jueves, 5 de diciembre de 2019

La DEA y el Adviento

Se dice que hoy padecemos el síndrome DEA. No me estoy refiriendo a la sigla con la que se conoce la famosa Administración para el Control de Drogas (DEA en inglés) de los Estados Unidos, sino a un cóctel de enfermedades psicológicas que nos están afectando mucho en la sociedad moderna. Me refiero a la depresión (D), al estrés (E) y a la ansiedad (A). Las tres tienen que ver con la mala gestión de nuestra experiencia del tiempo. La depresión es fruto de nuestra incapacidad para gestionar las experiencias del pasado. En vez de convertirse en fuente de energía, nos hunden bajo su peso. El estrés es la incapacidad de manejar el presente y sus demandas. La ansiedad, por último, nos impide abrirnos al futuro con serenidad. Las tres tienen algo en común: entienden el tiempo como chrónos que devora todo cuanto vivimos. 

¿Hay alguna relación entre la DEA y el Adviento? Creo que sí. Tiene que ver, sobre todo, con la distinta concepción del tiempo y nuestra actitud ante él. El Adviento nos introduce en una visión del tiempo, no como cíclico y homicida chrónos, sino como bendito kairós, como oportunidad de encuentro con Dios y con los demás en la sucesión de períodos y experiencias. Dicho así, puede sonar muy abstracto, pero este pensamiento tiene mucho que ver con nuestra vida concreta y con la actitud con que nos situamos ante ella.

El Adviento nos propone, sobre todo a través de los hermosos relatos de Isaías, una interpretación del pasado que se basa en las promesas de Dios, en el recuerdo permanente de su presencia en medio de nosotros, de su acompañamiento constante. Contemplar el pasado desde esta perspectiva lo convierte en historia de salvación, no porque en él todo haya sido lineal, satisfactorio y exitoso, sino porque la gracia de Dios se ha ido abriendo paso en medio de experiencias de fragilidad y aun de pecado. Esta mirada providencial nos libera de la depresión. Por más experiencias negativas y heridas que hayamos vivido, Dios nunca nos ha dejado de su mano, nos ha acompañado como al pueblo de Israel, todo puede ser re-significado a partir de la gracia, de todo (incluso de nuestros pecados) podemos extraer una lección de vida. 

El Adviento nos propone también afrontar el presente desde la atención y la vigilancia, para escrutar los signos de la presencia de Dios en nuestra vida. La liturgia del Adviento multiplica los mensajes en los que se nos invita a estar vigilantes y a preparar el camino. Esta actitud nos previene contra el estrés, que no es sino la multiplicación de experiencias insignificantes. Lo que nos agota en la vida cotidiana no es el hecho de hacer muchas cosas o recibir mucha información, sino el hecho de no percibir su sentido. 

Finalmente, el Adviento constituye una fuerte invitación a la esperanza en un Dios que está siempre por llegar. La expectación cristiana se opone a la ansiedad. No se trata de angustiarnos ante un futuro incierto, sino de prepararnos con alegría ante un futuro seguro: la presencia de Dios en medio de nosotros. El Enmanuel es la antítesis del vacío y el sinsentido.

Disfruto mucho con el tiempo de Adviento porque nos ofrece una nueva manera de situarnos ante el pasado, el presente y el futuro y de manejar de otra manera sus respectivas tensiones. Sin la fuerza del Adviento, corremos el riesgo de ser víctimas de la DEA y de entrar en una espiral autodestructiva. En vez de vivir el tiempo como una oportunidad para el encuentro con Dios, lo vivimos como una especie de remolino que nos va engullendo sin que nosotros podamos reaccionar. El pasado deja de ser memoria y se convierte en peso; el presente nos desconcierta con sus numerosos reclamos y el futuro se convierte en el territorio de la incertidumbre y, por lo tanto, en fuente de ansiedad, nerviosismo e incluso angustia.

Creo que no hay medicina más eficaz contra la DEA que una dosis diaria de Palabra de Dios a partir de los textos que la liturgia del Adviento nos va proponiendo. De esta manera dejamos que la Palabra de Dios –más eficaz que espada de doble filo– corrija las deformaciones producidas por muchas palabras humanas que, lejos de ofrecernos un sentido, nos enemistan con nuestro pasado, nos bloquean el presente y ennegrecen el futuro. No estaría mal reducir un poco el consumo de periódicos impresos o digitales, programas de televisión y navegaciones por internet y aumentar la meditación tranquila de la Biblia. En poco tiempo, comenzaríamos a notar sus efectos curativos.

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