jueves, 24 de junio de 2021

Se llamará Juan

No celebré la noche de san Juan con una hoguera en medio de la plaza Euclide (donde vivo) y mucho menos en la playa de Ostia (no lejana de Roma), pero disfruté de una pizza romana al aire libre con cuatro compañeros con los cuales llevo varios días de trabajo. En Roma hace un calor asfixiante. La humedad lo convierte casi en insoportable. El verano ha entrado con fuerza. Esperemos que pronto nos dé una tregua. 

Esta tarde se estrena en el cine Farnese de Roma la película Claret. Tenemos hospedado en casa al equipo que ha venido a presentarla. Resulta simpático ver al P. Claret (Antonio Reyes) paseando en pantalón corto por los pasillos. Espero que la película ayude a conocer una figura sobre la que se ha cernido una injusta leyenda negra. No es fácil ser santo en medio de intrigas palaciegas y campañas difamatorias. Veremos si el público italiano, tan sensible al cine y a la historia, logra captar la hondura y autenticidad del personaje. Pocos van a leer el libro del historiador Alberto Guasco sobre Claret, pero muchos pueden ver la película. En otoño se estrenará en España y otros países.

Ayer viví dos acontecimientos de índole muy diversa. Por una parte, me sorprendió la foto del papa Francisco saludando a Spiderman en la tradicional audiencia de los miércoles. El contraste entre la sotana blanca papal y el disfraz rojo del hombre-araña me parecía un símbolo del contraste entre dos mundos, dos cosmovisiones, dos estilos de vida. El papa Francisco simboliza una tradición milenaria inspirada en el Evangelio de Jesús, siempre rejuvenecida por el Espíritu en medio de contradicciones y luchas. El hombre-araña es un símbolo de la civilización moderna, a caballo entre el afán de poder y los deseos de ayudar. 

Lo mejor de la foto es que ambas figuras se encuentran y se saludan. En la foto no se ve la cara del Papa, aunque está descubierta. Tampoco se ve la cara de Spiderman porque la tapa su disfraz. Se podría decir que es un encuentro sin rostro. ¿Indicará este hecho que la fe cristiana y la civilización moderna, aunque llevan siglos saludándose, todavía no se han reconocido mutuamente? ¿Existe una fe plenamente moderna? ¿Existe una modernidad abierta al fenómeno religioso? Durante mucho tiempo ha dominado la distancia y el recelo. No han faltado las persecuciones mutuas. ¿Será el siglo XXI el siglo del encuentro fecundo?

El segundo acontecimiento es más familiar. Ayer falleció a la edad de 69 años un misionero claretiano que durante casi 40 años atendió la portería del Colegio Claret de Segovia en donde yo hice parte de mi bachillerato. Se llamaba Ángel Colado. La noticia no ha pasado desapercibida en la ciudad del Acueducto. Tampoco para mí. Ángel era un misionero hermano. No era sacerdote. ¿Se puede ser misionero desde la portería de un colegio? El hermano Ángel demostró que lo importante en la vida no es tanto el trabajo que uno hace, cuanto el alma que pone en él. Cualquier lugar es bueno cuando uno sabe por qué hace las cosas, a quién sirve y por quién vive. Ángel era una persona de fuertes convicciones religiosas. No solo eso. Era una persona piadosa. Y además cercana y disponible. Tenía un punto de ingenuidad y de inseguridad que lo hacía un niño encerrado en un cuerpo grande que superaba con holgura los 100 kilos. 

Solía repetir una frase que en italiano suena más expresiva que en español: “Ci penso io”. Cuando alguien le pedía un encargo o le solicitaba algún servicio, él respondía: “No te preocupes, me encargo yo”. Hacer fácil la vida a los demás es una maravillosa traducción del Evangelio. Desde la “torre de control” (o pecera) de la portería entró en contacto con miles de alumnos, cientos de profesores y numerosas familias. Tenía la capacidad de recordar con precisión rostros y nombres. En otras palabras, humanizó un trabajo que podría haber sido anodino, burocrático e impersonal hasta convertirlo en la “misión de la acogida”. Para san Benito de Nursia, cada huésped que llegaba a un monasterio era Cristo mismo. Estoy seguro de que el hermano Ángel, aficionado a leer vidas de santos, tenía algo de esta espiritualidad benedictina. Él, que acogió a tantos con amabilidad y sencillez, habrá sido acogido también con los brazos abiertos en la portería celestial.



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