martes, 4 de agosto de 2020

Aprender de la experiencia

Cuando se quiere dar una noticia, es importante usar el verbo correcto. Hoy todos los periódicos de España hablan de la gran noticia que se produjo ayer. Me he detenido a examinar los verbos que utilizan. Un medio habla de que el rey emérito Juan Carlos abandona España. Otro evita el verbo y se limita a decir que el rey emérito está fuera de España. El más monárquico de todos se atreve a decir que ya está en República Dominicana. Un diario catalán que yo sigo regularmente matiza que Juan Carlos se instala provisionalmente en República Dominicana. El francés Le Figaro dice que el exrey español deja España y aduce el motivo de la corrupción. También se apunta a un verbo neutro (salir) la edición en inglés de The New York Times. El británico The Guardian prefiere decir que se exilia. En esta misma línea informa el italiano Corriere della Sera. Es evidente que Gabriel Rufián y yo no leemos los mismos periódicos porque, según uno de sus tuits, toda la prensa extranjera dice que el rey emérito ha huido del país. No quiero entrar ahora en el significado de este hecho, sino en el tratamiento diverso que recibe por parte de políticos, medios de comunicación social y ciudadanos. Las palabras que usamos configuran el mundo en el que vivimos. Es obvio que no significa lo mismo abandonar que dejar, exiliarse o huir.

No sé cómo terminará esta historia, pero, de entrada, parece un maleficio histórico. ¿Por qué es tan difícil que un rey acabe bien su reinado? Dejando a un lado las responsabilidades de cada uno, quizá porque no hay sistemas de equilibrio y de control que eviten los excesos. Un buen rey no debe rodearse nunca de una camarilla de aduladores, sino de un grupo de gente honrada, inteligente, leal y crítica. Siempre me ha llamado la atención el modo como los jesuitas gestionan la economía de sus comunidades desde los tiempos de san Ignacio de Loyola. Uno lleva la contabilidad, otro tiene la caja y un tercero dispone de la llave. Todo pasa por la intervención de tres personas, jamás de una sola, como suele ser práctica común en otras órdenes y congregaciones. Lo ideal sería que todos fuéramos honrados y responsables, pero, como la experiencia nos ha enseñado sobradamente que la naturaleza humana es muy frágil y quebradiza, es mejor establecer mecanismos objetivos que favorezcan la transparencia y el control. Lo sucedido con el rey Juan Carlos nos abre los ojos acerca de cómo gestionar mejor los asuntos públicos, sobre todo en un país en el que del rey para abajo la corrupción parece casi una seña de identidad colectiva.

Imagino que estos días correrán ríos de tinta acerca de la persona de don Juan Carlos y del balance de su largo reinado. Como siempre, habrá quien lo defienda a muerte y quien -como ya ha hecho el sector podemita del gobierno- lo critique sin piedad presumiendo de una integridad moral que es más que cuestionable. Es lógico que se den estas oscilaciones a la hora de juzgar a un personaje público. Reflejan la gran pluralidad de la ciudadanía española y los distintos modos de concebir la jefatura del Estado. También yo tengo mi opinión, que no considero prudente compartirla en este blog. Más allá de las legítimas opiniones, hay algo que he aprendido del Evangelio de Jesús: ni las críticas ni los halagos deben ser nunca excesivos. La objetividad y la moderación deberían guiar siempre nuestros juicios porque -como Jesús dijo en el contexto de la lapidación de la mujer adúltera- “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Es lógico que cada vez que se dé un comportamiento irregular o criminal actúe la justicia con la máxima imparcialidad posible, pero para mí es igualmente importante aprender de las experiencias vividas para ir perfeccionando nuestros sistemas de convivencia. De lo contrario, tropezaremos una y otra vez en la misma piedra. Hoy se trata de un rey emérito, mañana puede ser un presidente del gobierno, un ministro, un presidente autonómico o cualquier otra persona con responsabilidades en la gestión de la cosa pública.

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