jueves, 7 de noviembre de 2019

Sembrar futuro

¿Qué va a pasar cuando desaparezca en Europa y en América la generación de los que ahora tienen más de 70 años? ¿Seguirá habiendo una comunidad cristiana viva? De no acontecer un milagro, es evidente que la Iglesia católica será una Iglesia minoritaria. La mayoría de los jóvenes actuales no se sienten parte de ella. Es verdad que algunos reaccionan después de los 30 años y hacen un viaje de “regreso a casa”, pero son pocos en el conjunto del planeta juvenil. Conviene prepararnos con serenidad para ese momento y sembrar ahora las semillas que irán creciendo y dando fruto en las próximas décadas, conscientes de que –como decía san Ignacio de Loyola– debemos actuar “como si todo dependiese de nosotros, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”. Esto significa que en cualquier momento la situación puede dar un vuelco impensable. No todo está sujeto a programación y realización. 

Por primera vez en la historia vamos a vivir en una sociedad masivamente indiferente ante el hecho religioso. El ateísmo y el agnosticismo clásicos implicaban una clara toma de postura ante Dios, ya fuera para negarlo (ateísmo) o para suspender el juicio por falta de pruebas contundentes en una dirección o en otra (agnosticismo). La indiferencia es algo distinto. Ni siquiera se plantea el “asunto Dios”. Simplemente lo ignora, no forma parte del “orden del día”. El reto está servido. 

En este contexto, me parece que la primera semilla que hay que sembrar es –como sugeríamos ayer– la de pequeñas comunidades de vida que puedan ser testimonio de “algo diferente”, que cuestionen a los demás con su manera de enfocar la vida (no tanto con sus palabras), con sus relaciones interpersonales, con su alegría contagiosa, con su compromiso con los “sobrantes” de una sociedad hipertecnificada y discriminadora. Y que –llegado el caso– acojan a quienes buscan  y los acompañen en un itinerario de encuentro con Dios. 

La segunda semilla tiene que ver con lo esencial de la fe: el encuentro con Jesús como revelador del Misterio de Dios. Dedicar ahora tiempo a cuestiones de segundo o tercer nivel (que si los curas pueden casarse o no, que si es lícito usar medios artificiales para controlar la natalidad, etc.) supone un derroche de energías innecesario. ¿Cómo se pueden abordar los diversos aspectos de la vida moral de las personas y los grupos sin un anclaje fuerte en la experiencia personal de encuentro con Cristo? El cristianismo no es, en primer lugar, una ética, sino una experiencia de gracia, de transformación personal. 

La tercera semilla se refiere a la necesidad de una formación bíblica sistemática que permita a los creyentes del futuro encontrar en la Palabra de Dios la luz que necesitan para iluminar las sendas intrincadas de la vida moderna. Sin esta formación, la Biblia se cae de las manos y se convierte más en un obstáculo para la fe que en un estímulo permanente.

Hay ya muchas realidades en marcha, invisibles para la sociedad e incluso para los mismos cristianos. Creo que el perfil institucional de la Iglesia en Europa va a cambiar de manera muy significativa, pero eso no significa que se evapore la fe. La Iglesia más hermosa no es la que desaparece sino la que vendrá. Están siendo años de una profunda purificación. Los muy conservadores no lo ven. Ellos se fijan solo en lo que se desmorona, sin caer en la cuenta de que no se trata tanto de un problema de fidelidad/infidelidad, cuanto de un profundo cambio en la comprensión del mundo, de la vida y de Dios. Por tanto, no es cuestión de buscar culpables y de apuntalar un edificio ruinoso, sino de ir construyendo uno nuevo sobre los cimientos sólidos de siempre. Es necesario saber de dónde venimos, apreciar nuestras raíces (sin ellas no hay fruto posible), pero lo importante es mirar al futuro, discernir las señales del Espíritu, ver por dónde nos va guiando, confiar en que Jesús nunca abandona a su comunidad por más que la barca zozobre. 

Es un tiempo para vivir de la fe, no de la plausibilidad social. No se hunde el mundo porque desaparezcan usos y costumbres obsoletos. Lo que interesa es que la fe sea capaz de generar nuevas formas de encarnar el Evangelio: un pensamiento nuevo, creaciones artísticas sugestivas, liturgias renovadas, compromisos con las nuevas pobrezas… El cristianismo en sus momentos mejores ha sido siempre generador de cultura. ¿Por qué no puede serlo en tiempos de transhumanismo, imperio digital, globalización y fake news? Con la carta a los Hebreos, deberíamos creer que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8). La historia nunca se le escapa a Dios de las manos. Nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, creemos que somos los verdaderos creadores de la historia, los dueños absolutos del futuro, pero éste no es más que uno de los muchos espejismos –quizá más sofisticado que el de siglos anteriores– que recorren la compleja historia humana. Por tanto: “No tengáis miedo”.

2 comentarios:

  1. Gran artículo, invita a reflexionar sobre el futuro de la fe cristiana sobre la faz de la tierra, al menos en Europa y América.

    El concepto que has comentado de purificación es muy interesante e ilusionante,sin embargo no debemos caer en la pasividad y acomodo.

    Precisamente esos dos aspectos son, junto a una serie de otros factores o inacciones, los que están llevando a esta doctrina a una recesión sistemática en sociedades occidentales.

    Sin negar la purificación y los aspectos positivos e intrigantes que ofrece este cambio de era, creo que la gestión que se lleva por parte de, digamoslo así, los órganos centrales y periféricos eclesiásticos no han hecho más que acelerar y desconectar a los jóvenes y adultos de la religión cristiana, que en muchos casos sobrevive gracias al trabajo incesante de personas que dedican su vida a ello.

    Una gran reflexión, debate y mucha más actividad son necesarios para acercar esta religión a las personas y más importante aún, para ayudarlas en sus problemas y estragos diarios.

    Pablo Melero Vallejo

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  2. En más de una ocasión me he preguntado: ¿y será posible que en la pastoral podamos superar esa sensación o percepción de "slogan" o "marketing" que hacemos de "lo claretiano", en lugar de redescubrir la profecía que ofrece con relación a esa "nueva iglesia" que se avecina? Porque ser claretiano no es llevar una camiseta o promover "un sello" o modo propio de hacer iglesia con el objetivo de distiguirse del resto, para satisfacer deseos o necesidades de autoafirmación. Creo que ser claretiano es ser cristiano (seguidor de Cristo) y es alimentarse de ese espiritu profetico que vislumbra esa nueva iglesia y la promueve a partir del propio y personal encuentro con Jesus y con una Comunidad renovada en su alegria y compromiso.

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