viernes, 31 de julio de 2020

No hacer mudanza

Si san Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos hoy, nos recomienda no hacer mudanza en tiempos de desolación (aunque no es seguro que la frase sea suya), entonces es bueno que no tomemos decisiones drásticas y precipitadas en estos tiempos que corren. Hoy se alaba a la persona que siempre sabe lo que tiene que hacer, decide con rapidez y arriesga en sus opciones. Nada más contrario al ritmo que nos proponen los maestros espirituales. Las decisiones tienen que madurar dentro. Necesitan tiempo. Las personas hiperactivas suelen decir que, si esperamos, corremos el riesgo de perder oportunidades. Un antiguo compañero mío solía repetir a menudo que la vida está hecha… para perder oportunidades. Lo que hoy nos parece deslumbrante, mañana puede revelarse oscuro. Solo el tiempo pone a prueba la verdad de las personas y situaciones. Los meses de la pandemia están produciendo un exceso de desolación. No es, pues, el tiempo más propicio para tomar decisiones que impliquen cambios significativos en nuestras vidas. En momentos de crisis, la paciencia es la virtud de los fuertes.

Dentro de unas horas tengo cita en las oficinas de la policía para renovar mi carné de identidad. ¿Quién soy yo para las autoridades de mi país? Lo que les interesa es mi nombre y apellidos, mi sexo, mi nacionalidad, la fecha y el lugar de nacimiento, el nombre de mis padres, mi domicilio, mi foto y mi firma. Estos son los ocho datos esenciales de mi identidad administrativa. Todos tienen su importancia. En Italia, donde resido, les llama la atención que los españoles, portugueses y los ciudadanos de la mayoría de los países de Latinoamérica tengamos dos apellidos, el paterno y el materno, aunque no necesariamente por este orden. A mí me parece un gran acierto porque, además de facilitar la identificación de las personas, testimonia nuestro verdadero origen. Tanto nuestro padre como nuestra madre (cuyos nombres se incluyen también en el carné) son cauces necesarios de nuestra identidad. La cuestión del sexo empieza a ser polémica. Hay países que han suprimido este dato para evitar que las personas tengan que decidirse por el sexo masculino o femenino dado que hoy se está abriendo paso la famosa perspectiva (que yo suelo tildar de ideología) de género. El asunto de la nacionalidad no tiene demasiada importancia para mí. Valoro el hecho de haber nacido en España, pero, como misionero, me siento desde hace tiempo ciudadano del mundo. Más importancia tienen la fecha y el lugar de nacimiento. Estas dos coordenadas espaciotemporales explican bastantes cosas de mí. Haber nacido a finales de la década de los 50 del siglo pasado significa que pertenezco a la generación los “baby boomers” y que comparto muchos rasgos con mis coetáneos. Haber nacido en un pueblo de montaña, en el corazón del invierno, explica todavía más cosas, pero no es cuestión ahora de revelar intimidades.

Lo que más me llama la atención es el asunto de la foto. No conozco ningún país que permita poner en el documento de identidad la foto del pie izquierdo o del codo derecho. La foto debe ser del rostro y, además, reciente. No se puede poner una foto de hace veinte años. Es obvio que el rostro (y, dentro de él, los ojos) es la parte de nuestro cuerpo que mejor revela nuestra identidad personal. Lo paradójico es que nos moriremos sin haber visto nunca nuestro propio rostro, que es como afirmar que nunca acabamos de conocer nuestra identidad. Solo vemos su reflejo en los espejos o su reproducción fotográfica. Eso significa que nuestro rostro es como nuestra tarjeta de presentación para los demás. Nuestra identidad consiste esencialmente en nuestra apertura a los otros. Somos para los demás. Mas aún, Levinas afirmaba que en el rostro humano se refleja la divinidad. No creo que todas estas cosas me vengan a la mente cuando esté con el policía de turno haciendo los trámites de la renovación. Por eso, las escribo ahora a modo de preparación. En cualquier caso, aunque yo he cambiado bastante desde que hice mi anterior renovación en 2010, sigo siendo el mismo. Todos mis datos se mantienen firmes. Está claro que en tiempos de desolación no conviene hacer mudanza.

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