sábado, 13 de abril de 2019

Algo más que velas y flores

En muchas iglesias ya no se encienden velas delante de las imágenes. Para prevenir los riesgos de incendio y luchar contra la suciedad de la cera y del humo, las velas han sido sustituidas por lampadarios eléctricos. Se introduce una moneda y automáticamente se enciende una bombillita en forma de candela. Se trata de una práctica fácil, higiénica y segura. Tan fácil, higiénica y segura como la religiosidad que con frecuencia simboliza. Hay una iglesia, en la ciudad uruguaya de Montevideo, en la que la ranura diminuta de los lampadarios ha sido sustituida por una boca amplia en la que cabe una bolsa llena de comida o un paquete de ropa. Este cambio de la ranura pequeña a la boca grande, de las velas a las bolsas de comida y de ropa ha sido uno de los “milagros” de las últimas décadas.

El día 12 de cada mes –ayer fue uno de ellos– se organiza una peregrinación en nuestra parroquia del Corazón de María de Montevideo. Alrededor de 20.000 personas (aunque el número ha disminuido sensiblemente en los últimos años) entran y salen, rezan y comulgan, hacen promesas y se deshacen en agradecimientos. Detrás de esta sorprendente y espontánea manifestación de religiosidad popular hay un afamado publicista, un experto en movilización de masas. Es de origen frigio. Perdió la cabeza –porque se la cortaron– en tiempos de Diocleciano, a comienzos del siglo IV. Su imagen se vende en tiendas de imaginería religiosa y también en los puestos de los mercadillos. Se le reconoce fácilmente por la palma que porta en una mano. ¿Quién no ha oído hablar a estas alturas de san Pancracio?

En torno a la calle Inca viven muchos pobres, muchos ancianos que no cobran jubilación, muchos subempleados. Desde la hornacina situada a la derecha del altar mayor, san Pancracio fue contemplando durante años la procesión interminable de menesterosos que, a cambio de una vela, le pedían mil favores. Hasta que un día se le ocurrió una idea genial: convertir las velas y flores en alimentos y ropa para todos sus amigos indigentes. En una de las paredes de la iglesia neogótica se abrió una ventana con puertas corredizas. El día 12 de cada mes las puertas se abren de par en par. Por el hueco, los miles de amigos de san Pancracio que acuden ese día a hablar con él introducen toneladas de alimentos, de ropa, de utensilios. Las bolsas descienden por un tobogán hasta una gran mesa en la que un grupo de voluntarios trabaja agrupando las donaciones por especies. Otros se encargan de preparar bolsas en las que hay un poco de todo: pasta, aceite, azúcar. Hace años, algunos vehículos las reparten ese mismo día o al día siguiente a los otros amigos de san Pancracio que viven en las casas pobres de la parroquia o de otras parroquias vecinas. Ahora son las familias quienes se acercan a la parroquia para recoger los paquetes. De modo que cada mes miles de personas reciben la vista de un amigo invisible que alivia la penuria de sus vidas.

En la iglesia de la calle Inca hay menos velas y flores que hace años. Las paredes ya no se ensucian con el humo. Ha disminuido el riesgo de incendio. Apenas huele a cera. San Pancracio, siempre preocupado por echar una mano, ha encontrado una solución barata y duradera. No ha sustituido las velas por lampadarios eléctricos. Ha transformado las velas de cera en velas de solidaridad. Ha conseguido que cada mes miles de personas oren a Dios Padre, participen en la eucaristía y compartan sus bienes con los menesterosos. San Pancracio no es ya el abogado de todo tipo de causas pendientes. Es el amigo de los pobres de Montevideo. Si tú no sabes ir a la iglesia de la calle Inca, basta que le digas a un taxista que te lleve a san Pancracio. Todo el mundo sabe quién es este señor y lo que está haciendo por los necesitados de la ciudad.

Historias como estas nos abren los ojos. Devociones que han ido degenerando en prácticas rutinarias y vacías pueden convertirse en trampolines para una fe solidaria, que se abra al misterio de Dios y lo reconozca también en los más pobres. En España hay un sinfín de cofradías, novenas, procesiones. La Semana Santa es un muestrario impresionante. ¿Cómo lograr que compaginen mejor la alabanza al Señor con la preocupación por sus hermanos? No estaría mal hacer una consulta a ese experto de masas que es el bueno de san Pancracio. Otro gallo nos cantaría.


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