domingo, 3 de noviembre de 2019

Tú lo buscas, él te ve

Este XXXI Domingo del Tiempo ordinario ha amanecido con lluvia en Roma. El puente ha llenado la ciudad de turistas y peregrinos. La temperatura es suave. Todo invita a disfrutar del otoño. ¿Todo? No todo. Cada día nos levantamos con algún sobresalto. Siguen los escándalos en relación con las finanzas del Vaticano, arrecian las protestas violentas en Hong Kong y en Cataluña continúan las reivindicaciones. Hay otros muchos focos de interés. A veces, cuando la realidad nos desborda, cuando pensamos que ya no podemos tolerar un exceso más, nos hace bien ver las cosas desde la perspectiva de la primera lectura de hoy. 

El autor del libro de la Sabiduría confiesa: “Señor, el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra”. Lo que a nosotros nos parece exorbitante no es más que un pequeño grano para Dios. Cuando nos invade el pesimismo sobre la marcha del mundo, es útil caer en la cuenta de que “amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado”. Cuando sentimos la tentación de juzgar todo y a todos con rabia, el libro de la Sabiduría nos recuerda que “tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida”. Estamos ante uno de los nombres más hermosos que el Antiguo Testamento otorga a Dios. Lo llama “amigo/amante de la vida”. Dios no quiere la violencia o la muerte, pero es indulgente con nuestra fragilidad e inconstancia. Hay tiempo para que podamos caer en la cuenta y reaccionemos. Por eso, como un padre que quiere lo mejor para sus hijos, nos corrige con suavidad: “Por eso corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor”. Dios cree en el futuro, en la posibilidad de cambiar y empezar una vida nueva.

Esto es lo que percibimos en la historia del encuentro entre Jesús y Zaqueo que nos presenta hoy el Evangelio de Lucas. El relato está lleno de detalles curiosos, comenzando por la ubicación en Jericó, la ciudad por la que empieza la conquista de la tierra prometida, el vergel en medio del desierto de Judea. También en el desierto de la indiferencia se pueden dar hermosas historias de encuentro con Jesús. [En el segundo vídeo os propongo una de ellas]. Me gusta mucho cómo Lucas ha construido la de Jesús y Zaqueo. Parece que ambos se buscan. El texto dice que Zaqueo “trataba de ver quién era Jesús”. Su baja estatura y el gentío se lo impedían. Jesús, por su parte, “al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa»”. Las dos iniciativas se encuentran en la casa de un hombre público, rico por extorsiones, aislado por pecador. También a él –como a los pobres hambrientos o desnudos– le llega la salvación de Dios “a domicilio”. El Dios “amante de la vida” a nadie le niega la posibilidad de cambiar y comenzar una existencia nueva: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. La generosidad hacia los demás es la mejor expresión de que uno comienza a entender la vida de otra manera.

Estoy convencido de que hoy muchos hombres y mujeres buscan a Jesús porque anhelan otro tipo de vida, pero se sienten “indignos” bajo el peso de experiencias negativas y dolorosas: abortos provocados, infidelidades matrimoniales, incursiones en la droga, adicciones sexuales, fraudes económicos, odios y resentimientos, engaños, trampas, corrupción… Sienten que, por mucho que se suban al árbol de los buenos deseos, Jesús va a pasar de largo, no va a querer entrar en su “indigna” casa. No conocen cómo se las gasta Jesús. Él no ha venido a dar una palmadita en el hombro a quienes se consideran buenos e intachables, sino “a buscar y salvar lo que estaba perdido”. El mensaje es muy claro: hay vida más allá de nuestros errores y pecados. Siempre es posible recomenzar. Dios no es un juez castigador que está esperándonos para cobrarnos la factura de nuestros muchos deslices, sino un padre que nos tiene la mesa preparada para cenar con nosotros. Puede que circulen por ahí otras imágenes indeseables de Dios, pero la que Jesús nos presenta es nítida. ¡Ojalá los creyentes en él supiéramos presentarla sin deformaciones! Estoy seguro de que muchos hombres y mujeres cambiarían de vida –como Zaqueo– y experimentarían una alegría profunda que no acaban de encontrar en medio de sus trampas y enredos, o de sus vidas confortables pero planas. Nunca es tarde si actuamos como Zaqueo: “Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento”.





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