martes, 19 de noviembre de 2019

El vecino del cuarto

Me lleva 13 años. Confieso que he escuchado y cantado muchas canciones suyas. Su nombre es muy conocido. Suena ecológico. Se llama José Luis Perales. Ya sé que para pasar por moderno y diferente tendría que mencionar otros artistas más cool o hacer referencia a la música cañera, pero hoy no quiero hacerlo. En tiempos tan artificiales y artificiosos como los que corremos, reivindico a un artista que –según confiesa él mismo en una entrevista reciente– se lo podría fácilmente confundir con “el vecino del cuarto”. Un tipo que ha vendido millones de discos, que ha compuesto canciones para cantantes tan famosos como Raphael, Miguel Bosé, Mocedades, Paloma San Basilio, Rocío Jurado, Isabel Pantoja o La Oreja de Van Gogh y que, sin embargo, sigue fiel a sus raíces populares, es una especie en extinción. No disimula su origen rural (Castejón, Cuenca), su proveniencia de una familia sencilla, sus estudios de maestría industrial en la Universidad Laboral de Sevilla, sus trabajillos como electricista y delineante en Madrid, su matrimonio con Manuela desde hace 42 años, su admiración por el papa Francisco y su condición de católico comprometido. Hoy, en el mundo artístico, donde tanto abundan las posturas histriónicas, las provocaciones innecesarias, el exhibicionismo más burdo y el ateísmo de salón, es un milagro que sigan existiendo tipos “normales” como José Luis Perales. 

Para vender discos (millones de discos) y hacerse famoso, no ha necesitado saltar de escándalo en escándalo ni vender su alma al mejor postor; no ha tenido que renunciar a su fe y sus convicciones, no se ha sumergido en el abismo de la droga ni se ha paseado con coches despampanantes o mujeres objeto. Se ha limitado a vivir, abrir los ojos, escuchar con atención y contar con sencillez lo que ha visto y oído. Y, claro, millones de personas han sintonizado con un trovador rural que no tiene el aire canalla de ese trovador urbano que es Joaquín Sabina, pero que comparte con él la capacidad de dibujar el alma humana con cuatro trazos poéticos. No está muy lejos de Leonard Cohen. En América es un ídolo, quizá más que en su España natal.

Algunas de sus canciones llevan una pregunta en el título. Perales nos puede preguntar ¿Por qué te vas? (canción popularizada por Jeanette) o ¿Y cómo es él? Puede hacer canciones que llevan los nombres de personas: Isabel, Javier, Lucía, Luis, Adrián, Denisse o doña Asunción. Es experto en describir personajes como un pequeño marinero, las samaritanas del amor, el amo y el  mozo, el ciego, el escultor y ella, el hombre y la sirena, el señor X, el soñador, el snob, el torerillo, la casada, la chica de la playa, la madre, la reina del cafetal, la tabaquera, el loco, la loca, los guerreros… Ha compuesto canciones que describen lugares entrañables: Marruecos, América, Santo Domingo, Madrid (Demonios en Madrid). 

Hay muchas canciones que expresan sus sentimientos en primera persona: Me gusta la palabra libertad, Me hablaba de ti, Me han contado que existe un paraíso, Me iré calladamente, Me iré, Me llamas… Ha cantado a la Navidad (Navidad, Canción para la Navidad), a la paz (Una canción para la paz), a la libertad (Me gusta la palabra libertad, Un velero llamado libertad), a su padre (A mi padre), a su madre (Nana para mi madre) a los niños (Que canten los niños, Mientras duermen los niños), a su hijo Pablo (Canción infantil), a un amigo (Mi amigo Luis), a los gitanos (Canción de cuna para un gitano), a los pastores (Canción para un pastor), a los poetas (Canción para un poeta), a los desempleados (De profesión parao), a los labradores (El labrador)… Son innumerables sus canciones al amor y al desamor: Amada mía, Ámame, Amarte así, Ay amor, Ay corazón, Morir de amor, Para saber de amor, Pensando en ti, Perdóname mi amor, Por amor, Primer amor, Como tú y yo, Me llamas, El amor, El día que te marches, Te echo de menos, Te quiero, Te quiero tanto, Ella y él, Tú y yo, Un minuto de amor, Y sigo enamorado, La cárcel del amor… Ha hecho canciones sobre el otoño, los trenes, la soledad y la adolescencia. En fin, que ha sabido radiografiar el alma humana con una poesía sencilla que llega al corazón de la mayoría y con melodías que se recuerdan sin recurrir a acordes disonantes. Con la tónica, la dominante y la subdominante construye canciones que resisten el paso del tiempo. Uno no acaba de saber bien por qué, pero contra factum non est argumentum. 

Hay personas a las que les encantan el maquillaje, la apariencia, el vestuario brillante y las extravagancias de artistas como Beyoncé, Lady Gaga, Michael Jackson, Mick Jagger, Freddy Mercury o Elton John. No seré yo quien niegue las cualidades artísticas de estos personajes del entertainment, pero no me gusta la exageración. Si tengo que conducir muchos kilómetros en una tarde de otoño, prefiero escuchar las baladas suaves de José Luis Perales, un hombre que parece el vecino del cuarto. Me cuenta cosas que vive la gente que yo conozco. Me transmite sencillez y credibilidad. No encuentro mucha diferencia entre la persona y el personaje. Me gusta que sea tímido y que de vez en cuando tenga rasgos de mal genio. Admiro que sea “el rey del karaoke” porque eso significa que muchas personas pueden cantar sus canciones sin alardes vocales. Y –lo confieso abiertamente– me gusta que descubra la presencia de Dios en la trama de la vida sin tener que ir por ahí con la etiqueta de “católico” pegada en la frente. Lo que más convence es la vida. Casi siempre sobran las proclamas.




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