viernes, 25 de junio de 2021

Claret en el cine

Hacia las 4 empezó a llover. Nos temíamos una tarde pasada por agua, pero todo se quedó en un chaparrón breve que refrescó el tórrido ambiente romano. A las 5 estábamos ya en el Lungotevere. Aparcamos la furgoneta en zona azul. Recorriendo a pie una parte de la Via Giulia la calle más larga y recta del mundo, en expresión de Cervantes llegamos a la céntrica plaza Farnese. Los andamios cubrían una parte de la imponente fachada del palacio que hoy es sede de la embajada francesa. En la plaza contigua de Campo de’ Fiori había gente en las terrazas, puestos de flores y una paloma sobre la estatua de Giordano Bruno que parecía reírse de todos y de todo. 

Los invitados nos fuimos concentrando en corrillos frente al cine Farnese. El cardenal claretiano Aquilino Bocos llegó a pie desde la cercana comunidad de Banchi Vecchi. Un poco antes habían llegado en sus respectivos coches oficiales el arzobispo José Rodríguez Carballo, Secretario de la CIVCSVA, y doña María del Carmen de la Peña Corcuera, embajadora de España ante la Santa Sede. Estaban también el embajador de Cuba y otras personalidades. Nos juntamos alrededor de cien personas entre autoridades, miembros de las diversas ramas de la Familia Claretiana, colaboradores y amigos. A partir de las 6 de la tarde comenzó la proyección de la película Claret, una producción de Contracorriente Producciones con guion y dirección de Pablo Moreno.

Las dos horas de la película trascurrieron veloces. Eso es, al menos, lo que me comentaron algunos de los espectadores al final de la proyección. Hubo todavía tiempo para media hora de diálogo con el director, el protagonista el actor cordobés Antonio Reyes y varios miembros del equipo de producción, incluyendo el autor de la brillante banda sonora, Oscar M. Leanizbarrutia. Entre otras cosas, explicaron el significado de los dos personajes simbólicos que aparecen en la cinta: Carme, la mujer viuda catalana (remedo de la Virgen del Carmen) y Lucas, el esclavo cubano que es ahorcado por su patrón. Nos descubrieron diversos “guiños” usados para contar la vida de un personaje al que Pablo Moreno calificó de “poliédrico”. 

La película no es un documental, sino una recreación artística. Se podría decir que más que contarnos con pelos y señales la vida del Claret histórico (como tal vez algunos esperaban), nos sugiere un Claret contemporáneo. Ni el aspecto físico del actor que encarna al arzobispo misionero ni la ambientación de muchos de los lugares en los que vivió (empezando por su Cataluña natal) son una reproducción exacta del original. En este sentido, la película es una obra que sugiere, que invita al espectador a confrontarse con el personaje, a llevárselo a casa para dialogar con él y aclarar muchas de las incógnitas que aparecen en el filme. Creo que la muerte en brazos de Carme/la Virgen constituye un momento simbólico muy poderoso. La Pietà que resulta de ese encuentro evoca la célebre obra escultórica de Miguel Ángel, solo que en esta ocasión el Cristo joven ha sido sustituido por el Claret maduro. La Virgen en ambos casos sostiene y ofrece a los muertos.

Mi impresión fue que al variopinto grupo de espectadores una especie de laboratorio de prueba le gustó la película. Uno de ellos, nuestro joven técnico informático, me asedió a preguntas cuando salimos de la sala. Quería saber más sobre un personaje del que apenas conocía algunos trazos fundamentales. Le interesaba saber si, de verdad, había sido estudiante y obrero en Barcelona, las motivaciones que tuvo para abandonar su brillante porvenir, las razones por las que fue tan perseguido (tanto en Cuba como en Madrid), etc. 

No sé la recepción que la película tendrá en España, donde algunos todavía asocian a Claret al ambiente tóxico de la corte madrileña y lo alinean en las filas de los prelados más conservadores. Si la película sirve para provocar la curiosidad, aclarar malentendidos e iluminar algo el presente, creo que habrá conseguido con creces su objetivo. El hecho de que sea un Claret “contemporáneo” tiene sus riesgos evidentes, pero también convierte a la figura en un poderoso símbolo que puede ayudarnos a vivir el presente.

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