lunes, 18 de noviembre de 2019

Jóvenes que buscan

Domingo por la tarde. Cae una lluvia muy fina sobre un Madrid frío. Tengo dos conversaciones con dos jóvenes distintos: una, en torno a un té; otra, junto a una cerveza negra. No hay demasiada gente en los dos bares en los que estamos. Conversaciones largas, tranquilas, sinceras. Se trata de dos situaciones vitales muy distintas, pero con un denominador común: la búsqueda de sentido, de felicidad. Escucho más que hablo. Creo saber cuándo tengo que callar y cuándo tengo que hablar, aunque quizás no siempre acierte. Los dos jóvenes superan los 30 años. Ya han vivido bastante, pero se supone que les queda mucho por vivir. 

Es urgente poner la clave adecuada en la partitura de sus vidas. Uno todavía está buscándola a través de una montaña rusa de emociones, éxitos y fracasos; el otro parece haberla encontrado, se lo ve contento, aunque nunca se puede interrumpir la búsqueda. Ambos representan la rica variedad de los jóvenes de hoy. No existe un solo patrón, aunque haya algunas señas generacionales de identidad. Sorbo muy lentamente el té (¿o era café con leche?) y la cerveza. Compruebo que los dos sostienen la mirada con serenidad. Es un hermoso signo de transparencia. No tienen nada que ocultar. Nadie es menos que nadie por padecer una crisis o una depresión. Todos somos carne de fragilidad. Aprendemos más en nuestras caídas que en nuestros éxitos, aunque procuramos evitar las primeras y magnificar los segundos.

Todos necesitamos ser escuchados. En el contexto actual de aceleración vital y de pérdida de referencias, pocas acciones son más curativas que la escucha. No es suficiente decir eso de “A ver si un día nos vemos y charlamos un rato”. Hay que agendar ese día, sentarse y olvidarse del reloj. Cuando alguien nos escucha con empatía, aprendemos a autoexplorarnos. Sacamos de nuestra bodega interior más misterios de los que creíamos conservar. Si la persona que nos escucha es capaz de devolvernos en pequeñas dosis, con delicadeza y orden, nuestro discurso alborotado, empezamos a comprender su significado. No hace falta que nos diga lo que piensa. Basta con que se limite a reflejar nuestro parto emocional y verbal. 

Es probable que podamos ir más lejos, pero esas dos etapas son ya suficientes para reconciliarnos con nosotros mismos y con la belleza de la vida. El té y la cerveza son solos los “sacramentos” ordinarios que actúan como mediación para un diálogo sincero. Cada vez me parece más evidente que son muchas las personas que están en búsqueda. Han perdido los referentes de otros tiempos, ensayan varios caminos (desde la meditación o el voluntariado social hasta el senderismo y la música), sorben pequeñas copas de felicidad, pero no acaban de sentirse satisfechas. Hay una desproporción insalvable entre lo que buscan y lo que encuentran.

A mí no me gusta sacar a Jesucristo en mitad de una conversación como si fuera un as escondido en la manga. Prefiero seguir el método que él mismo empleó con sus primeros seguidores. Me detengo mucho en la pregunta inicial: “¿Qué buscáis?”. Dejo que esa pregunta actúe como linterna que va iluminando los anhelos interiores. No tengo prisa en pasar a la siguiente fase. Si llega el momento oportuno, me atrevo a hacer mías las palabras de Jesús: “Venid y veréis”. Los jóvenes que buscan no necesitan respuestas teóricas, sino experiencias de encuentro. Les puedo proponer algunos lugares. Incluso les puedo invitar a una nueva conversación o a un retiro de fin de semana.  Las aclaraciones conceptuales vendrán luego, si vienen. Lo importante es experimentar –siquiera fugazmente– que se puede vivir de otra manera, que no todo es más de lo mismo, que “hay salida”. 

Los jóvenes saben cómo llegar a los jóvenes. Sintonizan la misma onda. Yo pertenezco a otra generación, a otro universo cultural. Por eso, procuro no interferir la comunicación espontánea entre ellos. Creo, por otra parte, que Jesús es siempre joven, es como ellos. En el fondo, cada vez que mantengo una conversación con algún joven (chico o chica), me anima una profunda convicción: no hay corazón humano en el que no quepa Jesucristo. Estamos hechos para el encuentro con Dios a través de él. Siempre estaremos inquietos hasta que nos dejemos encontrar por él. Siempre. No importa la edad que tengamos. La única tristeza es comprobar que él nos busca mientras nosotros andamos vagando.




1 comentario:

  1. Hola Gonzalo, estoy de acuerdo con que todos necesitamos ser ecuchados, TODOS. Se pone mucho énfasis en los jóvenes, pero también hay adultos, ancianos que lo necesitan y en todas las edades se encuentran personas que están en "búsqueda". Hay mucho ruido en nuestra vida diaria, pero, por contra, también hay mucho silencio y soledad. Gracias por tu mensaje: "Siempre estaremos inquietos hasta que nos dejemos encontrar por Él. Siempre. No importa la edad que tengamos.

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