domingo, 6 de junio de 2021

Comerlo para servirlo

No sé cuántas veces habré escrito sobre la Eucaristía en este blog. Creo que es uno de los temas más recurrentes. Seguiré haciéndolo muchas más veces, porque estoy convencido de que no podemos ser cristianos sin Eucaristía. Hoy, apenas iniciado el mes de junio, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. En algunos lugares (por ejemplo, en el Vaticano, o en ciudades como Granada o Toledo) se sigue celebrando en la fecha tradicional (es decir, el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad). 

Como cristiano y como sacerdote, sigo preguntándome por qué muchos creyentes han (hemos) perdido el sentido de la Eucaristía, qué estamos haciendo mal para que no la anhelemos con más fuerza. Imagino que todo obedece a una constelación de factores: el hecho de que se perciba como un precepto que hay que cumplir, la falta de una catequesis adecuada sobre su verdadero significado, la pobreza de la vida comunitaria en muchas parroquias, el poco cuidado en su celebración, la pérdida del sentido de la ritualidad, la desvinculación entre rito y vida cotidiana...

Damos vueltas una y otra vez alrededor de los mismos argumentos, pero lo que necesitamos es experimentar algo diferente. Es verdad que de vez en cuando se pone de moda una determinada iglesia porque “hay un curita que celebra muy bien la misa”, pero esta no es la solución. En el mejor de los casos, es un camino hacia la solución. Las celebraciones bien cuidadas atraen, pero no son suficientes para hacernos descubrir el verdadero sentido de la Eucaristía. Hay que ir mucho más al fondo. Comer el cuerpo de Cristo tiene consecuencias. El cuerpo eucarístico, el cuerpo eclesial y el cuerpo de los pobres se hermanan en una unidad indisoluble. Quizá por eso nos cuesta tanto comer este cuerpo hecho pan. ¡Demasiao p'al body!

Este año 2021, el Evangelio nos presenta la narración de la última cena de Jesús según la versión de Marcos. Nos quedamos sin palabras ante la invitación que Jesús dirige a sus discípulos: “Tomad y comed”. Y más aún cuando atribuye al pan un valor inimaginable: “Esto es mi cuerpo”. La fórmula quiere decir algo tan radical como: “Esto soy yo”. Por más que hayamos escuchado miles de veces estas palabras que se repiten en cada Eucaristía resulta imposible acostumbrarse a ellas, hacerse cargo de su significado. ¿Cómo reaccionaron los primeros discípulos? Debieron de quedarse impávidos. Durante un tiempo breve habían sido testigos de que el Maestro, a través de palabras y acciones, había hecho de toda su vida un don; es decir, un pan partido para los seres humanos. 

Ahora, en el momento postrero, quiere que sus discípulos compartan su elección, entren en comunión con él para que participen de su misma vida. ¡Esto es grandioso, sublime! Quizá ahora podemos comprender mejor que participar en la Eucaristía no consiste en tener un encuentro devocional con Jesús, sino en convertirnos, como él, en pan partido para los demás, para la vida del mundo. Y todavía hay algo más. Al final de la cena, Jesús bebe la copa de vino. Su gesto está cargado de simbolismo. Con esa última copa ponía fin a la antigua alianza: “Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios” (Mc 14,25).

Cuando volvemos a meditar este relato primigenio comprendemos que la Eucaristía no ha sido instituida para el consumo individual, como si Jesús fuera una especie de “producto de supermercado” que podemos ingerir para alimentar nuestra espiritualidad en el momento que se nos antoje. La Eucaristía es el alimento de la comunidad, es el pan partido y compartido entre hermanos porque la comunidad eclesial es el signo de la nueva humanidad que nace de la resurrección de Cristo. 

Cada vez que celebramos la Eucaristía estamos anticipando y construyendo el mundo como lo sueña Dios. Por eso se trata de una celebración abierta a todos (intergeneracional, interétnica, interclasista) en la que nos abrimos al perdón de Dios, escuchamos la Palabra, nos damos la paz, compartimos el pan y el vino y recibimos la misión de ser testigos del Evangelio y servidores de los pobres. ¡Todo un concentrado de Evangelio, una especie de Red-Bull energético para la vida del mundo!




2 comentarios:

  1. La entrada de hoy lleva a examinar nuestra vida ante la Eucaristía… No es suficiente quedarnos con los interrogantes a que nos lleva, hay que buscar respuestas y ponerlas en práctica, así nos dejaremos interpelar por el gran misterio de la Eucaristía y haremos de nuestra vida un don para los demás.
    Escribes “comer el cuerpo de Cristo tiene consecuencias”. Las debería tener, pero la rutina entra en acción y a pesar de ello Jesús se sigue donando.
    Hay momentos que creo que estamos viviendo la vida en “parcelas”… Como dices: “Hay una desvinculación entre la Eucaristía y la vida de cada día”. Si no hubiera esta desvinculación, como cambiaría nuestra vida y como consecuencia, todas las comunidades. Seríamos más conscientes del don de Jesús que hizo de su vida “un pan partido para todos”.
    Nos cuesta entender y vivir la grandeza de la Eucaristía… Vivirla en profundidad, nos llevaría, como escribes, a ser conscientes de que “… cada vez que celebramos la Eucaristía estamos anticipando y construyendo el mundo como lo sueña Dios.”
    Gracias Gonzalo, nos ayudas a sentirnos unidos en un mismo proyecto.

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  2. Ojalá fuera ese* Red bull* de razas, clases, y de compartires de la vida, en todo lo que nos acontece. Pero en la actualidad, la Eucaristía es Eu-carestía de la memoria de Jesús y de sus efectos humanitarios.
    ¡GRACIAS Gonzalo ! Por apretar las clavijas de la misión a la que estamos llamados a evidenciar como Pueblo de Dios.

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