jueves, 15 de marzo de 2018

Una edición corregida y aumentada

Suelo escribir las entradas del blog antes de irme a dormir o a primera hora de la mañana. No tengo más remedio que aprovechar algunos tiempos libres en medio de una agenda bastante repleta. Esto me obliga a escribir muy deprisa, a veces sin tiempo para una segunda lectura. Es normal que, de vez en cuando, se deslicen errores tipográficos y hasta frases oscuras o inconexas. Por eso, a lo largo del día, suelo echar un vistazo a lo publicado e introduzco las correcciones necesarias. Si el tema lo exige, procuro también enriquecerlo con enlaces de última hora que lo hagan más actual. A veces, modifico un párrafo o añado alguna información complementaria. Total que, entre unas cosas y otras, la entrada de cada día solo está completa al final de la jornada, justo cuando tengo que empezar a escribir la del día siguiente. Esto significa que quienes tenéis la costumbre de leer los textos a primera hora de la mañana (hora de Europa), es probable que no encontréis lo mismo que aparecerá diez o doce horas después. Los cambios suelen ser mínimos, pero casi todos los días hay algunos. En este sentido, los lectores americanos suelen encontrarse ya con la edición corregida y aumentada.

Me parece que también esta práctica es una metáfora de la vida. Comenzamos a escribir nuestra historia desde el día de nuestro nacimiento. De niños, hay muchas páginas escritas por nuestros padres y educadores. Son ellos quienes nos llevan de la mano mientras nosotros ensayamos los primeros garabatos. A medida que nos vamos haciendo mayores, asumimos el protagonismo. Aprendemos a escribir el relato de lo que vivimos. Muchas veces se ha comparado la vida con un libro. Cada etapa constituye un capítulo; cada experiencia significativa, una página; cada día, una palabra. Uno desearía escribir todo de un tirón y con buena caligrafía, pero los deseos no se corresponden con la realidad. De hecho, a veces no sabemos bien cómo expresar lo que estamos viviendo, nos cuesta asumir nuestra responsabilidad. No encontramos las palabras adecuadas. Otras veces borramos o corregimos lo ya escrito porque nos parece que hemos cometido errores. En ocasiones, no cambiamos nada porque ni siquiera somos conscientes del mal que hemos hecho. Una de las experiencias más interesantes es cuando volvemos sobre una página del pasado y le damos un nuevo sentido. Es como si la escribiéramos de nuevo.


Vistas las cosas con perspectiva, toda vida humana es siempre una edición corregida y aumentada (o disminuida). Solo al final tenemos el libro completo. Solo entonces podemos comprender cada capítulo y la trama que da unidad y coherencia a todos ellos. Por eso resulta tan difícil juzgar la vida de un ser humano antes de su muerte. Corremos el riesgo de emitir juicios sobre ediciones provisionales, que después serán corregidas o modificadas. Es peligroso publicar biografías o memorias de personajes vivos porque no sabemos lo que esa “edición” va a dar de sí. Cuando menos lo imaginamos, puede dar un giro copernicano. Recuerdo que hace años un compañero mío decidió no participar en las primeras profesiones de los jóvenes claretianos porque se daban casos en los que, tras uno o varios años de prueba, algunos se retiraban. Él lo consideraba una traición. Solo participaba a gusto en los funerales. Para él constituían la verdadera “profesión perpetua”. Ese gesto profético −sin duda exagerado− ponía de relieve algo muy valioso: solo al final del camino completamos el libro de nuestra vida. La muerte señala la edición definitiva. Mientras llega ese momento estamos haciendo continuos cambios y correcciones.

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