La planta tiene poco más de dos años y medio. Pertenece a la familia de la Dieffenbachia (Dieffenbachia seguine). Aunque algunas especies pueden alcanzar varios metros de altura, la mía es chiquita. Se adapta a las condiciones de mi cuarto. Originaria de América central, se ha adaptado bien a nuestras latitudes. Lleva conmigo algo menos de dos meses. Pertenecía a mi madre. Se la regalé cuando ella cumplió 90 años. Después de su muerte, mis hermanos pensaron que yo podría traérmela a Madrid y cuidarla. Sería un recuerdo vivo de nuestra madre. Así lo hice.
No tengo mucha mano para cuidar las plantas, pero esta ha sobrevivido con cierta lozanía. Poco a poco, tendré que ir dándome cuenta de sus necesidades y cubrirlas del mejor modo posible. Una de mis hermanas me ha dado unas pastillitas blancas que tengo que disolver en agua una vez al mes. Parece que es un abono beneficioso. Procuro mantener las hojas libres de polvo para que la fotosíntesis se realice con normalidad. La planta -o las plantas, porque hay dos especies juntas- crecen en una cestita de mimbre. Tendría que trasplantarlas a una maceta más grande para que se desarrollasen más, pero yo prefiero que conserven su tamaño pequeño.
Más allá de su función ornamental, esta plantita es un recuerdo permanente de mi madre, cuya memoria mantengo vivísima después de medio año de su partida. La relación que establezco con ella va mucho más allá de la mera evocación sentimental o de la remembranza afectuosa. Es una experiencia de profunda comunión. Los cristianos creemos en el misterio de la “comunión de los santos”. Me gusta el modo como lo expresa el concilio Vaticano II (LG 49) y que después recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 955): “La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales”.
Basado en este misterio, creo que la relación con mi madre no se ha interrumpido, sino que se ha reforzado. Al mismo tiempo que oro por ella, le pido que ore por mí. Es una especie de intercambio saludable, difícil de explicar. Esto me ayuda a vivir la muerte como un tránsito, no como una separación radical. Hay un maravilloso mundo que tiene que ser explorado y que va más allá de las preocupaciones, a menudo un poco ruines, que llenan la vida cotidiana.
Cultivar la plantita que le regalé cuando ella cumplió 90 años me ayuda a mantener fresca esta experiencia de comunión. Es un recordatorio permanente. Cuando entro a mi cuarto, tengo la impresión de que la planta menea suavemente sus hojas siempre verdes para saludarme. Ya sé que es una ilusión óptica, pero me ayuda a activar el recuerdo. Por otra parte, esta lozanía permanente, este verdor suavizado con manchas amarillentas, es como un símbolo de la vida que no acaba.
Ha tenido que llegar el Adviento para darme cuenta de que la “venida del Señor” -la famosa venida intermedia- se produce cada vez que caemos en la cuenta de que él nos habla a través de personas, acontecimientos y signos. La Dieffenbachia es uno de esos signos que, sin decir nada, habla de amor, vida, recuerdo, pasado, presente y futuro. Cuando tenga tiempo, necesito mantener una breve conversación con ella, a ver si logro arrancarle alguna confidencia que me ayude a comprender mejor quién era mi madre. Al final y al cabo, ambas (mi madre y ella) pasaron muchas horas juntas de feliz contemplación.
Precioso. Cuídala. Como las gardenias. Feliz Navidad, Padre.
ResponderEliminar¡Gracias, Gonzalo! Pones palabras a experiencias del corazón y nos ayudas a renovar la esperanza y la alegría. Siempre me llegas, pero esta vez tu plantita me ha hablado con la enorme fuerza de todo lo pequeño y, por esos caminos de Dios que siempre nos dejan boquiabiertos, me ha llegado en el momento preciso, como una respuesta. ¡Feliz Navidad! Un abrazo, Olga
ResponderEliminarHoy me siento como “entrando de puntillas”, sin ruido, para poder acoger esta confidencia tuya… Me hace mucho bien… Gracias Gonzalo por compartirla.
ResponderEliminarNo repito. Viví mi infancia y adolescencia alternando el campo y la ciudad porq entonces había muy pocos Institutos de Enseñanza Media. La floración primaveral, la cosecha en su tiempo, las nevadas q todo lo embellecían... No sigo porque me excedería.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por compartir tus profundidades del corazón, hiciste descongelar un poco al mio y elevar los ojos hacia el cielo . Muy feliz Navidad ,gracias por todo lo que has sembrado en mí
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