viernes, 8 de noviembre de 2019

Evangelio y posverdad

En realidad, el título que había pensado para la entrada de hoy era: ¿Good news o fake news? Pero comprendo que no todos los lectores tienen por qué saber inglés, así que he escrito otro en castellano. Más allá del título, lo que importa es el asunto. En un momento en el que las “noticias falsas” han adquirido carta de naturaleza, hasta el punto de que el diccionario de la RAE ha incorporado el término “posverdad” (del inglés “post-truth”) que significa “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”¿qué sentido tienen las “buenas noticias”? 

En otros tiempos, a esta “distorsión deliberada” la hubiéramos llamado redondamente engaño. Hoy se ha convertido en un arma usada por políticos y creadores de opinión para salirse con la suya, aunque la realidad vaya por otro camino. Lo que importa no es lo que sucede, ni siquiera lo que yo percibo, sino lo que me interesa contar con el fin de manipular la opinión de los demás. Llegará un día –si es que no ha llegado ya– en que nos parecerá tan normal proceder así que ni siquiera sospecharemos que se puede actuar de otra manera.  Las “noticias falsas” (fake news) inundan las redes sociales, condicionan las elecciones políticas, alzan o destruyen figuras públicas, sirven para chantajear a personas inocentes, promueven campañas a favor o en contra de un producto comercial y hasta permiten alcanzar la presidencia de los Estados Unidos o sacar al Reino Unido de la Unión Europea.

¿Qué sentido tiene la “buena noticia” de Jesús en un contexto de “falsas noticias”? ¿Será también su evangelio una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”? En otras palabras, ¿es verdad lo que Jesús hizo y dijo? ¿Podemos fiarnos de él? No voy a entrar ahora en las diversas acepciones del término “verdad” y en las resonancias que provoca en cada uno de nosotros. Me limito a recordar el sentido que tiene para los hebreos el concepto de “emunah”, entendido como confianza en una promesa y como fidelidad. Se distingue claramente del griego “alétheia” (verdad como transparencia que mira al presente) o del latino “veritas” (concordancia entre los dichos y los hechos, que mira más bien al pasado). 

Jesús y su evangelio son “verdaderos” en el sentido de fiables, portadores de una promesa de vida. Él mismo se ha presentado como “la verdad” (la promesa de Dios hecha realidad) y nos ha enseñado que esta verdad nos hará libres. Nada de esto va contra la razón humana, pero la desborda. El evangelio no es solo una propuesta de vida razonable (y, por tanto, sometida a nuestra limitada capacidad de comprensión); es una promesa de vida nueva (nos introduce en la novedad absoluta de Dios).

Creo que muchos de nuestros contemporáneos no tendrían empacho en calificar al evangelio como una posverdad astutamente mantenida a lo largo de veinte siglos por millones de personas. Incluso muchos creyentes podemos atravesar períodos en los que todo lo que nos parece más auténtico y sagrado queda sometido al tribunal implacable de la crítica y se nos antoja como un “cuento de hadas”. Conviven en nosotros el creyente más fiel con el escéptico más deletéreo. Esta batalla interior puede ser desgastante. Y, sin embargo, aceptada con serenidad, puede ayudarnos a descubrir por qué Jesús es para los seres humanos una “buena noticia”, la única “gran noticia” que cambia el sentido de la vida. 

Lo peor para la vida de fe no es la duda, el conflicto o la crisis, sino la apatía de quien prefiere abandonarse a una vida de tejas abajo, seducido por las múltiples ofertas de la sociedad consumista. Solo quien descubre a Jesús como “buena noticia” (es decir, como evangelio) experimenta esa plenitud a la que todos aspiramos y que nos parece casi inalcanzable. Desarrolla además un sexto sentido para no dejarse embaucar por las muchas “noticias falsas” que emponzoñan nuestra vida moderna y que solo persiguen desviarnos de la búsqueda de la verdad para poder manipularnos.


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