lunes, 12 de marzo de 2018

De mañana no pasa



Hace años, al final de una tanda de ejercicios espirituales, sugerí a los participantes que compartieran su experiencia si así lo deseaban. Les invité también a decir algo sobre lo que pensaban hacer en adelante. Casi todos compartieron lo que habían vivido durante aquella semana y sus planes futuros. Me sorprendió la respuesta escueta de uno. Dijo que su proyecto personal se resumía en las cuatro palabras que he puesto en el título de la entrada de hoy: “De mañana no pasa”. Nunca he vuelto a escuchar un proyecto de vida tan breve y, probablemente, tan eficaz. Ninguno del grupo supimos que tenía que suceder mañana. Intuimos que esa persona llevaba madurando una decisión desde hacía mucho tiempo y, por fin, en los ejercicios espirituales, había encontrado la fuerza para ponerla en práctica sin dilaciones. No he olvidado aquel momento. 

Vivo en una ciudad, Roma, en la que es frecuente que cualquier profesional (un abogado, un electricista, un técnico informático, un fontanero…) te halague los oídos diciendo que realizará el encargo en un plazo de tiempo determinado que casi nunca cumple. Cuando alguien en Roma dice “vendré la próxima semana”, lo único que resulta seguro es que no vendrá en la presente. En un contexto así, cobran fuerza esas cuatro palabras resolutivas. Parecen venidas de otro planeta. Nos devuelven la confianza en la capacidad decisoria de los seres humanos. 

Creo que en la vida espiritual nos pasa algo parecido. Vamos intuyendo cosas, abrimos nuevas perspectivas, sentimos algunas llamadas interiores, pero todo queda como en suspenso. La vida cotidiana nos atrapa con sus asuntos “urgentes”. Siempre hay algo “urgente” que hacer: preparar una comida, ir al dentista, recoger a los niños en la guardería, llevar el coche al taller, ultimar la declaración de la renta, rematar un trabajo o ir al tanatario por compromiso social. Nunca encontramos tiempo ni ánimo para afrontar los asuntos que vamos almacenando desde hace tiempo y que, a veces, se convierten en una carga insoportable. 

Hay personas que sienten la necesidad de pedir perdón porque en el pasado tuvieron alguna discusión con alguien o hirieron a una persona querida, pero no saben qué hacer, ni cuándo ni cómo, para cicatrizar la herida abierta. Conozco familias que han hecho del resentimiento y del odio una enfermedad crónica. Algún miembro siente la necesidad de curarla, pero no se atreve a proponer su deseo a los demás por temor a ser marginado. Otras personas, que abandonaron la práctica religiosa e incluso la fe durante los años de la adolescencia, al llegar a los 40 o 50 años experimentan un cosquilleo interior. Les gustaría volver a creer. Quisieran compartir su búsqueda y sus preguntas con alguien, pero no se deciden a dar el paso. Transcurre el tiempo y el deseo se va desvaneciendo. Algunas personas jubiladas me han confesado que no resisten todo el día en casa sin hacer nada, que quisieran ofrecer algún servicio que fuera útil, pero se les hace cuesta arriba preguntar y comprometerse. Quienes avanzan en el camino espiritual sienten el deseo de dedicar más tiempo a la oración o de celebrar con serenidad el sacramento de la Reconciliación, pero siempre acaban postergando la realización de estos deseos: Mañana le abriremos, para lo mismo responder mañana. 

¿Quién de nosotros no ha escuchado en diversos ámbitos de la vida llamadas que quedan sin respuesta por nuestra parte? Podríamos ser mejores personas, mejores creyentes, pero nos da pereza. O miedo, o cobardía. Uno se acostumbra sin darse cuenta a la mediocridad, a ir tirando. Llega un momento en el que tenemos que mirarnos son serenidad al espejo, sentir el pálpito de nuestro corazón, armarnos de valor y decir en voz alta: “De mañana no pasa”. Esas cuatro palabras, cuando se toman en serio, pueden dar un giro a la propia vida. O, por lo menos, pueden liberarla de cargas inútiles y abrirla a nuevas perspectivas. Cuando un ser humano da el primer paso (en realidad, es siempre el segundo porque nadie se pone en marcha sin haber experimentado dentro un deseo), Dios nos regala su gracia para que podamos caminar en la dirección correcta. Hay un himno de la Liturgia de las Horas que expresa muy bien esta dinámica: “Tu poder multiplica / la eficacia del hombre, / y crece cada día, entre sus manos, / la obra de tus manos”. Lo que nos parece decisión nuestra no es sino una respuesta humilde a la gracia de Dios que nos trabaja por dentro. ¿No podría ser la Cuaresma de 2018 la ocasión propicia para tomar esa decisión que llevamos tiempo madurando? ¿No habrá llegado la hora de tomar en serio la fórmula DMNP, de pronunciar las cuatro palabras que pueden dar nueva luz y energía a nuestra vida? Piénsalo.

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