viernes, 6 de diciembre de 2019

Silencios, mentiras y pesebre

Es muy difícil saber lo que está pasando realmente en Latinoamérica. Y más difícil todavía interpretarlo. En estos días de encuentro en Medellín procuro escuchar con atención lo que me comunican mis compañeros claretianos. Ellos son como reporteros que viven de cerca, en carne propia, las tensiones de sus respetivos países. No siempre coinciden en la interpretación de los hechos, pero lo más importante es su descripción. Si no fuera por estos testigos directos, yo dependería casi exclusivamente de lo que reportan los medios de comunicación. Aquí vienen las sorpresas. Lo que más me llama la atención son algunos silencios. No se dice casi nada sobre lo que está sucediendo en Haití y muy poco sobre el régimen dictatorial y represivo de Nicaragua. He tenido que escuchar las historias de mis hermanos misioneros para saber algo de lo que está pasando en estos dos pequeños países centroamericanos. De Venezuela, Chile, Bolivia, y últimamente de Colombia, se habla mucho, pero no se dibuja un cuadro completo, sino solo pinceladas sueltas y, a veces, pura propaganda al servicio de los propios intereses. Hay medios que interpretan las revueltas como expresiones de un pueblo harto de sentirse esquilmado y otros que las ven como maniobras del bolivarismo o de la CIA norteamericana.

¡Qué difícil resulta interpretar la historia! Su verdadero sentido no se percibe a simple vista. No basta describir lo que sucede. Incluso la misma descripción está ya condicionada por intereses, filias y fobias, prejuicios culturales, etc. En general, desconfío mucho cuando una persona defiende con mucha pasión un determinado punto de vista. Prefiero a aquellos que, en la medida de lo posible, se limitan a contar lo que han visto y oído, ahorrándose interpretaciones baratas. Los hechos son más importantes que las opiniones. Por desgracia, en el periodismo moderno hay un déficit de información y un exceso de opinión. En general, todos los medios están al servicio de las corporaciones que los sostienen. Esto hace que silencien, amplifiquen o manipulen los hechos de acuerdo con sus intereses. Por eso, es muy saludable tener la oportunidad de hablar con los protagonistas de las historias; o, por lo menos, con testigos cercanos. Esto es lo que yo estoy haciendo durante estos días en Medellín. Por ello, sé que en algunas zonas amazónicas de Venezuela se está dando un enorme mercado de droga, explotaciones ilícitas de minas, contrabando de armas, trata de blancas… con la connivencia del ejército y del gobierno venezolanos. O que en Nicaragua el gobierno está ejerciendo un control y una represión brutales sobre los disidentes. O que en Cuba se han endurecido algunas leyes que recuerdan a los tiempos del “período especial”.

Todo esto sucede en Adviento, mientras nos preparamos para celebrar un hecho (el nacimiento de Jesús) que pasó completamente desapercibido para los cronistas de la época y que, sin embargo, ha alterado la historia de la humanidad. ¿A quién en su sano juicio se le podría ocurrir que Dios se hiciera ser humano en un perdido pueblo de Palestina, en el seno de una familia pobre, fuera del ámbito político y religioso? ¿Qué historiador hubiera dado importancia a ese hecho de no haber sido por la repercusión posterior? La historia, contemplada desde los ojos de Dios, está llena de paradojas que escapan de nuestro control. Por eso, es tan importante dejarse guiar por la Palabra. Ella nos ofrece las claves profundas de hechos que solo en apariencia son banales. Sin la luz de la Biblia, seguiríamos ciegos. No basta con ser un analista político, un sociológo o un filósofo. Para conocer el sentido de la historia, necesitamos las claves que nos ofrece el Dios de la historia. Nuestra fe cristiana cree en un Dios que no permanece inaccesible, sino que se revela en la historia, en el hueco diminuto de un pesebre.


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