viernes, 16 de marzo de 2018

¿Y si Hawking tuviera razón?

Todos los periódicos del mundo hablan estos días de la muerte de Stephen Hawking. A pesar de padecer ELA (esclerosis lateral amiotrófica) desde los 21 años, llegó a cumplir 76, lo que constituye una rara excepción. Parece que, sin ocultar algunos episodios de cólera, nunca perdió el sentido del humor. Los expertos recuerdan sus grandes contribuciones a la cosmología y a la astrofísica. Lo sitúan al nivel de Galileo Galilei, Isaac Newton o Albert Einstein. Ha sido, pues, uno de los grandes. No solo fue capaz de investigar y pensar, sino también de transmitir sus conclusiones al gran público. Estaba convencido de que, si los avances científicos no se divulgan con claridad, sencillez y un toque de humor, la gente no apoyará la ciencia y −lo que es peor− estará más expuesta a las supersticiones. ¿Es la fe en Dios una superstición más incompatible con una visión científica del cosmos? Hawking se inclinó por una respuesta afirmativa. Los periódicos han recordado su ateísmo. No consideraba necesaria la “hipótesis Dios” para explicar el origen del universo. Se han citado muchas de sus frases más provocativas: “Preguntar qué ocurrió antes del Big Bang es cómo preguntar qué hay más al sur del Polo Sur”. O esta otra que a la que me referí anteayer: “El cielo es un cuento de hadas para las personas que tienen miedo a la oscuridad”.

No conviene despachar estas provocaciones con cuatro frases piadosas. Es mejor dejarse cuestionar por ellas, sentir en carne propia el remolino de los “agujeros negros”, la bajada a los infiernos del ateísmo… para que la fe emerja lentamente como emerge el sol cada mañana, sin violencia, con la energía suave de la luz que vence la oscuridad. Recuerdo que cuando tenía unos diez años me gustaba contemplar el cielo estrellado en las noches de verano. Imaginaba distancias inmensas. Luego hacía un ejercicio mental de sustracción progresiva: ¿Y si no existieran las personas que me quieren? ¿Y si no existiera la tierra debajo de los pies? ¿Y si no existieran la luna y el sol? ¿Y si no hubiera estrellas? Llegaba un momento en el que sentía el escalofrío de la nada. ¿Qué significa que no hay nada? ¿Se puede imaginar la nada? Inmediatamente regresaba a la vida real, incapaz de seguir manteniendo por mucho tiempo un pensamiento tan vertiginoso. Stephen Hawking y otros grandes científicos no solo han mantenido ese pensamiento, sino que han buceado en él hasta el límite de su inteligencia. Donde los místicos han vislumbrado el Misterio de Dios, ellos se han encontrado con un enorme “agujero negro”. Ambos (místicos y científicos) tienen en común su condición de exploradores. No se contentan con el nivel de conciencia en el que solemos movernos los seres humanos. Quieren ir más allá, traspasar las fronteras de lo conocido. ¿Por qué unos llegan al puerto de Dios y otros naufragan en alta mar?

La fe es una experiencia de la Verdad. No necesita, por tanto, desacreditar la ciencia o tener miedo de ella, y mucho menos refugiarse en “cuentos de hadas”. Es más, le hace bien abrirse a las preguntas y cuestionamientos de aquellos que exploran la verdad desde cualquiera de sus infinitos ángulos. A veces, este esfuerzo puede resultar molesto porque nos obliga a recorrer caminos desconocidos, nos saca de nuestras rutinas, pone en crisis nuestras convicciones. Pero si aceptamos el riesgo y creemos que el Espíritu de Jesús nos conduce siempre a un mayor conocimiento de la verdad, experimentaremos una gran libertad interior. El Misterio de la vida no depende de nuestras conclusiones, siempre frágiles y provisionales, sino de Aquel que, escondiéndose, se nos revela como fundamento de todo en cualquier experiencia humana. Es probable que la lectura de libros científicos desmonte la imagen infantil de un Dios barbudo que vive en un extraño lugar llamado cielo situado por encima de las nubes. Pero más vale que esto suceda cuanto antes para que la Palabra de Dios pueda ir generando en nosotros la imagen revelada por Jesús. 



1 comentario:

  1. Cuesta trabajo decidirse a recorrer ese camino de las dudas; siempre he pensado que es el demonio el que está detrás de todas ellas. El propio Hawking decía que sus afirmaciones sobre Dios nada tenían que ver con la ciencia. Reconozco que me refugio en el propio Dios y en que su mensaje está tan lleno de amor por el mundo y por los hombres que solo por eso merece creer que existe y nos ayuda.

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