lunes, 8 de abril de 2019

La aventura del hombre común

Las grandes instituciones (por ejemplo, los estados, las empresas, las universidades, la Iglesia) hacen con frecuencia estudios sociológicos para saber cómo piensa la gente sobre diversos temas, qué productos consume, a qué partido vota, qué programas de televisión ve, cómo se posiciona ante la religión, la homosexualidad, la eutanasia… o el sursum corda. “Queremos saber qué piensa la gente”. Algunos hablan de “pueblo” o de “gente”; otros del “hombre y la mujer de la calle”. No faltan quienes invocan otras categorías más metafísicas: “el hombre de hoy”, “los seres humanos”, etc. Aunque reconozco la aportación que estas encuestas pueden proporcionar, siempre me he mostrado muy cauto respecto a ellas. ¿Existe el “hombre común”? ¿Cómo sabemos lo que piensan los demás? Creo que fue Gustavo Adolfo Bécquer quien dijo: “Sé que conozco a mucha gente a la que no conozco”. A veces, la mejor manera de conocer a los demás es conocernos a nosotros mismos, explorar lo que nos gusta o nos disgusta, nuestras filias y fobias, las motivaciones que nos impulsan, las personas que nos atraen, los ideales que tiran de nosotros. En cada ser humano se concentra la humanidad entera. Conocernos a nosotros con objetividad y empatía nos permite conocer –sin conocerlos– a todos los demás. Somos un laboratorio en el que investigamos a diario cómo es ese “hombre común” al que con ahínco queremos conocer para luego conseguir su voto, venderle algún producto o incluso proponerle el Evangelio.

En ese laboratorio personal testamos las pasiones humanas dominantes. Aprendemos a identificar el odio, la envidia, la avaricia, la pereza, la ira, la lujuria, la soberbia…, en fin, los siete pecados capitales. Pero también la curiosidad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la belleza, el amor…, todas las virtudes que nos ayudan a vivir como seres humanos. ¿Cómo podemos conocer a los demás y tratarlos como merecen si no hemos aprendido a conocernos a nosotros mismos? Cada vez me convenzo más de que la mejor encuesta no es la que proporcionan las empresas demoscópicas, sino la que hacemos en nuestro interior. El nosce te ipsum (“conócete a ti mismo”) sigue siendo el mejor modo de conocer, respetar y amar a los demás. A veces tengo la impresión de que políticos, comunicadores, educadores, sacerdotes, etc. no acertamos a conocer y ayudar a los demás porque nos conocemos poco, porque dependemos mucho de baremos externos (siempre tan cambiantes), porque tememos hacer una excursión a nuestro interior. El resultado suele ser una comunicación pobre, una ayuda ineficaz y, en muchos casos, una tremenda manipulación.

El “hombre común” no es la persona hermosa, rica y llena de oportunidades que nos vende la publicidad. Quizá es un trabajador con una formación secundaria, que gana poco más de mil euros al mes, que  no lee periódicos ni libros, que navega poco por internet, que ve mucho la televisión y sabe quién es Leo Messi o Belén Esteban, pero no tiene  ni idea de quién es Rafael Sánchez Ferlosio, el obispo de Alcalá de Henares o el filósofo Bauman. El “hombre común” se debate en un escenario más bien pequeño (su trabajo, su familia, su bar de la esquina, su equipo de fútbol, su hipoteca y su preocupación por el futuro de sus hijos). Pero –y esto es lo que hace inconmensurable al ser humano– en ese escenario aparentemente pequeño vive, cada uno a su modo, las grandes preguntas y experiencias de todo ser humano. Experimenta amor y odio, admiración y envidia, laboriosidad y pereza, humildad y soberbia… todo aquello que nos distingue de los animales. Es probable que no siempre sea fácil tomar conciencia de estas polaridades, pero quien sepa conectar las cuestiones cotidianas (el precio de una barra de pan, la pensión de jubilación o el seguro de enfermedad) con las cuestiones esenciales, estará en condiciones de llegar al corazón del “hombre común”. Jesús supo hacerlo como nadie. Por eso, su palabra llega a todo ser humano como no llega la de ningún filósofo, político o educador. Creo que soy testigo de muchas historias que lo confirman.

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