viernes, 19 de abril de 2019

Hizo lo que pudo

Creo que fue el escritor Max Aub el que sugirió estas cuatro palabras para su epitafio: “Hice lo que pude”. Los problemas de la humanidad son tan gigantescos y nuestras capacidades tan flacas, que nuestra tentación es hacernos a un lado, retirarnos. El razonamiento es sencillo: como no podemos hacerlo todo, no hacemos nada. De este modo, dejamos que la bola del mal siga engordando mientras rueda pendiente abajo. Son siempre “los otros” (el gobierno, los empresarios, los científicos, la Iglesia) quienes tienen que tomar medidas. Nosotros, las personas de a pie, nos sentimos eximidas de hacer algo. No hay muchos que se sientan David frente a los Goliats que afligen nuestro mundo con su prepotencia. ¿Quién en su sano juicio va a luchar contra los intereses de las empresas de armamentos? ¿Quién puede oponerse a las multinacionales del petróleo? ¿Cómo se combate de manera eficaz el cambio climático? ¿Hay alguna escoba para barrer la basura de los océanos? ¿Existe una máquina eficaz para parar las guerras? ¿Qué vacuna previene contra la corrupción?

Muchas personas tienen la impresión de que no merece la pena esforzarse por cambiar lo que no admite cambio. Ortega y Gasset escribió que “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Quizás por eso hay tantas personas melancólicas. Hay otras, sin embargo, que se apuntan a la línea de Max Aub: consideran que, entre el maximalismo de quienes creen que pueden cambiarlo todo y la resignación de quienes piensan que no pueden cambiar nada, está la actitud de quienes hacen lo que pueden. Y en ese hacer lo que se puede (poco o mucho) reside la clave de toda verdadera transformación.

Hoy es Viernes Santo. Hasta en la India, país de mayoría hindú, se conmemora como un día festivo nacional. La celebración de la muerte de Jesús hace que un viernes del año se convierta en santo (según la tradición latina) o en bueno (según la tradición anglosajona: Good Friday). En un día como hoy me pregunto qué hizo Jesús para cambiar el mundo. ¿Merece un puesto destacado en la lista de científicos, filósofos, filántropos, políticos, trabajadores, artistas y santos que han contribuido con sus obras a humanizar la familia humana? ¿O forma parte de la lista de personajes que vivieron del cuento y cuya vida resulta atractiva pero irrelevante? 

Podría responder como responde la dogmática católica diciendo que Jesús es el Redentor del mundo, el Hijo de Dios muerto en cruz para librarnos del pecado. Creo profundamente en la verdad de esta respuesta, por más que suene anticuada. Pero hoy prefiero hacerlo siguiendo la máxima de Max Aub: Jesús “hizo lo que pudo”. Y “lo que pudo” no fue usar una varita mágica para recrear un mundo perfecto donde todo y todos funcionásemos como un engranaje bien sincronizado. Tampoco condenó y aniquiló a quienes contaminan el mundo y fueron responsables de su muerte. Lo que Jesús “pudo hacer” fue amar hasta el extremo para mostrar que Dios ama al mundo hasta el extremo. Un amor así parece no tener espacio entre los humanos. Dios parece no caber en el estrecho recinto de la mezquindad humana. Por eso, lo mataron. Por eso, lo matamos.

Sí, Jesús “hizo lo que pudo”. No pudo hacer más que eso: morir por amor. Si todo amor, por pequeño que sea, supone morir un poco a nuestro ego, un amor extremo significa morir por completo. Y el amor de Jesús es total. ¿Hay algún ser humano que pueda entender que “sea necesario” morir para expresar un amor total? El misterio del Viernes Santo no nos confronta, en último término, con el misterio de la cruz, sino con el misterio del amor; o sea, con el misterio de Dios. Lo que hoy se ventila es si Dios existe o no, si nos ama o no, si Jesús es creíble o no, si nosotros hacemos lo que podemos por cambiar este mundo o nos quedamos con los brazos cruzados. Para un observador externo, la muerte de Jesús es un fracaso estrepitoso, el propio de un idealista imprudente. 

Para el evangelio de Juan, cuyo relato de la pasión se lee en la celebración vespertina del Viernes Santo, la muerte de Jesús es un triunfo, la victoria del amor sobre el odio. La cruz no es un cadalso, sino un trono. La “emisión del espíritu” no es la muerte física, sino la donación del Espíritu de vida. Frente a este Cristo que hizo todo lo que pudo por nosotros, ¿cómo no sentirnos impulsados a hacer todo lo que podamos por él; es decir, por sus hermanos y hermanas más pequeños, que son sus rostros visibles? Este es el verdadero camino para transformar este mundo. Esto es lo que podemos hacer.


1 comentario:

  1. ¡¡¡Qué razón tienes!!! La verdadera transformación no la conseguirá ninguna revolución ni la violencia ni la falta de libertad, solo cuando cada uno nos transformemos y estemos dispuestos a hacer lo que se pueda para transformar el mundo desde la verdad y el amor.
    ¡Qué recuerdos los caminos de ripio de la Patagonia argentina!!
    Abrazos casi ya pascuales en la espera de esta Pascua.

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