sábado, 2 de noviembre de 2019

La muerte no es el final

He escrito varias veces sobre la muerte, los difuntos y el sentido de un día como hoy. En 2016 titulé la entrada La vida no termina, se transforma. Al año siguiente puse el acento en la esperanza: Tú no morirás. En 2018 reflexioné sobre La muerte es una pascua. Me cuesta encontrar una perspectiva nueva este año. Me viene a la memoria un canto de un viejo conocido –Cesáreo Gabarain– que se ha hecho muy popular entre los militares españoles. Me refiero al canto La muerte no es el final. También se sigue cantando en parroquias y comunidades. No tiene la complejidad y solemnidad del Réquiem de Mozart, por ejemplo, pero llega a las personas. Tanto la letra como la melodía son sencillas, transmiten la fe cristiana en la vida eterna y tienen ese punto de emoción que puede provocar un nudo en la garganta o alguna lágrima suelta. 

Nunca he participado en un funeral no cristiano. Sé que se ha puesto de moda leer algún texto sobre el difunto (a modo de elogio fúnebre), recitar poemas, interpretar piezas musicales o incluso recordar hechos jocosos de la vida del finado. Respeto las diversas expresiones. Cada uno de nosotros nos enfrentamos al misterio de la muerte de maneras diversas. En realidad, afrontamos la muerte como afrontamos la vida. Cuando me ha tocado presidir algún funeral de una persona joven, veo que sus amigos no saben qué hacer. Quisieran expresar su rabia y su amor, pero no siempre encuentran los cauces adecuados. A menudo, permanecen en silencio, absortos en pensamientos que no sé interpretar, con ganas de que todo termine para regresar cuanto antes a la vida normal. A un joven la muerte le parece siempre una “putada” (sic), no entra en sus planes de vida.

Si hoy me fijo en la vieja canción de Gabaráin es porque, en su sencillez, pone palabras a una fe que en momentos trascendentales no siempre acertamos a expresar. Recordemos la letra:


Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos,
carne de un ciego destino.

Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.

Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza.
               

En tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz.

Cuando, Señor, resucitaste,
todos vencimos contigo
nos regalaste la vida,
como en Betania al amigo.

Si caminamos a tu lado,
no va a faltarnos tu amor,
porque muriendo vivimos
vida más clara y mejor.

Lo que más me gusta es que se trata de una oración dirigida a Jesús. Por tres veces utiliza el pronombre referido a él: nos dijiste que la muerte, nos hiciste, tuyos somos, (Tú) ya le has devuelto a la vida. Pero hay también tres hermosos adjetivos posesivos: En tu palabra confiamos, Si caminamos a tu lado, No va a faltarnos tu amor. Me gusta que en un trance como la muerte hablemos de “tu Palabra”, “tu lado”, “tu amor”. La canción confiesa con claridad nuestro origen (“Tú nos hiciste, tuyos somos”) y nuestro fin (“Nuestro destino es vivir”). No se trata de un destino ciego, sino de plenitud y felicidad: “siendo felices contigo”. Esto no es fruto de un anhelo vacío, sino de la fe en Jesús (“En tu Palabra confiamos”). En el trance definitivo, sabemos que “no va a faltarnos tu amor”. No me extraña que esta canción se haya hecho popular porque, sin demasiados alardes poéticos o teológicos, consigue transmitir lo esencial de la fe cristiana con respecto a la vida, la muerte y la resurrección.





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