sábado, 21 de diciembre de 2019

Portadores de alegría

Aunque tradicionalmente el invierno comienza en el hemisferio norte tal día como hoy, el invierno de 2019-2020 comenzará mañana domingo, 22 de diciembre, a las 4.19 UTC y durará 88 días y 23 horas, finalizando el 20 de marzo de 2020 con el comienzo de la primavera. Escribo, pues, en el último día del otoño. Afuera sopla un viento racheado y llueve. El suelo está empapado tras varios días de lluvias casi continuas. He terminado la actividad que me trajo a este rincón de la sierra madrileña. Me preparo para comenzar la siguiente. Cada día tiene su propio afán. A partir de hoy, voy a vivir unos cuantos días de itinerante. Se multiplicarán las visitas y los encuentros. Comenzaré esta misma mañana visitando en el hospital a un amigo que acaba de ser operado. Quisiera que todas las visitas se inspiraran en la que María hace a su pariente Isabel y que leemos en el evangelio de hoy. Tras el encuentro con la joven de Nazaret, Isabel exclama: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Toda visita tendría que ser portadora de Shalom (paz) y alegría. ¿Cómo hacer que nuestras visitas navideñas (las que hacemos y las que recibimos) sean expresiones de esta paz y alegría que el Niño nos trae con su propia visita? ¿Cómo no dejarnos atrapar por las personas tóxicas? ¿Cómo hacer que ellas mismas experimenten otra forma de ver la vida?

Creo que la clave la ofrece el mismo relato de Lucas que describe la visita de María a Isabel. Termina con una bienaventuranza: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. Solo podemos ser portadores de alegría a los demás cuando nosotros mismos hemos experimentado la alegría que Dios nos concede; es decir, cuando somos bienaventurados. Nuestra alegría no es el resultado de los éxitos obtenidos. No estamos alegres porque las cosas nos vayan bien (de hecho, a menudo experimentamos contratiempos), rebosemos de salud y preveamos un futuro halagüeño. Este tipo de alegría es efímero porque está constantemente expuesto a los vaivenes de la vida. Hoy nos van bien las cosas y mañana pueden cambiar las tornas. No, la verdadera alegría es un fruto de la fe. Somos bienaventurados porque creemos que Dios nos ha bendecido con el don de la existencia y con la fuerza de su amor. Somos bienaventurados porque el ángel del Señor ha pronunciado sobre nosotros las mismas palabras que sobre María: “Alégrate, lleno (a) de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,26). Somos bienaventurados porque creemos que, aunque las cosas no salgan como habíamos imaginado, “a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” (Rm 8,28).

Si falta alegría en nuestro mundo es porque, en el fondo, falta fe. Cuando hacemos depender la alegría de nuestras conquistas o de factores externos (buen tiempo, experiencias gratificantes, etc.), estamos siempre vendidos a las oscilaciones del “mercado de la vida”. Cuando acogemos el don de Dios, la alegría será siempre como una fuentecilla que no deja de manar agua incluso en tiempos de sequía. Necesitamos personas alegres. Son ellas las que nos reconcilian con el don de la vida, las que hacen llevadera esta existencia expuesta a tantas pruebas y contrariedades. Cada persona alegre es como un faro que se enciende en medio de la noche para indicarnos por dónde va el camino. Los hombres y mujeres alegres son en, el fondo, testigos de la presencia de Dios entre nosotros, centinelas de un Absoluto que se hace visible cuando menos lo pensamos. La Navidad es un tiempo extraordinario para ser “portadores de alegría”, para pensar más en los demás que en nosotros mismos. Los relatos del nacimiento de Jesús en el evangelio de Lucas están llenos de alusiones a la alegría. Este año podemos prestar una especial atención a todas las veces que aparece la palabra “alegría” como expresión del don de Dios. ¡Ojalá este fin de semana podamos descubrir dónde mana esta fuente interior que nunca se agota!

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