viernes, 26 de abril de 2019

Hay vida más allá de la política

He recorrido los 230 kilómetros que separan Asunción, la capital de Paraguay, de Yhú en poco más de cuatro horas. En el camino he visitado la catedral de Caacupé que alberga la imagen de la Virgen homónima, patrona de Paraguay. Me ha gustado mucho la leyenda pintada a lo largo de las escaleras que conducen a la terraza superior. ¿Qué sería de los seres humanos sin leyendas que ponen palabras a nuestros deseos más hondos? Luego, he continuado por tierras rojizas llenas de vegetación, pastizales inmensos con algunas vacas sueltas y plantaciones de eucaliptos para desecar zonas pantanosas. Voy a pasar el fin de semana con los tres claretianos (dos paraguayos y un polaco) que atienden la parroquia de la Virgen del Rosario con sus 104 capillas esparcidas por muchas comunidades rurales. Viniendo de Europa, parece increíble que se pueda acompañar a tantas comunidades, pero los misioneros hacen lo imposible por estar presentes. Lo primero que me han aconsejado es que use repelente contra insectos porque el dengue está muy extendido en esta zona.

En España hoy es el último día de la campaña electoral antes de las elecciones del próximo domingo. No voy a votar porque no me ha sido posible enviar el voto por correo. Pero confieso que me habría costado discernir y escoger entre las diversas siglas que concurren. No es que yo piense que un partido puede satisfacer todos los requisitos que considero imprescindibles. Repasando uno a uno los programas de los cinco partidos que aspiran a conseguir más votos a nivel nacional, encuentro en todos ellos propuestas con las que sintonizo y otras con las que disiento. En general –y supongo que esto les pasa también a muchos cristianos– sintonizo con los partidos de izquierda en algunas propuestas sociales, en la preocupación ecológica, en el concepto de una España plural, en la apuesta por la investigación, en la lucha contra la corrupción y en el fuerte sentido europeísta. Pero no comparto su postura ante cuestiones éticas que considero de primer orden (como, por ejemplo, el aborto y la eutanasia), desconfío de sus propuestas sobre la educación y no me gusta cómo interpretan la laicidad del Estado y el significado del hecho religioso en la vida social. Suelen entender la laicidad en clave laicista, confinando lo religioso a la esfera de lo privado y olvidando que no puede haber experiencia religiosa que no tenga repercusiones púbicas. 

De los partidos de derecha acepto la importancia que otorgan a la tradición, su defensa de la familia (aunque a menudo hay contradicciones entre la presentación teórica y las políticas prácticas) y de la libertad de enseñanza, la valoración del hecho religioso, la cultura del esfuerzo y no del asistencialismo, etc. Disiento en otros aspectos como el modo de afrontar el desafío de la inmigración, la xenofobia disimulada, el concepto monolítico de España, el modelo económico neoliberal en algunos casos, cierto uso interesado de los símbolos comunes, la condescendencia con la corrupción, etc.

En realidad, cuando pregunto a algunos de mis amigos qué van a votar, casi todos se guían más por sus filias y fobias que por un análisis objetivo de los programas de cada partido. Hay gente que es de izquierdas de toda la vida y gente que es de derechas, con independencia de lo que los partidos hayan hecho o dejado de hacer. Van a votar siempre a los de su cuerda. Me parece que no son muchos los que toman distancia afectiva y emiten su voto a partir de los hechos comprobados. En esta ocasión, además, la irrupción de Vox puede alterar significativamente el mapa electoral al que estábamos acostumbrados. Cualquiera que sea el resultado del domingo, creo que lo importante es ir avanzando hacia una cultura del entendimiento y la colaboración. Es muy poco probable que un solo partido consiga la mayoría absoluta como para gobernar en solitario. Puede que ni siquiera los bloques de derecha o izquierda logren hacerlo. 

Según el esquema que ha imperado durante décadas, esto sería un grave inconveniente, pero no estoy tan seguro de que sea así. Quizás estamos entrando en una nueva etapa en la que los electores exigen políticas menos frentistas y más consensuadas. Pero para ello se requiere un profundo cambio de actitudes y de estrategias que no se ha visto durante la campaña. Se trata de anteponer siempre el bien común y de buscar juntos lo que mejor contribuye a lograrlo, venga de donde venga. El tiempo nos dirá en qué dirección nos encaminamos. Aunque la política es muy importante, tampoco es cuestión de idolatrarla. Hay vida más allá de unas elecciones.

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