogedor, pero de alguna manera tenemos que hacerlo. Escojo las siete palabras que más me resuenan este año:
PAZ
Es el mensaje central de la primera lectura (Is 52,7-10): “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!»”. Solo habrá paz estable en este mundo dividido cuando Dios lo sea todo en todos, cuando impere la justicia.
En la misa de medianoche, escuchamos el anuncio de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. ¡Cómo resuena este anuncio cuando contemplamos las imágenes de Ucrania y Gaza o cuando nos salpican las tensiones familiares o las refriegas sociales!
SALVACIÓN
La palabra aparece en la primera lectura (“Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios”) y en el salmo responsorial (“El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia”; “Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios”. Aunque nos creamos autosuficientes, todos necesitamos ser salvados.
La venida de Jesús se experimenta como liberación de nuestro yo alienado y de todo lo que nos esclaviza. También los hombres y mujeres modernos cargamos pesadas cadenas, aunque no siempre las reconozcamos como tales.
HIJO
Este hermoso vocablo aparece en la carta a los hebreos (segunda lectura) en referencia a Jesús: “En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. El evangelio de Juan aplica el término a quienes creemos en él: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios”. Somos hijos en el Hijo. Eso significa que no somos meros productos del azar, esclavos de procesos deterministas o carne de manipulación política o mediática.
San Pablo lo aclara en una de sus cartas: “Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8, 17). ¿Puede haber un fundamento más sólido para nuestra dignidad inviolable, nuestra libertad plena y nuestra confianza radical?
VERBO
Aparece cinco veces en el prólogo de Juan, que se lee íntegro en el Evangelio de hoy. Es la versión castellana del término latino verbum (palabra), que a su vez traduce el término griego lógos (pensamiento, palabra). Se le aplica a Jesús en cuanto Hijo de Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Este Verbo “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” en un determinado momento de la historia y en un espacio concreto de la geografía “se hizo carne y habitó entre nosotros”.
No creo que exista en todo el Nuevo Testamento una expresión más misteriosa y cargada de fuerza: “ho lógos sarx egéneto” (Jn 1,14). El origen de todo, la energía que mueve el universo, la razón que gobierna cuanto existe, el Misterio por antonomasia, ha querido hacerse visible, audible y tangible. Me vienen a la memoria las conocidas palabras de san Anselmo: Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se ha hecho hombre?). Solo hay una respuesta posible: por amor. Dejémonos amar sin medida y respondamos adorantes: “Venite, adoremus Dominum”. Amor con amor se paga.
CARNE
Este término traduce el latino caro, que a su vez versiona el griego sarx. Es una forma extrema de aludir a la condición humana: “Se hizo carne y habitó entre nosotros”. El Verbo eterno, haciéndose “carne”, entra en el territorio de nuestra fragilidad. Se hace vulnerable, limitado, finito. Se pone en la fila de quienes peregrinamos por este mundo con el fardo de nuestras preocupaciones e inquietudes.
Lo aclara la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Hb 4,15). El Verbo hecho carne comprende hasta el fondo nuestra condición humana porque la ha hecho suya. No estamos solos en el agujero negro de la existencia.
LUZ
Seis veces aparece el término en el prólogo de Juan. Primero establece una hermosa conexión con la vida: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”. Luego se afirma redondamente que el Verbo es luz: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo”. Lo que se dice en el prólogo a modo de obertura, lo repetirá el mismo Jesús en su misión evangelizadora: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
No solo Jesús ilumina nuestras tinieblas, sino que nos convierte a nosotros en luz con la misión de iluminar: “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).
GRACIA
El término viene del gratia, que a su vez traduce el griego cháris, que aparece cuatro veces en el prólogo. Del Unigénito del Padre se dice que estaba “lleno de gracia y de verdad”. El efecto de su venida sobre nosotros es multiplicador de gracia: “De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia”.
La novedad de Jesús con respecto a Moisés es una hendíadis hermosa: “Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. O sea, “la gracia verdadera” o “la verdad agraciada”. Lo esencial de la fe cristiana no es el cumplimiento de la ley, sino la experiencia de la gracia. Porque somos amados sin condiciones (gracia), podemos amar a todos (ley).
¿Sería muy exagerado si este año os felicitara la Navidad a todos los amigos del Rincón deseándoos de corazón la paz, la salvación, la luz y la gracia que nos han sido dadas en el Hijo, en el Verbo de Dios hecho carne por nosotros?
¡Pues eso!
Feliz Navidad
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