domingo, 17 de noviembre de 2019

Perseverar en las pruebas

Hemos llegado al XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, el penúltimo del año litúrgico. Todo tiene el sabor del final. Tanto la primera lectura (Mal 3,19-20a) como el Evangelio (Lc 21,5-19) están impregnados de signos apocalípticos, pero ¡ojo! porque “apocalíptico”, desde el punto de vista bíblico, no significa lo que hoy solemos entender por esta palabra. Según el diccionario de la RAE, “apocalíptico” es sinónimo de misterioso, oscuro, enigmático. También significa terrorífico o espantoso, “generalmente por amenazar o implicar exterminio o devastación”. Si uno leyera desde estas claves el “apocalíptico” Evangelio de este domingo se sentiría asustado y, sobre todo, más perdido que un pulpo en un garaje. Tratemos de aclarar algo los  términos. En griego “apocalipsis” significa “revelación”, quitar el velo que cubre una realidad para comprender cómo es. Con símbolos que pueden infundir miedo (guerras, revoluciones, hambres, pestes, fenómenos  en el cielo), Jesús quiere revelarnos la actitud que debemos tener ante el final. No tiene demasiado interés en decirnos cuándo o cómo se va a producir. En realidad, ese “final” no es tanto la terminación absoluta de este mundo cuanto el “final” que supone situarse ante las contradicciones del presente. 

Cuando abrimos los ojos a la realidad de hoy, nos damos cuenta de que estamos viviendo realidades parecidas a las que Jesús se refiere en el evangelio: guerras, revoluciones, persecuciones, cambio climático, hambrunas, etc. ¿Cómo situarnos ante estas realidades? ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano?

El Evangelio de Lucas, escrito unos 15 años después de la destrucción de Jerusalén, nos “revela” (apocalipsis) algunas claves que siguen siendo válidas hoy:
  • En primer lugar, no debemos dejarnos engañar por los predicadores de turno que nos asustan con mensajes terroríficos para arrimar el ascua a su sardina y sacar provecho del miedo de la gente. A veces, se trata de pastores evangélicos a los que les falta un tornillo; otras veces, de científicos que hablan del cambio climático como si fueran profetas de calamidades; en ocasiones, son los políticos de diverso signo quienes amedrentan a la población con diversos “demonios” para presentarse como salvadores. Las palabras de Jesús son nítidas: “No vayáis tras ellos”.
  • En segundo lugar, Jesús nos invita a no tener miedo (mensaje repetido varias veces en el Evangelio), “porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”. Él no es un predicador más que viene a amedrentar a sus oyentes, sino un portador de “buenas noticias”. Los que asustan a la gente, aunque se trate de eclesiásticos de renombre, no vienen de Dios.
  • En tercer lugar, debemos estar siempre preparados para la persecución, pero sin obsesionarnos con preparar nuestra defensa “porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. Cada vez es más evidente que los cristianos somos siempre molestos porque no nos ajustamos a este mundo. En algunas partes somos encarcelados, torturados y hasta eliminados; en otras, se nos somete al ridículo o se nos ignora. Forma parte del guion. Jesús nos ha advertido de que esta será siempre una seña de identidad. No tenemos que caer en la tentación de la manía persecutoria ni en la de defendernos a toda costa. El tiempo (o sea, Dios) coloca a cada uno en su sitio.
  • Finalmente, en medio de las pruebas de la vida, debemos mantenernos firmes y fieles: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Cuando las cosas vienen mal dadas, hay muchos que se asustan y desertan. En nuestras sociedades occidentales estamos viviendo una inmensa apostasía silenciosa. Millones de bautizados “no saben/no contestan” cuando se les pregunta por su fe. Jesús nos pide perseverar, no tirar la toalla, seguir confiando en Él.
Creo que las cuatro claves del Evangelio de hoy son una verdadera “revelación” (apocalipsis) que nos ayuda a vivir este tiempo presente (que para nosotros es siempre el último) con serenidad y esperanza, sin dejarnos llevar por los mensajes tremendistas a los que los seres humanos somos tan aficionados. La historia no se le escapa a Dios de las manos.

Hoy celebramos la III Jornada Mundial de los Pobres. El papa Francisco la ilumina con el mensaje La esperanza de los pobres nunca se frustrará



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