miércoles, 29 de julio de 2020

La nueva servicialidad

Una de las pocas cosas que no han cambiado en este tiempo de pandemia es el calendario. También en 2020 celebramos la memoria de santa Marta, de quien he hablado varias veces en este blog. Incluso me he referido a una enfermedad inspirada en su nombre (el “martalismo”) de la que habló el papa Francisco cuando se dirigió a la Curia Romana. En tiempo del coronavirus, prefiero fijarme en la actitud disponible y servicial de esta amiga de Jesús. Si existe la enfermedad del “martalismo” (un activismo sin alma), también existe -y espero que en mayor grado- la actitud de “martalidad” (una preocupación por las necesidades de los demás). El domingo pasado saludé brevemente a un joven amigo mío, carnicero de profesión, que me contaba cómo en estos meses de la pandemia (sobre todo, durante las semanas de confinamiento) había llevado los pedidos a las casas de muchos de sus clientes, especialmente ancianos que no podían o no se atrevían a salir a la calle. Es uno de los muchos gestos de servicio que se están prodigando en este tiempo extraño. Si al principio suele imponerse el “sálvese quien pueda”, cuando tomamos conciencia de la situación, pasamos al “echémonos todos una mano”. Durante estos últimos días aparecen en la televisión imágenes de grupos de jóvenes haciendo botellón en la calle o inundando las discotecas sin mascarillas y sin respetar la distancia de seguridad. Es una muestra clara de irresponsabilidad y falta de civismo. Pero estas imágenes veraniegas no deben hacer olvidar las imágenes de muchos jóvenes, como mi amigo carnicero, que en estos tiempos han estado disponibles para muchos servicios sociales sin que nadie se lo pidiera.

El servicio es inherente a la vocación cristiana. El pasado día de Santiago leíamos en el Evangelio de Mateo: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,27-28). Marta de Betania, a pesar del suave reproche de Jesús, entendió muy bien estas palabras del Maestro. Jesús no critica su espíritu de servicio, sino su agitación y desasosiego, que le impiden escuchar la Palabra con atención. El servicio nunca es un obstáculo para vivir el Evangelio, precisamente porque es su expresión privilegiada. Lo que nos impide servir de verdad es la obsesión por hacer cosas, la huida de nosotros mismos a través del trabajo, lo que hoy denominamos “activismo”. Cuando la “martalidad” (actitud de servicio) degenera en “martalismo” (activismo sin alma), entonces se producen los divorcios a los que estamos acostumbrados en las comunidades cristianas: catequistas que organizan muchas cosas, pero nunca oran ni participan en la Eucaristía; personas devotas que reducen su compromiso a algunas limosnas ocasionales; sacerdotes que cuidan con mimo el culto, pero están lejos de la gente… Lo que Jesús le pide a Marta es lo que nos pide a todos sus seguidores: unir indisolublemente la escucha de la Palabra con el servicio a los demás.

La pandemia está propiciando una “nueva servicialidad” que se expresa en  numerosos gestos de preocupación por los demás: llamadas a ancianos que viven solos, acompañamiento a los servicios médicos, hacer la compra diaria o semanal, resolver asuntos burocráticos, cuidar de las personas contagiadas, escuchar y acompañar a quienes padecen las secuelas de la enfermedad, ofrecer propuestas digitales de espiritualidad, formación y entretenimiento, organizar actividades para los pequeños cuyos padres trabajan, distribuir alimentos a las personas con necesidad… Son formas que traducen a la actualidad lo que Marta de Betania hacía. Jesús sigue haciéndose presente en tantas personas que tienen necesidad de ayuda. Si la fe cristiana no desarrolla en estas circunstancias difíciles la “imaginación de la caridad”, ¿para qué sirve? La credibilidad no se recupera mediante razonamientos lógicos, sino mediante el ejercicio humilde y paciente del amor. No hay nada más creíble que el amor. “Solo el amor es digno de fe”, escribía hace años el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar. Pues eso.

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