lunes, 28 de junio de 2021

Gloria, vida y visión


Cuando era estudiante en la Universidad Gregoriana de Roma tuve la suerte de hacer un curso con el profesor Antonio Orbe, uno de los grandes expertos mundiales en los padres de la Iglesia y, más en particular, en san Ireneo de Lyon, cuya memoria celebramos hoy. Ireneo no es un santo popular. Puede que incluso sea desconocido para muchos de los lectores del Rincón. Creo, sin embargo, que su pensamiento puede iluminar algunas de las coyunturas que vivimos hoy. La frase más citada de sus obras apologéticas es esta: “Gloria Dei vivens homo” (O sea: “La gloria de Dios es el hombre viviente”). Se la utiliza para justificar una espiritualidad en la que dar gloria a Dios significa trabajar para que los seres humanos vivamos con plenitud, tengamos vida abundante. En este sentido la frase de san Ireneo es un eco de un dicho de Jesús: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). 

Se produce así una humanización de la fe cristiana que es, al fin y al cabo, el quicio de nuestra experiencia creyente. Nosotros creemos en un Dios que no nos salva “desde fuera”, sino que ha querido hacerse uno de nosotros. La condición humana se convierte así en el gran sacramento del encuentro con Dios. Todo ser humano es un santuario donde habita Dios. Esta es la fuente de nuestra dignidad radical y el fundamento de los derechos humanos. Debemos respetar a todas las personas porque son reflejo de la divinidad. O, dicho en términos bíblicos: son “imagen y semejanza de Dios”. Hasta aquí hay un gran consenso eclesial e incluso social.

Lo que casi nunca se dice es que san Ireneo completó su pensamiento con una frase que está pegada a la anterior: “et vita hominis visio Dei” (o sea: “Y la vida del hombre es la visión de Dios”). ¿En qué consiste vivir? Desde hace años se habla mucho de “calidad de vida”. Con esta expresión se alude a una forma de vivir que a menudo se mide por el Índice de Desarrollo Humano (IDH) cuyas variables principales son: esperanza de vida, educación y renta per cápita. Siguiendo estos criterios, los países con un mayor IDH son Noruega, Nueva Zelanda, Australia, Suecia, Canadá y Japón. Hacia ellos se orientan muchos emigrantes que buscan una vida mejor.

Entre los indicadores de calidad de vida no figura el señalado por san Ireneo. Para él, la vida del hombre, su fin último, consiste en la “visión de Dios”. No se trata de un fenómeno oftálmico (como quien “ve” un ovni), sino de entrar en comunión profunda con él. Así como Dios se ha hecho hombre (humanización), los seres humanos estamos llamados a vivir en Dios (divinización).  Las Naciones Unidas no hablan en estos términos. Se limitan a decir que “vivir bien” consiste en vivir muchos años con buena salud, alcanzar un alto nivel de educación y disponer de una economía saneada. 

Muchos cristianos hemos caído también en este espejismo. Nos parece que lo fundamental es vivir lo mejor posible en esta tierra y ayudar a que el mayor número de personas suba algunos grados en el IDH. El objetivo es loable y responde plenamente a la esencia de nuestra fe. Todo lo que hagamos por humanizar la vida de las personas, por disfrutar de este gran don de Dios, significa darle gloria. Pero ¿es suficiente con esto? El problema no es lo que acentuamos sino lo que silenciamos.

Aquí es donde san Ireneo, un santo teólogo del siglo II, viene en ayuda de los cristianos del siglo XXI. Parece casi increíble, pero así es. A veces, no hay nada más revolucionario y progresista que el recuerdo del pasado. San Ireneo nos recuerda que no podemos separar lo que Dios ha unido. En otras palabras: que debemos esforzarnos por traducir la gloria de Dios en preocupación por la vida de los seres humanos… y que nunca debemos olvidar que la vida auténtica consiste en la comunión con Dios, origen y meta de todo. De lo contrario, se reduce a un fenómeno biológico o social. Hay personas que viven con gran armonía los dos movimientos como partes esenciales de una espiritualidad integral. Y hay personas “heréticas”; es decir, que toman solo una parte y la absolutizan. Por eso hablamos de personas “secularistas” (las que reducen la vida a los indicadores de IDH) y personas “espiritualistas” (las que desconectan la comunión con Dios de la mejora de las condiciones humanas de vida). 

Hoy, 28 de junio, es también el Día Internacional del Orgullo LGBTI (y alguna otra mayúscula adicional). Más allá de exageraciones, ideologizaciones y manipulaciones, es una oportunidad para recordar a nuestros hermanos y hermanas con orientaciones sexuales diversas, superar nuestros prejuicios, respetar la sacralidad de toda persona (con independencia de su condición sexual), garantizar los derechos esenciales de todos e integrarlos plenamente en la comunidad eclesial. Hay muchos aspectos discutibles desde el punto de vista filosófico, ético y legal, pero eso nunca debería ser óbice para una actitud de respeto, acogida e integración.

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