jueves, 28 de noviembre de 2019

También hoy somos marginales

Me encuentro con un artículo de mi admirado Rafael Aguirre que me estimula a seguir pensando sobre el modo de ser cristianos hoy en esta vieja Europa. Él cree que podemos encontrar luz y energía si nos acercamos de manera crítica al cristianismo primitivo; es decir, a lo que las diversas iglesias vivieron en los dos primeros siglos. Es evidente que se trataba de cristianos marginales. Por si tendemos a confundir “marginal” con “marginado”, Aguirre ofrece una explicación clarificadora: “Marginal quiere decir que no aceptaban los valores hegemónicos de su sociedad, pero no huían de ella. Vivían en el margen en el sentido de que vivían como ciudadanos normales, pero el punto de referencia de su identidad estaba fuera de la convenciones sociales establecidas, estaba en Jesús crucificado y en el Reino de Dios que anunció. Estaban en el mundo, pero no eran de este mundo. Los seguidores de Jesús se encontraban en una situación marginal en el seno del judaísmo, del que no renegaban en absoluto, pero en el que su situación era sumamente incómoda porque su predicación de un Mesías crucificado resultaba del todo inaceptable. Todos los seguidores de Jesús, tanto los expulsados de la sinagoga como los de procedencia gentil, se encontraban en el Imperio en una situación marginal, muy difícil de sostener, porque no aceptaban el culto imperial ni introducían a Cristo como una deidad más en el acogedor panteón del politeísmo romano. Más aún: proclamar a Jesús crucificado como Señor e Hijo de Dios era un desafío abierto a la ideología religiosa que divinizaba al emperador y legitimaba el orden imperial”.

¿En qué sentido la actitud de las primeras generaciones cristianas puede ayudarnos a afrontar el presente? De nuevo cedo la palabra a Rafael Aguirre: “Pienso que la Iglesia de los países de vieja cristiandad, y ya he señalado que tengo presente especialmente a la europea, se encuentra en una situación cada vez más parecida a la de los orígenes: minoritaria y marginal. Es una situación que hay que asumir sin cerrar los ojos a la descristianización galopante, sin nostalgias, con lucidez y como una oportunidad para revitalizar el cristianismo. La presencia de Dios y de su Espíritu no se identifica en absoluto con la centralidad de la Iglesia. El ocaso social de la Iglesia no significa la ausencia de Dios. Lo que está en juego no es una sedicente cultura cristiana, aunque tampoco se trata de abandonar a la ligera las tradiciones recibidas: el punto clave es la vivencia de una fe en Dios que transforme la vida personal y social, que sea un revulsivo cultural”. La última afirmación expresa bien el desafío que hoy tenemos: vivir un tipo de fe en Dios que transforme la vida personal y social. Mientras sigamos haciendo una iniciación cristiana semejante a la que era común en los tiempos de cristiandad, no avanzaremos mucho en esa dirección. Los padres que apenas creen y se han desvinculado de la Iglesia seguirán bautizando a sus hijos pequeños, tendrán interés en que hagan la primera comunión, etc., pero en realidad no pretenderán ir mucho más allá de unos ritos sociales que todavía tienen alguna aceptación. Poco a poco irán cayendo en saco roto. Seguiremos haciendo de la Iglesia una especie de “red barredera” en la que todo cabe.

El papa Francisco acaba de regresar de su viaje pastoral a Tailandia y Japón. En ambos países los cristianos constituyen una exigua minoría. No son marginados, pero sí son marginales. Quien decide abrazar la fe e incorporarse a la Iglesia lo hace como fruto de un proceso de conversión personal, asumiendo las consecuencias que esta decisión implica. En algunos casos, conlleva romper incluso con la propia familia cuando esta no acepta la nueva fe de uno de sus miembros. Una comunidad cristiana formada por personas que viven con hondura su fe, aunque sea estadísticamente irrelevante, tiene la fuerza de la levadura, puede fermentar la masa del pan. La Iglesia europea tiene que prepararse humildemente para esta etapa histórica. Creo que, de no hacerlo, perderá una nueva oportunidad para renacer con más vigor. No es un problema de números o de obras, sino de autenticidad y credibilidad. El papa Francisco nos está impulsando en esta dirección, pero el peso histórico –el lastre– es tan fuerte que nos está costando mucho aceptar con serenidad y alegría que siendo marginales podemos seguir a Jesús con más libertad.

3 comentarios:

  1. Creo que los vientos de renovación se empiezan a hacer imprescindibles en el mundo cristiano europeo.

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  2. Tal vez nos ayude un poco estudiar Historia de la Iglesia (y no es porque yo sea profesora de esa especialidad en CEFyT). Ahí veríamos que muchas cuestiones institucionales que hoy parecen esenciales solo fueron respuestas circunstanciales, necesarias en un tiempo, espacio y contexto, pero que hoy son un lastre, como bien dices, y que soltarlas no significa renunciar a nada esencial. Lo único esencia, que es la enseñanza de Jesús, a menudo hasta ha quedado oculta detrás de esas cuestiones cuando la Iglesia se ha aferrado, en circunstancias diferentes, a las viejas respuestas. Un buen inicio seria renunciar a la pretensión de imponer a la sociedad nuestra normas de vida, basándonos en que la cultura de nuestros pueblos es cristiana. LA cristiandad tal vez funcionó en la Edad Media (y esto también sería bastante cuestionable) pero los seres humanos de hoy somos diferentes, las sociedades organizadas son diferentes y eso no hace que sean peores, solo son diferentes. Es imprescindible tenerlo en cuenta.

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  3. Me parece que quienes pretenden "imponer" hoy nuestra forma de vida a la sociedad son muy pocos (a no ser que defender lo que creemos en diálogo con el mundo sea "imponer"). Lo que sucede mayoritariamente es que hemos asumido sin crítica alguna la forma de vida de los que no sólo no son cristianos, sino que viven como si su dios fuera el dinero o el éxito social. Hemos dejado de ser "sal" y luz" (y esto no tiene nada que ver con la "institución" eclesial, no directamente desde luego), porque hemos en buena medida abandonada la centralidad de Jesucristo en nuestra propia vida, porque queremos "caer bien" en lugar de ser fieles, porque confundimos anuncio del Evangelio con mero diálogo (que es buenísimo y necesario, pero es otra cosa), y porque, es verdad, pensamos que el éxito social de la Iglesia es el camino, pero el camino es "estar crucificado para el mundo" y mostrar entre nosotros y hacia los demás, la unidad que nace del amor, la alegría que brota de la esperanza: unidad, alegría y esperanza que el mundo no conoce.

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